/ miércoles 11 de diciembre de 2019

V I C I S I T U D E S

UN SALUDO TRANSFORMA, SUAVIZA Y ABRE CORAZONES

Por: Armando Hernández Origel

“¡Buenos días!”, “¿Cómo está usted?”, “Saludos a la familia”, “Adiós”, “¿Todo bien?”, y muchas otras expresiones cotidianas que empleamos cuando nos encontramos con una persona conocida, con un vecino, compañero de trabajo, amigo o a alguien que nos atiende en un local de abarrotes o cuando vamos a realizar algún trámite en alguna institución.

Creo que es una forma muy común de entablar un diálogo, de “romper el hielo”, aun con personas que ni siquiera conocemos, pero que nos encontramos en la calle o en el pasillo de un supermercado o en algún otro sitio. Sin embargo, también nos ha llegado a pasar que nos encontramos casualmente o coincidentemente con alguna persona cercana, amigo, compañero, vecino, o hasta familiar y que cuando queremos saludarlo se nos voltea, nos da la espalda, cambia su curso cuando va caminando, que nos vio, pero se hace el desentendido y no nos dirige la mirada. Eso, a la gran mayoría les llama la atención y se dicen a sí mismos que ya no los volverán a saludarlos porque pensamos que fue una falta de respeto o una desatención hacia nosotros, y llega después a suceder, que nos los volvemos a encontrar y hacemos lo que habíamos pensado.

Pero habemos otros que eso no nos causa ningún escamor y seguimos saludándolos cuando nos los encontramos a pesar del desaire que nos habían hecho anteriormente. Un servidor tiene por norma saludar a quien se presten a saludar, sea quien sea, conocido o no, cercano o que hace tiempo que no los ve uno. Siempre he dicho que un saludo no se le niega a nadie, y que si a la persona que saludo no me saluda, por lo que haya sido, pues ese no es mi problema, sino el suyo, pues yo cumplo con atención a esa deferencia que tengo ante dicha persona.

Hace tiempo escuché una historia en ese sentido, y hacia referencia a un conductor de un autobús, el cual cada vez que subía un pasajero lo saludaba, le daba los buenos días, le decía “hola” o le preguntaba “cómo le va”. Claro está que dicho saludo lo hacía con quienes conocía por su ruta diaria o para aquellos que ocasionalmente se subían en su unidad, y eso les hacía sentir bien a los pasajeros. Algunos respondían a su saludo, pero otros totalmente lo ignoraban. Lo increíble de esta historia es que ese conductor no se quedaba así, sino que encontraba la oportunidad para contar a los pasajeros alguna anécdota que él se sabía, les hablada de los incidentes positivos de la vida y hasta de las ofertas que había en las tiendas comerciales; algunos le ponían atención, pero otros estaban omisos ante sus charlas.

Lo impresionante radicaba en que aún sin ser escuchado por todos, cuando alguno de los pasajeros le pedía que se parara para bajar de la unidad, a todos sin excepción les daba las gracias por haber abordado su autobús, les deseaba un “buen día” y les decía un “hasta luego”. Era una persona a la que le gustaba su trabajo y atender a los pasajeros como se lo merecían. Sus saludos y sus buenas palabras a más de alguno llegaban a tocar, respondiéndole con una sonrisa. Mis estimados lectores el Señor les bendiga y les dé su paz. Armando Hernández Origel

UN SALUDO TRANSFORMA, SUAVIZA Y ABRE CORAZONES

Por: Armando Hernández Origel

“¡Buenos días!”, “¿Cómo está usted?”, “Saludos a la familia”, “Adiós”, “¿Todo bien?”, y muchas otras expresiones cotidianas que empleamos cuando nos encontramos con una persona conocida, con un vecino, compañero de trabajo, amigo o a alguien que nos atiende en un local de abarrotes o cuando vamos a realizar algún trámite en alguna institución.

Creo que es una forma muy común de entablar un diálogo, de “romper el hielo”, aun con personas que ni siquiera conocemos, pero que nos encontramos en la calle o en el pasillo de un supermercado o en algún otro sitio. Sin embargo, también nos ha llegado a pasar que nos encontramos casualmente o coincidentemente con alguna persona cercana, amigo, compañero, vecino, o hasta familiar y que cuando queremos saludarlo se nos voltea, nos da la espalda, cambia su curso cuando va caminando, que nos vio, pero se hace el desentendido y no nos dirige la mirada. Eso, a la gran mayoría les llama la atención y se dicen a sí mismos que ya no los volverán a saludarlos porque pensamos que fue una falta de respeto o una desatención hacia nosotros, y llega después a suceder, que nos los volvemos a encontrar y hacemos lo que habíamos pensado.

Pero habemos otros que eso no nos causa ningún escamor y seguimos saludándolos cuando nos los encontramos a pesar del desaire que nos habían hecho anteriormente. Un servidor tiene por norma saludar a quien se presten a saludar, sea quien sea, conocido o no, cercano o que hace tiempo que no los ve uno. Siempre he dicho que un saludo no se le niega a nadie, y que si a la persona que saludo no me saluda, por lo que haya sido, pues ese no es mi problema, sino el suyo, pues yo cumplo con atención a esa deferencia que tengo ante dicha persona.

Hace tiempo escuché una historia en ese sentido, y hacia referencia a un conductor de un autobús, el cual cada vez que subía un pasajero lo saludaba, le daba los buenos días, le decía “hola” o le preguntaba “cómo le va”. Claro está que dicho saludo lo hacía con quienes conocía por su ruta diaria o para aquellos que ocasionalmente se subían en su unidad, y eso les hacía sentir bien a los pasajeros. Algunos respondían a su saludo, pero otros totalmente lo ignoraban. Lo increíble de esta historia es que ese conductor no se quedaba así, sino que encontraba la oportunidad para contar a los pasajeros alguna anécdota que él se sabía, les hablada de los incidentes positivos de la vida y hasta de las ofertas que había en las tiendas comerciales; algunos le ponían atención, pero otros estaban omisos ante sus charlas.

Lo impresionante radicaba en que aún sin ser escuchado por todos, cuando alguno de los pasajeros le pedía que se parara para bajar de la unidad, a todos sin excepción les daba las gracias por haber abordado su autobús, les deseaba un “buen día” y les decía un “hasta luego”. Era una persona a la que le gustaba su trabajo y atender a los pasajeros como se lo merecían. Sus saludos y sus buenas palabras a más de alguno llegaban a tocar, respondiéndole con una sonrisa. Mis estimados lectores el Señor les bendiga y les dé su paz. Armando Hernández Origel

ÚLTIMASCOLUMNAS