/ viernes 5 de marzo de 2021

La doble carga para las mujeres sigue: Felicitas Martínez

La pandemia es un desastre para la región de la montaña de Guerrero. "Todos los pueblos bajábamos a vender a las cabeceras municipales y todo eso no se puede vender"

La pandemia de Covid-19 es un desastre para la región de la montaña de Guerrero, “porque todos los pueblos bajábamos a vender a las cabeceras municipales: café, canela, jamaica; hoy es temporada de venta, porque la cosecha es en diciembre. Y todo eso no se puede vender por el asunto de la pandemia. A pesar de que la radio daba información. No se solucionó”.

En una conversación fluida y trastocadora, Felicitas Martínez Solano, indígena me’phaa, dirigente comunitaria y líder internacional, deja oír su voz y escuchándola puedes ver y sentir cómo la nueva situación le ha cambiado la vida, a ella y a los pueblos indígenas.

“Los primeros meses en el pueblo hubo una restricción, desgraciadamente como muchos hermanos y hermanas estaban en (la Ciudad de) México, trabajando en restaurantes o como meseros. Así, regresaron al pueblo, pero el pueblo no los aceptó ‘si ustedes están contagiados allá se quedan’”.

“También las enfermeras, ahí están, pero sólo te atienden casos específicos, medicamento no tienen, tú lo vas a comprar; te imaginas los que estamos en la ciudad, ¿ahora los que están en la montaña?”, dijo.

En su pueblo funciona una de las Casas de Atención a la Mujer Indígena y Afromexicana, las Camis. Ya tiene más de 15 años, y Felicitas recuerda que ella fue una de las pioneras de las CAMI o en Metepec la Casa de Manos Unidas.

“Antes de la pandemia, ahí se atendían partos, la violencia, canalizaban a las mujeres a un hospital regional. Pero se cerraron un buen tiempo, en 2019, porque no había presupuesto del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, antes sí, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas CDI, tenía más. Hoy el presupuesto es tan pequeño, que no da para su trabajo”.

“Pienso que es algo contradictorio. El Presidente dice ‘primero los pobres’, pero no puede decir eso, porque ahora le quita el presupuesto; eso es algo muy grave, más para las mujeres, está mal al no atender a las embarazadas; las CAMI nacieron porque Guerrero tenía el primer lugar en mortalidad materna. Ha variado muy poco. Así aguantaron, sin apoyos, sin nada, trabajaron con recursos propios sólo dos meses. Las cerraron y reabrieron, pero con muy poquito recurso.

“Los recursos federales se van todos a la salud, al asunto de la pandemia del Covid; cesaron los proyectos productivos. Lo único que pido es que de verdad se aplique, porque muchas compañeras y hermanos indígenas, dieron la lucha para los pueblos indígenas, y ahora se están muriendo por Covid, eso ya es otra condición y están llenísimos los hospitales, a la gente la dejan afuera”.

Una vida de lucha

Felicitas Martínez Solano tiene una amplia experiencia, nacional e internacional, es senadora suplente de Nestora Salgado. Salió muy joven de Potrecillo Mapinole, de San Luis Acatlán, fue a la universidad, estudio Derecho para defender los derechos de sus comunidades, de las mujeres, porque quedó impactada tras el asesinato de su prima Abina Martínez Paulino, violada y asesinada con el mismo machete con que la muchacha trabajaba en el campo, aun impune.

Llegó a ser la presidenta de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias/Policía Comunitaria CRAC/PC, de la región de la montaña. Es parte del Enlace Continental de Mujeres Indígenas.

Y cuenta: reflexionas “de que sirve tanto esfuerzo, yo me iba a la montaña, todo un recorrido a dar los talleres a los comunitarios y no me pagaban porque era una obligación como consejera y aprendí a devolverlo a los nuevos que entran, ¿no?”.

Ha escrito su experiencia, y dice no entender cómo ahora tiene que seguir luchando por los derechos políticos y por una tarjeta para tener acceso a las clases por internet. Considera que hay una contradicción en el discurso oficial, “primero los pobres, pero los pobres estamos igual o peor”.

Reconoce cambios: “yo dejaba a mis hijas aquí y decía ‘no, ya voy a hacer mis cosas también, estudie la universidad, ahora me quiero titular’”, - es abogada- y hay que compartir conocimiento a las nuevas generaciones de las mujeres que viven en este proceso distinto, diferente.

La violencia en contra de las mujeres es un tema relevante para ella.

“Sí hay violencia, pero como tenemos el sistema comunitario, ellos saben, ‘tú me pegas y te llevo a la comunitaria’, les obligan a acarrear piedra, el que pega acarrea piedra. Eso les da miedo; pero también ya saben que no pueden golpear a las mujeres porque es un delito e irán mucho tiempo a la cárcel. Y los comisarios, nosotras las autoridades advertimos ‘no pueden pegar a una mujer’, irán al ministerio público y allá hay una sanción”.

