/ miércoles 25 de marzo de 2020

V I C I S I T U D E S

Hace una hora, estaba sentado en el mueble de la sala donde normalmente me pongo a leer un libro, subrayando lo que me parece más importante de la lectura; es el lugar donde elevo una oración, donde me pongo a platicar con Dios, donde rezo en familia un rosario, donde leo el periódico o donde me gusta descansar. Siempre que lo hago tengo al lado mío la compañía de nuestra mascota, Lluvia, una perrita schnauzer, que llegó a nuestras vidas hace ya seis años. Su compañía la tengo también cuando me subo al cuarto donde tengo mi computadora para realizar trabajos específicos, y también donde me pongo a escribir mis colaboraciones semanales que se publican en nuestro diario citadino y regional, El Sol de Irapuato; siempre está echada a mi lado.

Hace un rato que la estaba acariciando, porque eso busca ella, me estuve acordando de una historia que leí hace algún tiempo, referente a una persona que, en su juventud y en su edad madura fue siempre robusta, fuerte y con mucha energía para emprender todo tipo de actividades. El tiempo pasó y se fue dando cuenta que ya no tenía las mismas habilidades y capacidades como en antaño. Se dio cuenta que estaba envejeciendo y al principio bromeaba al respecto, pero después se ponía serio y triste por la condición y realidad de su actual vida. Casi llegando a los setenta años le dio un ataque al corazón. Lo llevaron al hospital y fue operado de emergencia. Logró sobrevivir, pero parte de él estaba muerto pues ya nada le llamaba la atención de su vida, perdió interés por la misma. No atendía las indicaciones médicas y se molestaba con las visitas de las personas que lo estimaban al grado de no querer verlas, lo que provocó que éstas se alejaran de él.

Él vivía solo, pues era viudo; nada más tenía una hija. Ella le ofreció su casa porque estaba ubicada en el campo; le daría aire y sol, y estaría en contacto con la naturaleza. Pero no le agradaba nada a su papá. Su yerno, lo apreciaba, pero estaba molesto con la actitud del padre de su esposa. Comenzaron a tener problemas entre ellos a causa de la actitud del señor. Buscaron ayuda profesional para ver qué debían hacer para no fracturar su relación y comprender “al viejo”.

Les comentaron sobre un hospital para ancianos donde a cada uno de ellos le daban como responsabilidad el cuidado de un perro, ya que esta acción aliviaba en mucho sus momentos de depresión. Decidieron acudir por su cuenta a la perrera de la ciudad para ver la posibilidad de adoptar uno y dárselo a su papá, como terapia y compañía. Cuando llegaron a casa, el papá se molestó porque no lo habían tomado en cuenta para esa adopción, y, porque, según él, el perro estaba muy feo; lo rechazó. Al día siguiente el perro se le acercó, miró al anciano y le extendió su pata. Esta acción tocó el corazón del señor y comenzó la relación tan intima y tan esperada. Se volvieron grandes e inseparables amigos, hasta que un día el anciano falleció. A los dos días de fallecido, fue encontrado el perro sin vida en la cama del anciano. No aguantó la ausencia de su entrañable amigo. Dios no se equivoca y pone en nuestro camino a quien menos esperamos.

Hace una hora, estaba sentado en el mueble de la sala donde normalmente me pongo a leer un libro, subrayando lo que me parece más importante de la lectura; es el lugar donde elevo una oración, donde me pongo a platicar con Dios, donde rezo en familia un rosario, donde leo el periódico o donde me gusta descansar. Siempre que lo hago tengo al lado mío la compañía de nuestra mascota, Lluvia, una perrita schnauzer, que llegó a nuestras vidas hace ya seis años. Su compañía la tengo también cuando me subo al cuarto donde tengo mi computadora para realizar trabajos específicos, y también donde me pongo a escribir mis colaboraciones semanales que se publican en nuestro diario citadino y regional, El Sol de Irapuato; siempre está echada a mi lado.

Hace un rato que la estaba acariciando, porque eso busca ella, me estuve acordando de una historia que leí hace algún tiempo, referente a una persona que, en su juventud y en su edad madura fue siempre robusta, fuerte y con mucha energía para emprender todo tipo de actividades. El tiempo pasó y se fue dando cuenta que ya no tenía las mismas habilidades y capacidades como en antaño. Se dio cuenta que estaba envejeciendo y al principio bromeaba al respecto, pero después se ponía serio y triste por la condición y realidad de su actual vida. Casi llegando a los setenta años le dio un ataque al corazón. Lo llevaron al hospital y fue operado de emergencia. Logró sobrevivir, pero parte de él estaba muerto pues ya nada le llamaba la atención de su vida, perdió interés por la misma. No atendía las indicaciones médicas y se molestaba con las visitas de las personas que lo estimaban al grado de no querer verlas, lo que provocó que éstas se alejaran de él.

Él vivía solo, pues era viudo; nada más tenía una hija. Ella le ofreció su casa porque estaba ubicada en el campo; le daría aire y sol, y estaría en contacto con la naturaleza. Pero no le agradaba nada a su papá. Su yerno, lo apreciaba, pero estaba molesto con la actitud del padre de su esposa. Comenzaron a tener problemas entre ellos a causa de la actitud del señor. Buscaron ayuda profesional para ver qué debían hacer para no fracturar su relación y comprender “al viejo”.

Les comentaron sobre un hospital para ancianos donde a cada uno de ellos le daban como responsabilidad el cuidado de un perro, ya que esta acción aliviaba en mucho sus momentos de depresión. Decidieron acudir por su cuenta a la perrera de la ciudad para ver la posibilidad de adoptar uno y dárselo a su papá, como terapia y compañía. Cuando llegaron a casa, el papá se molestó porque no lo habían tomado en cuenta para esa adopción, y, porque, según él, el perro estaba muy feo; lo rechazó. Al día siguiente el perro se le acercó, miró al anciano y le extendió su pata. Esta acción tocó el corazón del señor y comenzó la relación tan intima y tan esperada. Se volvieron grandes e inseparables amigos, hasta que un día el anciano falleció. A los dos días de fallecido, fue encontrado el perro sin vida en la cama del anciano. No aguantó la ausencia de su entrañable amigo. Dios no se equivoca y pone en nuestro camino a quien menos esperamos.