/ domingo 22 de octubre de 2023

En Salamanca, un fraile confesó a una difunta

Este es una de las tantas leyendas que se tienen en Salamanca

Salamanca es un municipio con un amplio repertorio de leyendas, tal como lo es la historia del fraile Jesús Borja, quien confesó a una difunta, por un callejón de lo que ahora se conoce como el ex convento de San Agustín, el cual ocurrió en el año de 1829.


En la entidad salmantina se cuenta con una gran variedad de leyendas las cuales han ido pasando de generación en generación, dándole una identidad a la ciudad, a lo largo de los años, tal como lo es una leyenda registrada en el año de 1829 en donde un fraile recién llegado al municipio quien a decir del mito, confesó a un fantasma.

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El acontecimiento se registró se registró dentro del convento en Salamanca, posterior a la independencia de nuestro país, en donde el fraile agustino Jesús Borja, de sangre Ibérica que apenas llegaba a estas tierras del bajío en esos días.

Jesús Borja fue poco conocido en estos tiempos por la población salmantina, quien inició su vida en esta ciudad. En esta leyenda se comentó que luego de que el fraile realizara sus actividades, y tras apagar las velas de los claustros, unos campesinos tocaron la puerta del zaguán, quienes le solicitaban al fraile Jesús que acudiera a su humilde morada para dar los santos óleos a la madre de los campesinos ya que se encontraban moribunda.

Este fraile al ver la necesidad tan mayor e importante de esta situación, el Agustino les pidió el santo y seña del lugar para que ellos se fueran adelantado y el posteriormente llegaría al sitio. A lo que los hombres le replicaron diciendo que no, que mejor lo esperaban pues como era nuevo en el pueblo no daría con el sitio, a lo que el fraile les solicitó que les dieran un par de minutos para poder juntar sus cosas y breviario en donde se encontraban todas sus oraciones.

En aquel entonces, el fraile en compañía de los familiares de la mujer, caminaron hacia lo que en ese entonces era el Pueblo de Santa María de Nativitas, en el mismo callejón al que le decían "Del convento", los hombres y el fraile, entraron en una casona, que presentaba un aspecto deteriorado, en su interior se encontraban un par de carruajes los cuales se encontraban listos para salir a realizar algunas diligencias, pero hasta el fondo de este hogar, se encontraba una recámara, en donde la madre de los campesinos, pedía ser confesada, acto que el fraile realizó lo más breve posible.

En la leyenda se incluye el diálogo entre el fraile y la mujer a la que fue a confesar, “Buenas noches hija; Padre no hay tiempo de formalidades; está bien hija” acto seguido el fraile se colocó su estola y comenzó con la confesión. A lo que la mujer comentó.

"Padre necesito su perdón pues he sido una cristiana muy ingrata y muy mala con mis semejantes, pisotee siempre la dignidad de la gente que me servía sólo por ser indios, los mandaba azotar por cosas insignificantes además yo fui culpable de que hace años una mujer muriera por mi culpa en la hoguera acusándola de herejía siendo mentira este delito pues ella a pesar de ser inocente mi marido la miraba con deseo carnal y yo llena de ira la acuse injustamente frente al santo tribunal. Desde entonces padre llevo en mi conciencia todo esto y ahora son un tormento que no me permiten que me pueda ir en paz de este mundo”, dice la leyenda

Tras escuchar la confesión de aquella mujer, el fraile Jesús Borja fue tomado de una manera desesperada por esta mujer, quién lo tomó del brazo diciendo, "deme su perdón padre por favor, que el tiempo se me acaba".

Ante ello, el fraile absolvió los pecados de aquella mujer, en donde luego de decir, “Yo te absuelvo hija en el nombre del padre del hijo y del espíritu santo amen, la mujer murió en la habitación, dando paso a que las ventanas del cuarto comenzaron a azotarse de una manera fuerte, mientras que, en el patio, los árboles comenzaron a zumbar y lo que paría ser una tromba provocaba un fuerte torrencial en el pueblo.

El cura cerro las ventanas y luego se dirigió al corredor de la casa donde aquellos dos hombres ya no estaban en el sitio, enseguida camino hasta donde estaban los carruajes y ni rastros de ellos. El fraile consternado tras lo ocurrido, intentó regresar al interior del cuarto pero el mismo aire cerraría la puerta, haciendo imposible que esta pudiera ser abierta nuevamente, dejando al fraile encerrado toda la noche.

