/ domingo 8 de octubre de 2023

¿Cómo cuidamos del pueblo, la viña amada del Señor?

Hoy Isaías y San Lucas ponen ante nuestros ojos una de las grandes imágenes de la Biblia: la vid, que está muy unida a la realidad del amor de Dios. El canto de la viña se convierte en la historia del amor de Dios por Israel, el pueblo que él eligió.
Mas dura y más grave se propone hoy la parábola de los viñadores homicidas. A la propuesta de un amor que supera las infidelidades, que obstinado se ofrece una y otra vez buscando renovar los perdidos delirios del amor inicial, aparece la dura realidad de rechazo, de creciente violencia hasta terminar en la barbarie del asesinato del hijo y heredero único. ¿Será una exageración esta narración tan violenta donde por una viña se golpea, se apedrea y se termina por asesinar al heredero? Suena triste, pero nuestra realidad va mucho más allá: se asesina por unos cuantos pesos, se mata por ambición de poder y se secuestra y se mutila simplemente porque se le antoja al malhechor o porque se ha sentido ofendido por una mirada. Se ha perdido toda la dimensión de una viña, de una vida, que nos ofrece Dios por amor y para el amor. Se hace realidad el reclamo de amor del amante: “Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad, honradez, y hay alaridos”. Nuestra patria se llena de luto y de llanto por tantas injusticias de criminales y de autoridades coludidas en una guerra sin sentido y sin fin, en un afán de manifestación de poderes y de venganzas y las pobres víctimas, silenciosas e impotentes, permanecen en el anonimato y en el olvido. ¡Cómo se hace realidad esta parábola tan trágica que nos narra el mismo Jesús!

El cuidado de Dios y el descuido humano

En la parábola hay dos aspectos que no podemos dejar de lado: el primero es que tiene una muy clara dedicatoria: “ está dirigida a los jefes y representantes del pueblo, tanto de aquel tiempo como de este y presenta una clara acusación contra los responsables que no han entregado frutos de justicia y rectitud. Toda persona que ostente algún grado de autoridad también tendrá algún grado de responsabilidad en esta situación tan deplorable. Mientras más grande sea la autoridad, más grave la responsabilidad. No podremos actuar con indiferencia, pasividad o temor pues está de por medio la justicia.
El segundo aspecto será descubrir cómo la parábola encierra en si misma un poema del amor esponsal maravilloso de Dios por su pueblo y por cada uno de nosotros. Dios es el viñador y su pueblo la viña a la que canta sus coplas de amor. Nos canta una historia de amor personal: Dios ama a su pueblo, Dios tiene un amor personalizado para cada uno de nosotros, su viña. Dios se ha enamorado de mí y toda mi vida es una historia de amor. Dios es el amante loco que suspira por la respuesta amorosa de su amada. Hoy todos los acontecimientos me hablan y, si estoy atento, me cantarán y me contarán una preciosa historia de amor. Dios se ha dejado llevar por la locura de su amor hacia mí. La naturaleza, el amanecer, la lluvia, los sonidos, una oscura noche, me traen en su rumor algo que me suena y resuena en el corazón: “Dios me ama”. Si miro mi propia vida, cada instante, cada rincón, me dirá cómo me ha cuidado y amado el Señor.
La parábola nos lleva a una toma de conciencia y de responsabilidad frente al proyecto del Padre. Tenemos que abrir los ojos, la mente y el corazón, y comprometernos a defender y a luchar por la viña, la humanidad y nuestra propia comunidad.
Creemos en el Evangelio, buena nueva, y estamos seguros de poder construir una viña donde no haya gritos de dolor ni de miseria, donde se encuentren frutos de justicia, de paz y reconciliación. El amor que Dios tiene a su viña, el amor que Dios me tiene a mí personalmente, nos lanza a esta aventura de cuidar y responsabilizarnos de la comunidad y del mundo que habitamos. Es problema de todos, pero también es problema mío. ¿Qué frutos estamos dando nosotros? ¿Cómo cuidamos del pueblo, la viña amada del Señor?

