/ sábado 18 de febrero de 2023

VICISITUDES | Abrazarlos como si fuera la última vez

No creo que haya en el mundo una persona que no tenga al menos un amigo en la vida, lo frecuente o no, lo vea seguido o tenga años de no verlo, pero que es preciso tenerlo, es un hecho. Sé de antemano que la totalidad no existe, por lo que pareciera paradójico que todos lo tuvieran. Si bien es cierto que tener amigos es un reflejo de un corazón sano, también es cierto que no todas las personas lo tienen.

Las personas en el mundo tenemos amigos a los cuales queremos y respetamos, porque se han hecho presentes en nuestras vidas y significan mucho para nosotros, porque son parte de nuestra forma de ser, porque comparten sus tiempos, nuestras alegrías y tristezas, porque son parte importante de nuestras vidas, porque nos comparten sus experiencias, por ser, sin que ellos se den cuenta, nuestros guías y acompañantes, sin medida.

Es verdad que los amigos que vamos encontrando son los hermanos que nosotros mismos vamos eligiendo, porque tienen formas parecidas de lo que somos y pensamos, porque vemos que son de tiempo completo y nos aceptan como somos, porque saben compartir vida y anhelamos su amistad. Hemos coincidido con ellos en el sendero de la vida, porque encontramos en ellos un tesoro invaluable.

Hay una historia breve, pero significativa, que nos enuncia que había un “rimpoché”, un jerarca tibetano parecido al cardenal en los católicos, que expresaba que cada vez que abrazaba a un amigo, lo abrazaba como si fuera la última vez que lo fuera a ver, con mucho cariño, porque no sabe uno cuando la vida cambia.

Siempre estamos en el entendido que no sólo existe una fecha concreta para celebrar algo, como en este caso del Día de la Amistad, sino que lo hacemos diariamente, porque hay contacto, disposición, presencia, acompañamiento y buena vibra, donde los gestos nos lo van diciendo todo, de forma sutil, silenciosa e incondicional, trayendo por ende un estado de tranquilidad que nos hace sentir bien.

Un amigo, con la confianza de tutearlo o de hablarle de usted, como sea y como uno se sienta mejor, siempre vive acompañándonos, apoyándonos, enseñándonos, siendo un ejemplo de vida a seguir, a imitar, porque siempre tiene palabras que necesitamos y queremos oír, escuchar, porque sus palabras son para nosotros la sal de la vida.

En cierta ocasión le preguntaron a un sabio cuántos tipos de amistad existían y él menciono que eran cuatro. Primera, los amigos que son como la comida, pues los necesitas todos los días; segunda, los amigos que son como la medicina, pues los buscas cuando te sientes mal; tercera, los amigos que son como la enfermedad, ellos mismos te buscan, y por último, los amigos que son como el aire, no los ves, pero siempre están contigo.

No importa si es hoy, mañana o en octubre, la amistad es de todos los días, porque los amigos son amigos del alma, aunque tarden hasta décadas de no verse, porque al final saben que estamos del otro lado.

Pero no olvidemos que también los amigos llegan a fallar, sin embargo, una verdadera amistad lo perdona todo y se sigue adelante. Recordemos que el único y verdadero amigo que nunca falla es Jesús Cristo.

No creo que haya en el mundo una persona que no tenga al menos un amigo en la vida, lo frecuente o no, lo vea seguido o tenga años de no verlo, pero que es preciso tenerlo, es un hecho. Sé de antemano que la totalidad no existe, por lo que pareciera paradójico que todos lo tuvieran. Si bien es cierto que tener amigos es un reflejo de un corazón sano, también es cierto que no todas las personas lo tienen.

Las personas en el mundo tenemos amigos a los cuales queremos y respetamos, porque se han hecho presentes en nuestras vidas y significan mucho para nosotros, porque son parte de nuestra forma de ser, porque comparten sus tiempos, nuestras alegrías y tristezas, porque son parte importante de nuestras vidas, porque nos comparten sus experiencias, por ser, sin que ellos se den cuenta, nuestros guías y acompañantes, sin medida.

Es verdad que los amigos que vamos encontrando son los hermanos que nosotros mismos vamos eligiendo, porque tienen formas parecidas de lo que somos y pensamos, porque vemos que son de tiempo completo y nos aceptan como somos, porque saben compartir vida y anhelamos su amistad. Hemos coincidido con ellos en el sendero de la vida, porque encontramos en ellos un tesoro invaluable.

Hay una historia breve, pero significativa, que nos enuncia que había un “rimpoché”, un jerarca tibetano parecido al cardenal en los católicos, que expresaba que cada vez que abrazaba a un amigo, lo abrazaba como si fuera la última vez que lo fuera a ver, con mucho cariño, porque no sabe uno cuando la vida cambia.

Siempre estamos en el entendido que no sólo existe una fecha concreta para celebrar algo, como en este caso del Día de la Amistad, sino que lo hacemos diariamente, porque hay contacto, disposición, presencia, acompañamiento y buena vibra, donde los gestos nos lo van diciendo todo, de forma sutil, silenciosa e incondicional, trayendo por ende un estado de tranquilidad que nos hace sentir bien.

Un amigo, con la confianza de tutearlo o de hablarle de usted, como sea y como uno se sienta mejor, siempre vive acompañándonos, apoyándonos, enseñándonos, siendo un ejemplo de vida a seguir, a imitar, porque siempre tiene palabras que necesitamos y queremos oír, escuchar, porque sus palabras son para nosotros la sal de la vida.

En cierta ocasión le preguntaron a un sabio cuántos tipos de amistad existían y él menciono que eran cuatro. Primera, los amigos que son como la comida, pues los necesitas todos los días; segunda, los amigos que son como la medicina, pues los buscas cuando te sientes mal; tercera, los amigos que son como la enfermedad, ellos mismos te buscan, y por último, los amigos que son como el aire, no los ves, pero siempre están contigo.

No importa si es hoy, mañana o en octubre, la amistad es de todos los días, porque los amigos son amigos del alma, aunque tarden hasta décadas de no verse, porque al final saben que estamos del otro lado.

Pero no olvidemos que también los amigos llegan a fallar, sin embargo, una verdadera amistad lo perdona todo y se sigue adelante. Recordemos que el único y verdadero amigo que nunca falla es Jesús Cristo.