Hablando le viene encima su experiencia de defensora. Habla de la doble carga que las mujeres llevan.

En las ciudades, dice, ellas trabajan de secretarias, asistentes de su jefe; se dan cuenta de mal trato. Ahí se genera un conflicto. “En la casa, porque no nada más estás haciendo tu trabajo institucional, sino trabajo doméstico: que darle de comer a los hijos, que lavas tus trastes; él también está trabajando, pero no está haciendo el mismo trabajo. Falta el equilibrio. Hay conflicto.

“Hoy las mujeres que tenemos la autonomía en lo económico, que ganamos nuestro dinerito, provoca recelo por parte de tu compañero, aunque tenga maestría o doctorado, yo ya lo probé en varias experiencias, hable con mis compañeros. El hombre no se quita todavía ese enojo, cuando debían pensar. ‘si yo fuera hombre, yo contento… de que estamos trabajando los dos, podemos compartir recursos y apoyar a nuestros hijos...’ Eso no se entiende. Así las mujeres sufrimos violencia”.

En la Costa Chica guerrerense, donde ahora vive, los problemas que aparecieron en este periodo de contingencia son muy complejos. Sobre todo en casa y por la falta de escuela.

“Antes el maestro, llegaba los lunes, temprano, a dar clases, hasta los viernes; ahora el maestro va un día a dejar la tarea y pide ‘me la mandas por whattsapp’. Hay que comprar fichitas, las ingresas a una hora que te da y con mala señal, se va, te dice reconectando de nuevo; pues ya se te acabo la fichita. Y el dinero”.

Muchas mamás empeñaron sus terrenos, detalla, vendieron todo lo que tenían para comprar un celular inteligente a los hijos, para hacer la tare; “no, si a mí me pesó que vivo en la ciudad, y en la orilla. ¿Qué pasa allá arriba?”.

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“Yo tenía mucho miedo de entrar a esa clase de Zoom; y decía mira, tienes que aprender hija porque yo le puché por todos lados y lo descomponemos, al fin y al cabo, la computadora ya está usada, la descomponemos y ya ni modo, como caiga.

“Escuché a una maestra, de la zona migrante de Acapulco, me dijo que prefiere regresar al aula y que hay niños que no saben leer, que van en sexto que no me lee bien, por ello quieren regresar a las aulas. No se puede por las condiciones. Los niños se sienten mal. ¿Y los que no tienen computadora? A una vecina le costó 17 mil pesos, para la nieta que va a la secundaria. ¿Te imaginas?”

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La pandemia de Covid-19 es un desastre para la región de la montaña de Guerrero, “porque todos los pueblos bajábamos a vender a las cabeceras municipales: café, canela, jamaica; hoy es temporada de venta, porque la cosecha es en diciembre. Y todo eso no se puede vender por el asunto de la pandemia. A pesar de que la radio daba información. No se solucionó”.

En una conversación fluida y trastocadora, Felicitas Martínez Solano, indígena me’phaa, dirigente comunitaria y líder internacional, deja oír su voz y escuchándola puedes ver y sentir cómo la nueva situación le ha cambiado la vida, a ella y a los pueblos indígenas.

“Los primeros meses en el pueblo hubo una restricción, desgraciadamente como muchos hermanos y hermanas estaban en (la Ciudad de) México, trabajando en restaurantes o como meseros. Así, regresaron al pueblo, pero el pueblo no los aceptó ‘si ustedes están contagiados allá se quedan’”.

“También las enfermeras, ahí están, pero sólo te atienden casos específicos, medicamento no tienen, tú lo vas a comprar; te imaginas los que estamos en la ciudad, ¿ahora los que están en la montaña?”, dijo.

En su pueblo funciona una de las Casas de Atención a la Mujer Indígena y Afromexicana, las Camis. Ya tiene más de 15 años, y Felicitas recuerda que ella fue una de las pioneras de las CAMI o en Metepec la Casa de Manos Unidas.

“Antes de la pandemia, ahí se atendían partos, la violencia, canalizaban a las mujeres a un hospital regional. Pero se cerraron un buen tiempo, en 2019, porque no había presupuesto del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, antes sí, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas CDI, tenía más. Hoy el presupuesto es tan pequeño, que no da para su trabajo”.

“Pienso que es algo contradictorio. El Presidente dice ‘primero los pobres’, pero no puede decir eso, porque ahora le quita el presupuesto; eso es algo muy grave, más para las mujeres, está mal al no atender a las embarazadas; las CAMI nacieron porque Guerrero tenía el primer lugar en mortalidad materna. Ha variado muy poco. Así aguantaron, sin apoyos, sin nada, trabajaron con recursos propios sólo dos meses. Las cerraron y reabrieron, pero con muy poquito recurso.

