/ domingo 17 de octubre de 2021

Volvamos al espíritu leopardiano

Uno de los temas que mayor reflexión suscitó en el ánimo del poeta Giacomo Leopardi fue el de la naturaleza. No por algo desde niño había sido un apasionado estudioso de las ciencias naturales y tenía clara la antinomia entre naturaleza y razón, al ser ésta clara enemiga de aquélla. Sin embargo, conforme transcurrió su corta vida -que no llegó a la cuarta década-, el poeta comenzó a asumir que la “naturaleza” de la naturaleza era absolutamente implacable y que el mundo era amargo a consecuencia del propio hombre. ¿Por qué?

Paradójicamente a causa de la naturaleza, que no sólo era la responsable del destino humano, sino particularmente por ser cruel y caprichosa, aunque de esto último en realidad y a juicio suyo, el hombre no se daba cuenta. Y es que para nuestro poeta, la naturaleza se presentaba ante el hombre bajo un velo, y sólo cuando éste desaparecía, era que la naturaleza mostraba su “verdadera” esencia. No era más esa inmaculada natura, no era más inocente, no era madre, era en cambio “mala y destructiva”, como una “madrastra”.

Una de las obras en las que podemos observar ampliamente el dramático desarrollo de esta concepción leopardiana es justamente el “Dialogo della Natura e di un Islandese”. Texto que será decisivo en su producción, pues en ella establece que para el hombre no hay más alternativa que permanecer en una condición permanente de infelicidad, ya que la naturaleza es absoluta e insensiblemente indiferente ante la trágica condición humana, lo que generaba que la naturaleza deviniera dentro de su concepción prácticamente como la principal protagonista de su “sistema”, de su pensamiento, de su obra en general. De ahí que la mejor representación de la naturaleza la encarnen las imágenes que nos ofrece en su “Dialogo”: erigida como una diosa, como una creadora de leyes rígidas e inmutables, así como una entidad insensible frente a la impotencia de la desventura y de los lamentos humanos.

Tema que llevará igualmente a su obra cumbre: Zibaldone, integrada por apuntes de su reflexión íntima, en la que reconocerá que el hombre primitivo veía a la naturaleza más cercana a él, más próxima, y por lo tanto factible de hablar con ella en su propia lengua. Para lograrlo, nuestro poeta consideraba imprescindible imitar a ésta en su inmutabilidad, lo que además permitiría al autor poder encantar y ser la delicia de su público. Evidentemente una reflexión de suyo contradictoria en el razonamiento leopardiano, por lo que deberíamos preguntarnos: ¿luego entonces terminará encontrando, en algún momento posterior de su vida, algo de positivo en la naturaleza este poeta trágico de la temprana Italia decimonónica? Sin duda, aunque lo hallado nos cimbra. Como buen romántico, ese hallazgo positivo tiene un nombre: muerte. Muerte que para el poeta será, como para tantos otros románticos de su tiempo y como lo será para el propio Pavese un siglo después, su última esperanza, al ser la muerte un regalo de la naturaleza misma, al constituirse ella en el fin de todo.

Sin embargo, no debemos olvidar que cuando llegamos al fin, muchas veces hemos arribado al principio. Esto es lo que nos sucede con Leopardi, que ya en el Zibaldone había dicho también: la lírica es el punto climático de la poesía, solo que este género, como el poeta demostraría, aún tenía que nacer en Italia, es decir, había que crearlo y él se daría a la tarea de realizarlo. En sus “Canti” realizará un trabajo de filigrana lingüística, sobre todo desde el punto de vista fonomorfológico. Era evidente que el autor buscaba encontrar un estilo nuevo. Para ello, recurrirá a un “latinismo semántico”, improvisando sintácticamente rumbo a la innovación a partir de antiguas reglas idiomáticas, combinando elementos y casos gramaticales; explotando el empleo de diversos recursos literarios, como la anástrofe y el hipérbaton, al tiempo que usa un tono solemne que se verá reforzado en sus discursos poderosamente vinculados con la Patria (All’Italia), introduciendo cultismos, neologismos y términos extraños, algunos de autores antiguos, pero alejándose de los patrones tradicionales en busca, nuevamente como buen romántico, de esquemas libres y rimas pletóricas de musicalidad, al ser uno de sus anhelos el poder recuperar la “armonica membratura”.

En suma, al trascender la trágica visión leopardiana sobre la naturaleza, se nos devela el emerger de un alma humana, llena de romanticismo y amor patrio, que a través de la experimentación y exploración estilísticas, buscó no sólo unir a su conglomerado social: ante todo, pretendió sublimar la cultura que subyacía en el fondo de esa lengua en construcción, porque si algo latía en él, era esa necesidad por hacer del lenguaje el instrumento de comunicación más profundo, más elevado y sublime que pudiera existir en su Patria y en la humanidad.