Al día siguiente Fray Jesús Borja muy temprano salió nuevamente a cumplir con sus diligencias pero a lo que es ahora, el municipio de Irapuato donde antes de subir a su carruaje recordó que en el sitio donde había estado la noche anterior había olvidado su breviario el cual era muy importante para él, pues era un regalo de madre que se lo dio como recuerdo al venir a estas nuevas tierras, por lo que le pidió a uno de sus compañeros del convento que fuera por el dándole el santo y seña de la casa.

Por lo que al marcharse con rumbo a Irapuato, mientras que su compañero Fray Tomás recogió el libro del fraile, quien a pesar de dar con el sitio nunca salió alguien de la casa por lo que no le quedó de otra que regresar al convento con las manos vacías.

Tras el largo viaje del fraile Jesús Borja y a su llegada al convento de San Juan de Sahagún en la ciudad, le preguntó a su amigo Fray Tomás de su libro, pero la respuesta de su compañero fue decirle que nunca había salido nadie y que además la casa Lucía vacía y abandonada, a quién se le comentó que los dueños murieron cincuenta años atrás y los que se quedaron con ella fueron sus hijos, pero pos ellos se fueron a luchar con los insurgentes sin que hasta la fecha se desconoce su paradero.

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De esta forma todos se dispusieron a entrar a la casa que apenas al ingresar se toparon con grandes cortinas de telarañas que impedían su paso, no obstante, el viejo sereno con la flama de su vela comenzó abrir pasó. Para el fraile era increíble lo que estaba pasando, pero armado de valor camino hasta la habitación donde estaba seguro que había dejado su breviario.

Después de unos cuantos pasos llegaron a la puerta de la habitación y con el juego de llaves que el custodio traía, abrió la puerta y al ingresar todos a ese sitio, asombrados quedaron cuando vieron en el viejo buró el libro que tanto reclamaba el fraile. Lleno de polvo telarañas y con el resto de una vieja vela a un lado, que ya se había consumido totalmente desde hace muchos años. Un fuerte viento heló los cuerpos de los ahí presentes quien salieron casi de inmediato de este sitio sabiendo de antemano que el Fraile Jesús Borja había confesado a una muerta.

Salamanca es un municipio con un amplio repertorio de leyendas, tal como lo es la historia del fraile Jesús Borja, quien confesó a una difunta, por un callejón de lo que ahora se conoce como el ex convento de San Agustín, el cual ocurrió en el año de 1829.


En la entidad salmantina se cuenta con una gran variedad de leyendas las cuales han ido pasando de generación en generación, dándole una identidad a la ciudad, a lo largo de los años, tal como lo es una leyenda registrada en el año de 1829 en donde un fraile recién llegado al municipio quien a decir del mito, confesó a un fantasma.

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El acontecimiento se registró se registró dentro del convento en Salamanca, posterior a la independencia de nuestro país, en donde el fraile agustino Jesús Borja, de sangre Ibérica que apenas llegaba a estas tierras del bajío en esos días.

Jesús Borja fue poco conocido en estos tiempos por la población salmantina, quien inició su vida en esta ciudad. En esta leyenda se comentó que luego de que el fraile realizara sus actividades, y tras apagar las velas de los claustros, unos campesinos tocaron la puerta del zaguán, quienes le solicitaban al fraile Jesús que acudiera a su humilde morada para dar los santos óleos a la madre de los campesinos ya que se encontraban moribunda.

Este fraile al ver la necesidad tan mayor e importante de esta situación, el Agustino les pidió el santo y seña del lugar para que ellos se fueran adelantado y el posteriormente llegaría al sitio. A lo que los hombres le replicaron diciendo que no, que mejor lo esperaban pues como era nuevo en el pueblo no daría con el sitio, a lo que el fraile les solicitó que les dieran un par de minutos para poder juntar sus cosas y breviario en donde se encontraban todas sus oraciones.

En aquel entonces, el fraile en compañía de los familiares de la mujer, caminaron hacia lo que en ese entonces era el Pueblo de Santa María de Nativitas, en el mismo callejón al que le decían "Del convento", los hombres y el fraile, entraron en una casona, que presentaba un aspecto deteriorado, en su interior se encontraban un par de carruajes los cuales se encontraban listos para salir a realizar algunas diligencias, pero hasta el fondo de este hogar, se encontraba una recámara, en donde la madre de los campesinos, pedía ser confesada, acto que el fraile realizó lo más breve posible.

