Lo que ha ocurrido en estas elecciones no es más que un reflejo de lo que podría ser uno de los rostros de nuestra democracia. La democracia de los intereses. La democracia comprada. La democracia ignorada. La corrompida. La dividida. La democracia subyugada. La democracia en círculos (de los ciclos según Polibio). La democracia de los egos y de la soberbia. Pónganle los calificativos que quieran. Una de las tantas conclusiones posibles es que nuestro reflejo democrático resulta negativo. Es importante reflexionarla, cuestionarla, construirla, ya no desde la perspectiva confusa de los partidos tradicionales que deben emerger desde la renovación y no de la oposición. Porque no hay oposición. Una democracia se trata de equilibrios y balanzas no de celebrar victorias pírricas que no abonan al desarrollo democrático, de hacer parecer que los problemas del país son de unos cuantos y no el de todos, un gobierno jamás será la respuesta y eso es parte del reflejo que no apreciamos. La democracia requiere sociedad.
Ganaron los intereses, no la democracia. Ganó el mercado político y la compra de votos, no la democracia. Ganó la ignorancia perpetua, la movilización desde arriba, el desinterés desmedido. Ganó la obediencia ciega. Ganó la división. No gano la democracia.
Los cambios democráticos son posibles desde la política misma, pero no por los mismos políticos. Renovación y rehumanización. Desde las entrañas de la democracia misma, de quién vota y de quién es votado bajo los preceptos válidos y básicos de participación para ejercer sus libertades por ellos mismos. Un ejercicio de voluntades. De eso trata la democracia liberal.
Para aportar al debate de las ideas. Nuestra democracia y también las aptitudes políticas no solo llaman a un cambio casi inmediato. Lo exigen. Se requiere cambiar al ciudadano, aunque se lea incorrectamente político. Es en tema cultural y educativo. Hay que cambiar al ciudadano.
Prestar reflexión de quién está votando y cómo lo está haciendo. Las reflexiones deben abundar entre los líderes de la oposición, de que será necesario rescatar los espacios perdidos y escuchar las voces de las calles cuando hacen ruido, pero también cuando permanecen en silencio. Los resultados electorales no son más que el reflejo de lo que ven con un ojo y lo que creen ver con el otro. Los políticos a veces viven en mundos distantes y ajenos. Crean problemas donde no los hay. No ven el reflejo de la pobreza, ven programas sociales. No ven el fomento de los valores democráticos, sino como sacarle provecho. No ven a las próximas generaciones, solo las próximas elecciones. Sólo ven con sus propios ojos, hasta que el espejo se rompe. Solamente así se cuestionan, se autocritican, llaman un momento de reflexión porque las urnas no les favorecieron. Porque los programas sociales y las viejas prácticas no brindaron los resultados deseados ¿Dónde queda la voluntad política? ¿Dónde está la libre opinión? Debe producirse un cuestionamiento no solo por la parte política, sino también por la sociedad en general. Por lo jóvenes.
Las juventudes deben exigir los espacios, no pedirlos, no rogarlos, exigirlos. Pues lo que ha pasado y sigue suscitando es un problema generacional, la escisión política-juventud es una herencia que debe terminar. Los jóvenes no merecen representaciones fabricadas por la incapacidad que la política tradicional ha perpetuado durante todos estos años. Y tampoco continuar los legados de cadáveres insepultos. Los resultados lo comprueban. Se debe reestructurar con jóvenes los partidos políticos. Ǫue nazcan nuevos liderazgos. Nuevos partidos. Ǫue los viejos y los de siempre sepan aceptar que su tiempo en política no es un carrusel permanente, tienes que bajarse.