/ miércoles 25 de enero de 2023

La Leyenda del callejón del Infierno, este se ubica en la ciudad de Guanajuato

Florentino un minero parrandero que cayó en la tentación de ver el rostro y la silueta de una bella mujer, pero ese gusto lo llevaría al sótano del infierno

Irapuato, Gto. Hace mucho tiempo hubo un viejito que salía todas las tardes a esperar el ocaso en su silla de bejuco, temeroso de la caída de la noche se sentaba arrebujado bajo la luz del atardecer en la puerta de su casa en el callejón de Terremoto, cuenta la leyenda quien se acercara le contaba la misma historia que, según él, le había sucedido en su juventud.

Se trataba de Florentino Montenegro que había sido gambusino de la mina de San Juan de Rayas.

Corría el siglo XVIII Florentino era muy parrandero, una noche de crudo invierno, a salir de la cantina pasaba por un callejón aledaño al de Perros Muertos, cuando escucho una voz femenina, melodiosa y magnética que lo llamaban desde una puerta y lo invitaba a entrar con ella a una casa.

Una vez que sus ojos se acostumbraron a la penumbra, distinguió el rostro y la silueta de la mujer que era muy bella, de modo que aceptó su invitación y entró con la esperanza de seducirla y dispuesto a aceptar todo lo que ella le propusiera con tal de lograr sus favores, ya en la habitación ella le dio a beber un extraño brebaje, Florentino a penas tuvo tiempo de observar el lugar, en el fondo en la esquina del cuarto se anunciaban unas escaleras que daban a otro cuarto subterráneo del que salía un resplandor y un vapor misteriosos.

La bella mujer le hizo saber que accedería a sus galanteos sólo si la seguía al interior de ese subterráneo, Florentino accedió sin reparos entonces la mujer le entrego una antorcha, la tomo y lo guío al interior.

Los dos descendieron por las escaleras interminables más tarde Florentino contó que le pareció bajar durante horas y que conforme descendía se acentuaba el calor, el resplandor que lo cegaba y una bruma negra y espesa, ante la que ella ni se inmutaba y al llegar al fondo, el minero se encontró con un sitio espeluznante que continuamente cambiaba, al principio le pareció ver que de las paredes se desprendía lava ardiente, pero de pronto ya eran muros infectos en los que había hombres encadenados con grilletes y algunas osamentas, Florentino y su hermosa acompañante pasaron por un largo y tenebroso pasillo en el que había dispuestos en corredor un sinfín de cadáveres secos como momias.

Finalmente llegaron a una galería donde encontraron figuras grotescas alrededor de una gran fogata, de pronto apareció un ser oscuro un hombre fuerte y alto con cola de lagarto que tocaba demencialmente un violín, mientras danzaba y daba brincos al ritmo de su propia música.

A su alrededor había miles de serpientes arrastrándose por el piso y sus nudos formaban una enorme alfombra, en un cuarto contiguo se escuchaban alaridos de hombres y mujeres mortificados que lanzaban aullidos de dolor indescriptible, por todas partes resplandecía gran cantidad de oro y plata repartidos en montones.

En un momento dos gigantes de rostros ahumado por el fuego le colocaron a Florentino una cadena al cuello para dejarlo prisionero en ese antro infernal por el resto de la eternidad, el minero cayó presa del espanto por un momento que le pareció infinito hasta que de pronto, volvió a parecer la mujer que lo había llevado y mirándolo fijamente con sus ojos de fuego le dio a beber el mismo extraño brebaje de antes, Florentino bebió y de inmediato cayó dormido presa de un sueño pantanoso y sin imágenes.

A las seis de la mañana siguiente la ronda matutina municipal lo encontró dormido tiritando de frío, tirado en la calle como un indigente en el callejón que desemboca hacia la calle del Hinojo.

Tras la experiencia, Florentino pasó semanas en profundo silencio, finalmente decidió ir a ver al señor cura para contarle que había estado en el infierno, éste escéptico, le pidió que lo llevara ver el lugar y allá fueron.

Para llegar hay que subir hacía la plaza de Mexiamora, del lado derecho un vertedero ahora olvidado indica el lugar, nunca da el sol en ese callejón sombrío y helado que lleva por una larga balaustra hasta una casa al fondo, para su sorpresa cuando llegaron al sitio el sacerdote recordó que en efecto en la casa indicada por Florentino había vivido una bella mujer pero ella había muerto 30 años atrás y el mismo le había dado los santos óleos.

El sitio estaba abandonado sin embargo entraron y dieron con la supuesta entrada hacía el sótano donde el minero aún atemorizado recordaba que habían estado las escaleras, entraron pero pronto descubrieron que era una salida que daba hacía otro callejón, anonadados abandonaron el lugar.

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Pronto se corrió la historia de la aventura infernal de Florentino el lugar fue bendecido y las beatas dejaron de pasar por ahí, no los pájaros querían sobrevolar esa finca que siguió abandonada muchos años, el señor cura mando tapar la puerta con ladrillos, así que la entrada al sótano de las escaleras infernales se perdió donde termina el largo muro del que desde entonces se conoce como callejón del infierno.