Obispo de la Diócesis de Irapuato
Facebook @ObispodeIrapuato
Hoy Isaías y San Lucas ponen ante nuestros ojos una de las grandes imágenes de la Biblia: la vid, que está muy unida a la realidad del amor de Dios. El canto de la viña se convierte en la historia del amor de Dios por Israel, el pueblo que él eligió.
Mas dura y más grave se propone hoy la parábola de los viñadores homicidas. A la propuesta de un amor que supera las infidelidades, que obstinado se ofrece una y otra vez buscando renovar los perdidos delirios del amor inicial, aparece la dura realidad de rechazo, de creciente violencia hasta terminar en la barbarie del asesinato del hijo y heredero único. ¿Será una exageración esta narración tan violenta donde por una viña se golpea, se apedrea y se termina por asesinar al heredero? Suena triste, pero nuestra realidad va mucho más allá: se asesina por unos cuantos pesos, se mata por ambición de poder y se secuestra y se mutila simplemente porque se le antoja al malhechor o porque se ha sentido ofendido por una mirada. Se ha perdido toda la dimensión de una viña, de una vida, que nos ofrece Dios por amor y para el amor. Se hace realidad el reclamo de amor del amante: “Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad, honradez, y hay alaridos”. Nuestra patria se llena de luto y de llanto por tantas injusticias de criminales y de autoridades coludidas en una guerra sin sentido y sin fin, en un afán de manifestación de poderes y de venganzas y las pobres víctimas, silenciosas e impotentes, permanecen en el anonimato y en el olvido. ¡Cómo se hace realidad esta parábola tan trágica que nos narra el mismo Jesús!

El cuidado de Dios y el descuido humano

En la parábola hay dos aspectos que no podemos dejar de lado: el primero es que tiene una muy clara dedicatoria: “ está dirigida a los jefes y representantes del pueblo, tanto de aquel tiempo como de este y presenta una clara acusación contra los responsables que no han entregado frutos de justicia y rectitud. Toda persona que ostente algún grado de autoridad también tendrá algún grado de responsabilidad en esta situación tan deplorable. Mientras más grande sea la autoridad, más grave la responsabilidad. No podremos actuar con indiferencia, pasividad o temor pues está de por medio la justicia.
El segundo aspecto será descubrir cómo la parábola encierra en si misma un poema del amor esponsal maravilloso de Dios por su pueblo y por cada uno de nosotros. Dios es el viñador y su pueblo la viña a la que canta sus coplas de amor. Nos canta una historia de amor personal: Dios ama a su pueblo, Dios tiene un amor personalizado para cada uno de nosotros, su viña. Dios se ha enamorado de mí y toda mi vida es una historia de amor. Dios es el amante loco que suspira por la respuesta amorosa de su amada. Hoy todos los acontecimientos me hablan y, si estoy atento, me cantarán y me contarán una preciosa historia de amor. Dios se ha dejado llevar por la locura de su amor hacia mí. La naturaleza, el amanecer, la lluvia, los sonidos, una oscura noche, me traen en su rumor algo que me suena y resuena en el corazón: “Dios me ama”. Si miro mi propia vida, cada instante, cada rincón, me dirá cómo me ha cuidado y amado el Señor.
La parábola nos lleva a una toma de conciencia y de responsabilidad frente al proyecto del Padre. Tenemos que abrir los ojos, la mente y el corazón, y comprometernos a defender y a luchar por la viña, la humanidad y nuestra propia comunidad.
Creemos en el Evangelio, buena nueva, y estamos seguros de poder construir una viña donde no haya gritos de dolor ni de miseria, donde se encuentren frutos de justicia, de paz y reconciliación. El amor que Dios tiene a su viña, el amor que Dios me tiene a mí personalmente, nos lanza a esta aventura de cuidar y responsabilizarnos de la comunidad y del mundo que habitamos. Es problema de todos, pero también es problema mío. ¿Qué frutos estamos dando nosotros? ¿Cómo cuidamos del pueblo, la viña amada del Señor?

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