En la celebración del XX Aniversario de nuestra Diócesis, proclamamos nuevamente que el centro de nuestra vida, de nuestra misión y de todos nuestros afanes es Cristo, en nuestra Diócesis hecho rostro misericordioso en la imagen del Cristo Negro, Señor del Hospital. Frente a la crisis antropológica donde el hombre no sabe quién es, ni dónde va y se encuentra perdido y jalonado por valores y bienes efímeros, proclamamos junto con San Pablo: “Nosotros predicamos a Cristo Crucificado, que es escándalo… que es locura… en cambio para nosotros es fuerza y sabiduría de Dios”. Al proclamar a Cristo, descubrimos que también reconocemos la dignidad y el valor de la persona humana. Cuando desconocemos a Cristo, destruimos también al hombre.
A pesar de todo el desconcierto económico, seguimos en la época del “mercado total”, en el cual lo decisivo es ganar, adquirir prestigio y bienestar, acumular bienes. Aparece como una nueva religión con su propio credo y sus mandamientos, con sus adoradores y sus sacrificios, con sus templos y sus ritos, con sus promesas de felicidad plena. Hemos convertido el mercado en una religión y con frecuencia se ha convertido a las religiones en un mercado, donde se vende, se compra, se engaña, se gana y se pierde. Vivimos en una civilización que tiene como centro de pensamiento y criterio de actuación, el anhelo de ganar y tener dinero. El refrán gringo “el tiempo es dinero”, se ha metido, primero disimuladamente y después descaradamente, en nuestro corazón, hasta pervertir el sentido de la vida, del tiempo, de la persona; para tasarlo todo en signos monetarios. Por el dinero se es capaz de sacrificios, de renuncias, de cambio de criterios. Y se profana lo más sagrado: el “templo de Dios”.
Se olvida que la persona es el templo de Dios y se le compra y se le vende; hay mercaderes de niños y mercaderes de sexo; hay quien negocia con la vida, con los órganos humanos, con los sueños y los anhelos más profundos. Se presentan traficantes de droga que matan el alma y el cuerpo, que negocian con las armas y con las almas, que destruyen pueblos y asesinan familias en su loca ambición de más y más dinero.
La purificación del culto
Pocas veces encontramos tan enojado e iracundo a Jesús. Algunos hasta les parece una escena que deberíamos quitar del evangelio para no escandalizar… pero, quizás debamos pensar al contrario y mirar si hoy Jesús también tendría que tomar su látigo y arrojar lejos a todos los que profanan y destruyen sus templos sagrados. No estamos acostumbrados a una imagen violenta de un Mesías golpeando a la gente con un azote en las manos, sin embargo, esta es la reacción de Jesús cuando hacemos de su casa no un lugar de oración y encuentro, sino un mercado donde se manipula lo sagrado y no se respeta lo divino. Y, sobre todo, esta es la reacción de Jesús cuando se pervierte y manipula mercantilmente la dignidad de la persona, cuando se le ve con signo de pesos, cuando se le convierte en un objeto más de negociación.
Juan coloca esta expulsión de los mercaderes del templo al inicio de su Evangelio, como para presentarnos, desde el comienzo, el programa de Jesús: se inaugura un nuevo tiempo y un nuevo templo. Se adorará al Señor en un nuevo espíritu y con un nuevo corazón. Cristo mismo dice que es Él es el templo que destruirán y que resucitará al tercer día. Y realmente ahora nos da la oportunidad de revisar a fondo nuestra vida y nuestro programa. Es una invitación sería de Jesús, devorado por el celo de la Casa de su Padre, que nos exige respeto para su templo material y dignidad para el sagrado templo que es cada persona.
Reflexión profunda la de este día: ¿En qué basamos nuestra propia dignidad? ¿No nos hemos pervertido corrompidos por el dinero y la ambición? ¿Miramos a los hermanos como templos de Dios o nos hemos convertido en ladrones de su dignidad? ¿Qué nos dice hoy Jesús en nuestra manera de vivir y de relacionarnos con Dios y los demás? ¿Asistimos a las celebraciones para encontrarnos con el Padre y los hermanos, o sólo por ritualismo y costumbre?
Obispo de la Diócesis de Irapuato
@ObispodeIrapuato