Irapuato, Gto. Hace mucho tiempo hubo un viejito que salía todas las tardes a esperar el ocaso en su silla de bejuco, temeroso de la caída de la noche se sentaba arrebujado bajo la luz del atardecer en la puerta de su casa en el callejón de Terremoto, cuenta la leyenda quien se acercara le contaba la misma historia que, según él, le había sucedido en su juventud.

Se trataba de Florentino Montenegro que había sido gambusino de la mina de San Juan de Rayas.

Corría el siglo XVIII Florentino era muy parrandero, una noche de crudo invierno, a salir de la cantina pasaba por un callejón aledaño al de Perros Muertos, cuando escucho una voz femenina, melodiosa y magnética que lo llamaban desde una puerta y lo invitaba a entrar con ella a una casa.

Una vez que sus ojos se acostumbraron a la penumbra, distinguió el rostro y la silueta de la mujer que era muy bella, de modo que aceptó su invitación y entró con la esperanza de seducirla y dispuesto a aceptar todo lo que ella le propusiera con tal de lograr sus favores, ya en la habitación ella le dio a beber un extraño brebaje, Florentino a penas tuvo tiempo de observar el lugar, en el fondo en la esquina del cuarto se anunciaban unas escaleras que daban a otro cuarto subterráneo del que salía un resplandor y un vapor misteriosos.

La bella mujer le hizo saber que accedería a sus galanteos sólo si la seguía al interior de ese subterráneo, Florentino accedió sin reparos entonces la mujer le entrego una antorcha, la tomo y lo guío al interior.

Los dos descendieron por las escaleras interminables más tarde Florentino contó que le pareció bajar durante horas y que conforme descendía se acentuaba el calor, el resplandor que lo cegaba y una bruma negra y espesa, ante la que ella ni se inmutaba y al llegar al fondo, el minero se encontró con un sitio espeluznante que continuamente cambiaba, al principio le pareció ver que de las paredes se desprendía lava ardiente, pero de pronto ya eran muros infectos en los que había hombres encadenados con grilletes y algunas osamentas, Florentino y su hermosa acompañante pasaron por un largo y tenebroso pasillo en el que había dispuestos en corredor un sinfín de cadáveres secos como momias.

Finalmente llegaron a una galería donde encontraron figuras grotescas alrededor de una gran fogata, de pronto apareció un ser oscuro un hombre fuerte y alto con cola de lagarto que tocaba demencialmente un violín, mientras danzaba y daba brincos al ritmo de su propia música.

A su alrededor había miles de serpientes arrastrándose por el piso y sus nudos formaban una enorme alfombra, en un cuarto contiguo se escuchaban alaridos de hombres y mujeres mortificados que lanzaban aullidos de dolor indescriptible, por todas partes resplandecía gran cantidad de oro y plata repartidos en montones.

En un momento dos gigantes de rostros ahumado por el fuego le colocaron a Florentino una cadena al cuello para dejarlo prisionero en ese antro infernal por el resto de la eternidad, el minero cayó presa del espanto por un momento que le pareció infinito hasta que de pronto, volvió a parecer la mujer que lo había llevado y mirándolo fijamente con sus ojos de fuego le dio a beber el mismo extraño brebaje de antes, Florentino bebió y de inmediato cayó dormido presa de un sueño pantanoso y sin imágenes.

A las seis de la mañana siguiente la ronda matutina municipal lo encontró dormido tiritando de frío, tirado en la calle como un indigente en el callejón que desemboca hacia la calle del Hinojo.

Tras la experiencia, Florentino pasó semanas en profundo silencio, finalmente decidió ir a ver al señor cura para contarle que había estado en el infierno, éste escéptico, le pidió que lo llevara ver el lugar y allá fueron.

Para llegar hay que subir hacía la plaza de Mexiamora, del lado derecho un vertedero ahora olvidado indica el lugar, nunca da el sol en ese callejón sombrío y helado que lleva por una larga balaustra hasta una casa al fondo, para su sorpresa cuando llegaron al sitio el sacerdote recordó que en efecto en la casa indicada por Florentino había vivido una bella mujer pero ella había muerto 30 años atrás y el mismo le había dado los santos óleos.

El sitio estaba abandonado sin embargo entraron y dieron con la supuesta entrada hacía el sótano donde el minero aún atemorizado recordaba que habían estado las escaleras, entraron pero pronto descubrieron que era una salida que daba hacía otro callejón, anonadados abandonaron el lugar.

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Pronto se corrió la historia de la aventura infernal de Florentino el lugar fue bendecido y las beatas dejaron de pasar por ahí, no los pájaros querían sobrevolar esa finca que siguió abandonada muchos años, el señor cura mando tapar la puerta con ladrillos, así que la entrada al sótano de las escaleras infernales se perdió donde termina el largo muro del que desde entonces se conoce como callejón del infierno.

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