Gran lección de vida y arte que nos llega del pasado ante los impíos contemporáneos que, a través de la palabra, no sólo se dedican a corromper y masacrar al lenguaje, sino a destruir y pulverizar los tejidos humanos del ser nacional.


bettyzanolli@gmail.com


@BettyZanolli

Uno de los temas que mayor reflexión suscitó en el ánimo del poeta Giacomo Leopardi fue el de la naturaleza. No por algo desde niño había sido un apasionado estudioso de las ciencias naturales y tenía clara la antinomia entre naturaleza y razón, al ser ésta clara enemiga de aquélla. Sin embargo, conforme transcurrió su corta vida -que no llegó a la cuarta década-, el poeta comenzó a asumir que la “naturaleza” de la naturaleza era absolutamente implacable y que el mundo era amargo a consecuencia del propio hombre. ¿Por qué?

Paradójicamente a causa de la naturaleza, que no sólo era la responsable del destino humano, sino particularmente por ser cruel y caprichosa, aunque de esto último en realidad y a juicio suyo, el hombre no se daba cuenta. Y es que para nuestro poeta, la naturaleza se presentaba ante el hombre bajo un velo, y sólo cuando éste desaparecía, era que la naturaleza mostraba su “verdadera” esencia. No era más esa inmaculada natura, no era más inocente, no era madre, era en cambio “mala y destructiva”, como una “madrastra”.

Una de las obras en las que podemos observar ampliamente el dramático desarrollo de esta concepción leopardiana es justamente el “Dialogo della Natura e di un Islandese”. Texto que será decisivo en su producción, pues en ella establece que para el hombre no hay más alternativa que permanecer en una condición permanente de infelicidad, ya que la naturaleza es absoluta e insensiblemente indiferente ante la trágica condición humana, lo que generaba que la naturaleza deviniera dentro de su concepción prácticamente como la principal protagonista de su “sistema”, de su pensamiento, de su obra en general. De ahí que la mejor representación de la naturaleza la encarnen las imágenes que nos ofrece en su “Dialogo”: erigida como una diosa, como una creadora de leyes rígidas e inmutables, así como una entidad insensible frente a la impotencia de la desventura y de los lamentos humanos.

Tema que llevará igualmente a su obra cumbre: Zibaldone, integrada por apuntes de su reflexión íntima, en la que reconocerá que el hombre primitivo veía a la naturaleza más cercana a él, más próxima, y por lo tanto factible de hablar con ella en su propia lengua. Para lograrlo, nuestro poeta consideraba imprescindible imitar a ésta en su inmutabilidad, lo que además permitiría al autor poder encantar y ser la delicia de su público. Evidentemente una reflexión de suyo contradictoria en el razonamiento leopardiano, por lo que deberíamos preguntarnos: ¿luego entonces terminará encontrando, en algún momento posterior de su vida, algo de positivo en la naturaleza este poeta trágico de la temprana Italia decimonónica? Sin duda, aunque lo hallado nos cimbra. Como buen romántico, ese hallazgo positivo tiene un nombre: muerte. Muerte que para el poeta será, como para tantos otros románticos de su tiempo y como lo será para el propio Pavese un siglo después, su última esperanza, al ser la muerte un regalo de la naturaleza misma, al constituirse ella en el fin de todo.

Sin embargo, no debemos olvidar que cuando llegamos al fin, muchas veces hemos arribado al principio. Esto es lo que nos sucede con Leopardi, que ya en el Zibaldone había dicho también: la lírica es el punto climático de la poesía, solo que este género, como el poeta demostraría, aún tenía que nacer en Italia, es decir, había que crearlo y él se daría a la tarea de realizarlo. En sus “Canti” realizará un trabajo de filigrana lingüística, sobre todo desde el punto de vista fonomorfológico. Era evidente que el autor buscaba encontrar un estilo nuevo. Para ello, recurrirá a un “latinismo semántico”, improvisando sintácticamente rumbo a la innovación a partir de antiguas reglas idiomáticas, combinando elementos y casos gramaticales; explotando el empleo de diversos recursos literarios, como la anástrofe y el hipérbaton, al tiempo que usa un tono solemne que se verá reforzado en sus discursos poderosamente vinculados con la Patria (All’Italia), introduciendo cultismos, neologismos y términos extraños, algunos de autores antiguos, pero alejándose de los patrones tradicionales en busca, nuevamente como buen romántico, de esquemas libres y rimas pletóricas de musicalidad, al ser uno de sus anhelos el poder recuperar la “armonica membratura”.

En suma, al trascender la trágica visión leopardiana sobre la naturaleza, se nos devela el emerger de un alma humana, llena de romanticismo y amor patrio, que a través de la experimentación y exploración estilísticas, buscó no sólo unir a su conglomerado social: ante todo, pretendió sublimar la cultura que subyacía en el fondo de esa lengua en construcción, porque si algo latía en él, era esa necesidad por hacer del lenguaje el instrumento de comunicación más profundo, más elevado y sublime que pudiera existir en su Patria y en la humanidad.

Gran lección de vida y arte que nos llega del pasado ante los impíos contemporáneos que, a través de la palabra, no sólo se dedican a corromper y masacrar al lenguaje, sino a destruir y pulverizar los tejidos humanos del ser nacional.


bettyzanolli@gmail.com


@BettyZanolli