“Los recursos federales se van todos a la salud, al asunto de la pandemia del Covid; cesaron los proyectos productivos. Lo único que pido es que de verdad se aplique, porque muchas compañeras y hermanos indígenas, dieron la lucha para los pueblos indígenas, y ahora se están muriendo por Covid, eso ya es otra condición y están llenísimos los hospitales, a la gente la dejan afuera”.

Una vida de lucha

Felicitas Martínez Solano tiene una amplia experiencia, nacional e internacional, es senadora suplente de Nestora Salgado. Salió muy joven de Potrecillo Mapinole, de San Luis Acatlán, fue a la universidad, estudio Derecho para defender los derechos de sus comunidades, de las mujeres, porque quedó impactada tras el asesinato de su prima Abina Martínez Paulino, violada y asesinada con el mismo machete con que la muchacha trabajaba en el campo, aun impune.

Llegó a ser la presidenta de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias/Policía Comunitaria CRAC/PC, de la región de la montaña. Es parte del Enlace Continental de Mujeres Indígenas.

Y cuenta: reflexionas “de que sirve tanto esfuerzo, yo me iba a la montaña, todo un recorrido a dar los talleres a los comunitarios y no me pagaban porque era una obligación como consejera y aprendí a devolverlo a los nuevos que entran, ¿no?”.

Ha escrito su experiencia, y dice no entender cómo ahora tiene que seguir luchando por los derechos políticos y por una tarjeta para tener acceso a las clases por internet. Considera que hay una contradicción en el discurso oficial, “primero los pobres, pero los pobres estamos igual o peor”.

Reconoce cambios: “yo dejaba a mis hijas aquí y decía ‘no, ya voy a hacer mis cosas también, estudie la universidad, ahora me quiero titular’”, - es abogada- y hay que compartir conocimiento a las nuevas generaciones de las mujeres que viven en este proceso distinto, diferente.

La violencia en contra de las mujeres es un tema relevante para ella.

“Sí hay violencia, pero como tenemos el sistema comunitario, ellos saben, ‘tú me pegas y te llevo a la comunitaria’, les obligan a acarrear piedra, el que pega acarrea piedra. Eso les da miedo; pero también ya saben que no pueden golpear a las mujeres porque es un delito e irán mucho tiempo a la cárcel. Y los comisarios, nosotras las autoridades advertimos ‘no pueden pegar a una mujer’, irán al ministerio público y allá hay una sanción”.

Hablando le viene encima su experiencia de defensora. Habla de la doble carga que las mujeres llevan.

En las ciudades, dice, ellas trabajan de secretarias, asistentes de su jefe; se dan cuenta de mal trato. Ahí se genera un conflicto. “En la casa, porque no nada más estás haciendo tu trabajo institucional, sino trabajo doméstico: que darle de comer a los hijos, que lavas tus trastes; él también está trabajando, pero no está haciendo el mismo trabajo. Falta el equilibrio. Hay conflicto.

“Hoy las mujeres que tenemos la autonomía en lo económico, que ganamos nuestro dinerito, provoca recelo por parte de tu compañero, aunque tenga maestría o doctorado, yo ya lo probé en varias experiencias, hable con mis compañeros. El hombre no se quita todavía ese enojo, cuando debían pensar. ‘si yo fuera hombre, yo contento… de que estamos trabajando los dos, podemos compartir recursos y apoyar a nuestros hijos...’ Eso no se entiende. Así las mujeres sufrimos violencia”.

En la Costa Chica guerrerense, donde ahora vive, los problemas que aparecieron en este periodo de contingencia son muy complejos. Sobre todo en casa y por la falta de escuela.

“Antes el maestro, llegaba los lunes, temprano, a dar clases, hasta los viernes; ahora el maestro va un día a dejar la tarea y pide ‘me la mandas por whattsapp’. Hay que comprar fichitas, las ingresas a una hora que te da y con mala señal, se va, te dice reconectando de nuevo; pues ya se te acabo la fichita. Y el dinero”.

Muchas mamás empeñaron sus terrenos, detalla, vendieron todo lo que tenían para comprar un celular inteligente a los hijos, para hacer la tare; “no, si a mí me pesó que vivo en la ciudad, y en la orilla. ¿Qué pasa allá arriba?”.

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“Yo tenía mucho miedo de entrar a esa clase de Zoom; y decía mira, tienes que aprender hija porque yo le puché por todos lados y lo descomponemos, al fin y al cabo, la computadora ya está usada, la descomponemos y ya ni modo, como caiga.

“Escuché a una maestra, de la zona migrante de Acapulco, me dijo que prefiere regresar al aula y que hay niños que no saben leer, que van en sexto que no me lee bien, por ello quieren regresar a las aulas. No se puede por las condiciones. Los niños se sienten mal. ¿Y los que no tienen computadora? A una vecina le costó 17 mil pesos, para la nieta que va a la secundaria. ¿Te imaginas?”

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