/ viernes 4 de diciembre de 2020

Oaxaqueñas no dejan morir sus sueños pese al Covid-19

Con muchas necesidades, pero más ganas de salir adelante, estas mujeres sacan adelante a sus familias y empleados

Oaxaca.- El 23 de marzo pasado se presentó en Oaxaca el primer caso de Covid-19 y a partir de esa fecha se impusieron las medidas sanitarias que impidieron al restaurante Casa Maguey, ubicado en los Valles Centrales del estado, seguir operando pues la renta de 20 mil pesos mensuales, los gastos y un robo lo hizo incosteable.

Sin embargo, Olga Sorroza, la dueña, no dejó morir el sueño que tenía cuando emprendió su restaurante y conociendo la necesidad de sus empleados, trasladó el negocio a su casa, donde bajo el nombre de Antojos Mexicanos vende comida a domicilio, empresas privadas y dependencias del gobierno.

➡️ Descarga aquí A un año... Historia breve del Covid-19

No tuvimos que despedir a nuestros empleados, y contrario a ello, utilizamos a otras personas para llevar nuestros alimentos y eso genera que la economía se siga moviendo, y aunque dejamos los platillos gourmet para dar paso a guisos más sencillos para disminuir costos, hoy seguimos haciendo lo que más amamos”, refiere.

Con diabetes tipo II, hipertensión arterial y sobrepeso, María Jiménez es otra historia de éxito que ha surgido en medio de la pandemia.

Despedida de su antiguo trabajo, una fábrica de madera, la pasó “jodidamente mal” durante el primer mes de confinamiento. La renta y los alimentos para ella y sus tres pequeños absorbieron los pocos ahorros que tenía.

Sin saber a dónde ir, comenzó a buscar trabajo, pero tuvo poco éxito por su escasa preparación académica y experiencia laboral. Primero se empleó lavando ropa ajena, que poco le sirvió para cubrir sus necesidades, por lo que invadida por el miedo, ingresó a prestar servicios como afanadora en un hospital Covid-19.

Sólo resistió un mes. Fue asignada al área de contagio y ahí le llegó la depresión al ver todos los días gente intubada y el saber que muchos no sobrevivirían le llevó a presentar su renuncia. No podía llegar a su casa sin ponerse a llorar, sin pensar que sería de sus hijos si ella se contagiaba y moría.

Foto: Cortesía | Ayuntamiento de Xoxocotlán

Fue ahí donde se dio cuenta de algo, su amor por las plantas podría salvarla.Y es que a lo largo de los años había recolectado ejemplares de todo tipo que sembraba en cualquier espacio a su alcance. Cola de borrego en latas de refresco, mala madre, geranios, rosales, dedos de dios y sobre todo suculentas.

Además, su vecina conocía gente de Santa María Atzompa, un lugar en Oaxaca en donde elaboran macetas, así que decidió arriesgarse e invertir su último salario en comprar algunas bellezas artesanales, así empezó a acudir al Jardín Morelos un lugar que se ha convertido en una zona tradicional para la venta e intercambio de plantas.

Su primer lote se había vendido en sólo dos fines de semana, lo que le permitió recuperar su inversión y obtener un poco de ganancia, pero estuvo a punto de desistir por el cierre del lugar ante la pandemia.

Su vecina nuevamente entró a su rescate al darle la idea de comercializar vía redes sociales y prestarle su internet para hacerlo.

Así nació “Ye´e cub” (flor nueva) un lugar en el que se dedica a pintar, arreglar y comercializar las macetas, que por alguna extraña razón, dice, se están vendiendo como nunca, y con esto ha podido sobrevivir y mantener a su familia, pagar su renta; pero sobre todo ha podido mantenerse segura y más cerca de sus hijos.

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Oaxaca.- El 23 de marzo pasado se presentó en Oaxaca el primer caso de Covid-19 y a partir de esa fecha se impusieron las medidas sanitarias que impidieron al restaurante Casa Maguey, ubicado en los Valles Centrales del estado, seguir operando pues la renta de 20 mil pesos mensuales, los gastos y un robo lo hizo incosteable.

Sin embargo, Olga Sorroza, la dueña, no dejó morir el sueño que tenía cuando emprendió su restaurante y conociendo la necesidad de sus empleados, trasladó el negocio a su casa, donde bajo el nombre de Antojos Mexicanos vende comida a domicilio, empresas privadas y dependencias del gobierno.

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No tuvimos que despedir a nuestros empleados, y contrario a ello, utilizamos a otras personas para llevar nuestros alimentos y eso genera que la economía se siga moviendo, y aunque dejamos los platillos gourmet para dar paso a guisos más sencillos para disminuir costos, hoy seguimos haciendo lo que más amamos”, refiere.

Con diabetes tipo II, hipertensión arterial y sobrepeso, María Jiménez es otra historia de éxito que ha surgido en medio de la pandemia.

Despedida de su antiguo trabajo, una fábrica de madera, la pasó “jodidamente mal” durante el primer mes de confinamiento. La renta y los alimentos para ella y sus tres pequeños absorbieron los pocos ahorros que tenía.

Sin saber a dónde ir, comenzó a buscar trabajo, pero tuvo poco éxito por su escasa preparación académica y experiencia laboral. Primero se empleó lavando ropa ajena, que poco le sirvió para cubrir sus necesidades, por lo que invadida por el miedo, ingresó a prestar servicios como afanadora en un hospital Covid-19.

Sólo resistió un mes. Fue asignada al área de contagio y ahí le llegó la depresión al ver todos los días gente intubada y el saber que muchos no sobrevivirían le llevó a presentar su renuncia. No podía llegar a su casa sin ponerse a llorar, sin pensar que sería de sus hijos si ella se contagiaba y moría.

Foto: Cortesía | Ayuntamiento de Xoxocotlán

Fue ahí donde se dio cuenta de algo, su amor por las plantas podría salvarla.Y es que a lo largo de los años había recolectado ejemplares de todo tipo que sembraba en cualquier espacio a su alcance. Cola de borrego en latas de refresco, mala madre, geranios, rosales, dedos de dios y sobre todo suculentas.

Además, su vecina conocía gente de Santa María Atzompa, un lugar en Oaxaca en donde elaboran macetas, así que decidió arriesgarse e invertir su último salario en comprar algunas bellezas artesanales, así empezó a acudir al Jardín Morelos un lugar que se ha convertido en una zona tradicional para la venta e intercambio de plantas.

Su primer lote se había vendido en sólo dos fines de semana, lo que le permitió recuperar su inversión y obtener un poco de ganancia, pero estuvo a punto de desistir por el cierre del lugar ante la pandemia.

Su vecina nuevamente entró a su rescate al darle la idea de comercializar vía redes sociales y prestarle su internet para hacerlo.

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