/ viernes 3 de abril de 2020

Trágico Viernes de Dolores en la capital

Luce triste la ciudad

GUANAJUATO, Gto.- Amanece en Cuévano, un viernes que de acuerdo a la tradición es sinónimo de júbilo, sin embargo, la soledad ha colmado cada uno de los rincones de la capital, el silencio es escalofriante y el patrimonio arquitectónico luce pálido, como si el COVID-19 hubiera contagiado esas paredes bañadas de historia.

Hoy Guanajuato vive una calurosa mañana por las altas temperaturas , no por el cálido recibimiento de los guanajuatenses a tan importante fiesta, en las cuales se respira en el ambiente la paz y el sentido de fraternidad que caracteriza a la capital.

Curiosamente, en la calle no se percibe ese olor a vinagre que aquellas personas emiten a consecuencia de la resaca tras haber dejado el alma, la vida y el corazón en el baile conmemorativo del día de las flores.

Las calles lucen limpias, tan limpias que hacen extrañar aquellos viernes de fiesta donde incluso las vomitadas en o los restos de botellas rotas son indicativo de la gran fiesta que se vivió la noche previa.

El gran guardián de la calle de Sopeña, el majestuoso Teatro Juarez en esta ocasión no fue el anfitrión de la verbena, las flores no decoran sus columnas trazadas delicadamente por manos prodigiosas, no hay altar que emane ese olor a frescura proveniente de las espuelas, las nubes, la manzanilla o las alelíes.

En sus escalinatas no hay marcas de los zapatos de los guanajuatenses que muy temprano acuden a preguntar si “Ya lloró la virgen” a cambio de una refrescante nieve servida por las manos del gobernador en turno.

La deprimente escena hace recordar años mejores, donde no había enfermedades que atentaran contra la salud pública.


⬇️Aquí te explicamos lo que es la Sana Distancia⬇️

Que fiestas aquellas y sus pintorescas escenas, la madre que “dolorosa” arrastra a regañadientes al más pequeño de la casa al Jardín Unión para formar parte de la tradición, o los dos tórtolos que a escondidas de sus padres buscan un rincón para poder saborear los tiernos besos de ángel, y no precisamente hablamos de nieves.

Aunque ya se había anunciado que no habría desayuno para la clase política, se extraña ver a los funcionarios tratando de darse un baño de pueblo, abrazando y saludando a la mayor cantidad de gente posible, como si de competencia se tratara.

Las calles de la capital y su inefable belleza no han sido cubiertos por esa alfombra de confeti y cascarones que se originan luego del estruendoso golpe que generan los huevitos rellenos al impactarse en la cabeza de algún distraído.

Se puede caminar libremente por la ciudad solitaria, no hay que estar empujando al vecino de enfrente para abrirse paso entre la multitud y llegar al punto de encuentro con los amigos.

Eso si, las pocas madres que circulan por el centro no tienen que estar alertas como zurcidas para vigilar a sus niños, que fácilmente se pierden entre la multitud.


⬇️Da clic aquí⬇️

Lo único bueno que ha dejado esta suspensión de las festividades, es que no habrá corazones rotos, no habrá jovencitos que gastan el dinero que tras varios días de trabajo o simplemente de amarrarse las tripitas para comprar el mejor ramo de flores a su alcance, con el cual en muchos casos regresan con el a casa tras el rechazo de la muchachita indiferente a los tiernos sentimientos.

Pero no todo son corazones rotos, pues algunas jóvenes también rechazan y dejan en ridículo a aquel pelafustán que simplemente busca ser reconocido como el más macho por sus amigos, generando la carcajada de los presentes.

Sin embargo, all menos por el 2020, esos son recuerdos que llegan a la mente de los capitalinos que encerrados observan desde sus balcones o ventanales una ciudad opaca, sin festejo, sin viernes de Dolores.

GUANAJUATO, Gto.- Amanece en Cuévano, un viernes que de acuerdo a la tradición es sinónimo de júbilo, sin embargo, la soledad ha colmado cada uno de los rincones de la capital, el silencio es escalofriante y el patrimonio arquitectónico luce pálido, como si el COVID-19 hubiera contagiado esas paredes bañadas de historia.

Hoy Guanajuato vive una calurosa mañana por las altas temperaturas , no por el cálido recibimiento de los guanajuatenses a tan importante fiesta, en las cuales se respira en el ambiente la paz y el sentido de fraternidad que caracteriza a la capital.

Curiosamente, en la calle no se percibe ese olor a vinagre que aquellas personas emiten a consecuencia de la resaca tras haber dejado el alma, la vida y el corazón en el baile conmemorativo del día de las flores.

Las calles lucen limpias, tan limpias que hacen extrañar aquellos viernes de fiesta donde incluso las vomitadas en o los restos de botellas rotas son indicativo de la gran fiesta que se vivió la noche previa.

El gran guardián de la calle de Sopeña, el majestuoso Teatro Juarez en esta ocasión no fue el anfitrión de la verbena, las flores no decoran sus columnas trazadas delicadamente por manos prodigiosas, no hay altar que emane ese olor a frescura proveniente de las espuelas, las nubes, la manzanilla o las alelíes.

En sus escalinatas no hay marcas de los zapatos de los guanajuatenses que muy temprano acuden a preguntar si “Ya lloró la virgen” a cambio de una refrescante nieve servida por las manos del gobernador en turno.

La deprimente escena hace recordar años mejores, donde no había enfermedades que atentaran contra la salud pública.


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Que fiestas aquellas y sus pintorescas escenas, la madre que “dolorosa” arrastra a regañadientes al más pequeño de la casa al Jardín Unión para formar parte de la tradición, o los dos tórtolos que a escondidas de sus padres buscan un rincón para poder saborear los tiernos besos de ángel, y no precisamente hablamos de nieves.

Aunque ya se había anunciado que no habría desayuno para la clase política, se extraña ver a los funcionarios tratando de darse un baño de pueblo, abrazando y saludando a la mayor cantidad de gente posible, como si de competencia se tratara.

Las calles de la capital y su inefable belleza no han sido cubiertos por esa alfombra de confeti y cascarones que se originan luego del estruendoso golpe que generan los huevitos rellenos al impactarse en la cabeza de algún distraído.

Se puede caminar libremente por la ciudad solitaria, no hay que estar empujando al vecino de enfrente para abrirse paso entre la multitud y llegar al punto de encuentro con los amigos.

Eso si, las pocas madres que circulan por el centro no tienen que estar alertas como zurcidas para vigilar a sus niños, que fácilmente se pierden entre la multitud.


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Lo único bueno que ha dejado esta suspensión de las festividades, es que no habrá corazones rotos, no habrá jovencitos que gastan el dinero que tras varios días de trabajo o simplemente de amarrarse las tripitas para comprar el mejor ramo de flores a su alcance, con el cual en muchos casos regresan con el a casa tras el rechazo de la muchachita indiferente a los tiernos sentimientos.

Pero no todo son corazones rotos, pues algunas jóvenes también rechazan y dejan en ridículo a aquel pelafustán que simplemente busca ser reconocido como el más macho por sus amigos, generando la carcajada de los presentes.

Sin embargo, all menos por el 2020, esos son recuerdos que llegan a la mente de los capitalinos que encerrados observan desde sus balcones o ventanales una ciudad opaca, sin festejo, sin viernes de Dolores.

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