En la leyenda se incluye el diálogo entre el fraile y la mujer a la que fue a confesar, “Buenas noches hija; Padre no hay tiempo de formalidades; está bien hija” acto seguido el fraile se colocó su estola y comenzó con la confesión. A lo que la mujer comentó.

"Padre necesito su perdón pues he sido una cristiana muy ingrata y muy mala con mis semejantes, pisotee siempre la dignidad de la gente que me servía sólo por ser indios, los mandaba azotar por cosas insignificantes además yo fui culpable de que hace años una mujer muriera por mi culpa en la hoguera acusándola de herejía siendo mentira este delito pues ella a pesar de ser inocente mi marido la miraba con deseo carnal y yo llena de ira la acuse injustamente frente al santo tribunal. Desde entonces padre llevo en mi conciencia todo esto y ahora son un tormento que no me permiten que me pueda ir en paz de este mundo”, dice la leyenda

Tras escuchar la confesión de aquella mujer, el fraile Jesús Borja fue tomado de una manera desesperada por esta mujer, quién lo tomó del brazo diciendo, "deme su perdón padre por favor, que el tiempo se me acaba".

Ante ello, el fraile absolvió los pecados de aquella mujer, en donde luego de decir, “Yo te absuelvo hija en el nombre del padre del hijo y del espíritu santo amen, la mujer murió en la habitación, dando paso a que las ventanas del cuarto comenzaron a azotarse de una manera fuerte, mientras que, en el patio, los árboles comenzaron a zumbar y lo que paría ser una tromba provocaba un fuerte torrencial en el pueblo.

El cura cerro las ventanas y luego se dirigió al corredor de la casa donde aquellos dos hombres ya no estaban en el sitio, enseguida camino hasta donde estaban los carruajes y ni rastros de ellos. El fraile consternado tras lo ocurrido, intentó regresar al interior del cuarto pero el mismo aire cerraría la puerta, haciendo imposible que esta pudiera ser abierta nuevamente, dejando al fraile encerrado toda la noche.

Al día siguiente Fray Jesús Borja muy temprano salió nuevamente a cumplir con sus diligencias pero a lo que es ahora, el municipio de Irapuato donde antes de subir a su carruaje recordó que en el sitio donde había estado la noche anterior había olvidado su breviario el cual era muy importante para él, pues era un regalo de madre que se lo dio como recuerdo al venir a estas nuevas tierras, por lo que le pidió a uno de sus compañeros del convento que fuera por el dándole el santo y seña de la casa.

Por lo que al marcharse con rumbo a Irapuato, mientras que su compañero Fray Tomás recogió el libro del fraile, quien a pesar de dar con el sitio nunca salió alguien de la casa por lo que no le quedó de otra que regresar al convento con las manos vacías.

Tras el largo viaje del fraile Jesús Borja y a su llegada al convento de San Juan de Sahagún en la ciudad, le preguntó a su amigo Fray Tomás de su libro, pero la respuesta de su compañero fue decirle que nunca había salido nadie y que además la casa Lucía vacía y abandonada, a quién se le comentó que los dueños murieron cincuenta años atrás y los que se quedaron con ella fueron sus hijos, pero pos ellos se fueron a luchar con los insurgentes sin que hasta la fecha se desconoce su paradero.

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De esta forma todos se dispusieron a entrar a la casa que apenas al ingresar se toparon con grandes cortinas de telarañas que impedían su paso, no obstante, el viejo sereno con la flama de su vela comenzó abrir pasó. Para el fraile era increíble lo que estaba pasando, pero armado de valor camino hasta la habitación donde estaba seguro que había dejado su breviario.

Después de unos cuantos pasos llegaron a la puerta de la habitación y con el juego de llaves que el custodio traía, abrió la puerta y al ingresar todos a ese sitio, asombrados quedaron cuando vieron en el viejo buró el libro que tanto reclamaba el fraile. Lleno de polvo telarañas y con el resto de una vieja vela a un lado, que ya se había consumido totalmente desde hace muchos años. Un fuerte viento heló los cuerpos de los ahí presentes quien salieron casi de inmediato de este sitio sabiendo de antemano que el Fraile Jesús Borja había confesado a una muerta.

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