/ miércoles 9 de septiembre de 2020

SOPA DE LETRAS

Dicen por ahí que los libros son un tesoro, y ciertamente lo son. Además de ser fuente de sabiduría en todos los temas, en efecto son capaces de remontarte a épocas y lugares distintos e inimaginables. En este tiempo de pandemia constaté que los libros además de ser un tesoro invaluable por el contenido que encierran y que generosamente participan con todos aquellos que expectantes los abren y se ponen a leer sus páginas y que hacen que se te olvide el encierro y desaparezca el aburrimiento, también llegan a ser algo así como una caja fuerte que guarda cosas increíbles no propias del tema que tratan.

Lo anterior lo comento porque varias generaciones que me han precedido me han legado por consecuencia natural todos sus libros, y por lo tanto la mayoría de ellos los conservo en libreros y siendo estos un número muy vasto es que en estos días desempolvé muchos de ellos; los hojeé y fui encontrando entre sus páginas un sinnúmero de cosas ajenas al tema propio del libro pero no por ello menos interesantes; sí así es, encontré por ejemplo fotos muy antiguas; algunas de familiares míos que ya han dejado este mundo; encontré invitaciones a bodas, a 15 años, recuerditos de bautizo, boletos de cine, y de corridas de toros, y hasta simples pedazos de papel en donde hacían anotaciones del puño y letra de mi señor padre o de mis abuelas y tías que a modo de separador los iban metiendo entre las páginas de los libros que seguramente estaban leyendo y una vez que terminaban su lectura ahí los dejaban.

Verdaderamente los valoré. Al libro por ser tal, y a los "separadores" pues porque me evocaron recuerdos de mis familiares que hoy ya no están conmigo. Cada papel o foto que encontraba me hacían imaginarme un suceso que en efecto había acontecido sin lugar a dudas; son mudos testigos de su existencia. Incluso hasta una nota de una prenda que llevaron a la tintorería seguramente de alguna de mis tías; otros son papeles sin importancia para el común de la gente, y sin embargo de entre todos esos papelillos encontré uno muy especial que bien puedo asegurar es un documento histórico, pues se trata de una papeleta a manera de constancia que fue elaborada el 9 de noviembre de 1917, es decir data de hace poco más de un siglo, pero este es un documento verdaderamente revelador que cuando lo vi amarillento y avejentado me cautivó incluso por el buen estado en el que se encontraba y se encuentra aún, pues no podía ser de otra manera ya que un tomo de derecho procesal lo tenía abrigado entre sus páginas dándole su protección en el silencio y en la oscuridad hasta que alguien como yo fui capaz de perturbar su tranquilidad cuando por azares del destino abrí ese libro sacando de nueva cuenta a la luz esa “constancia” elaborada y sellada por Catastro Municipal. Por más que le busco no puedo entender cómo esa dependencia se sintió competente de constituirse como autoridad certificadora de un hecho que de igual manera me sorprendió y se me hizo muy curioso, ya que habla de una persona de nombre Jesús Peña quien había realizado un desperfecto en un “teodolito” ¡¡¡con el animal que conducía!!!; imagínese usted, en ese entonces ¡¡¡se “conducían” animales!!!, ¿Cuál de ellos sería el que llevaba el tal Jesús Peña? ¿Acaso un burro, un caballo, un buey, quizá una vaca?, no lo sé, pero el documento nos deja como regalo una maravillosa lección de honestidad, pues relata que se presentó Jesús Peña voluntariamente para responder por su acto de haber dañado un “teodolito” con su vehículo, es decir, con su animal… ¿cómo iría Jesús Peña manejando? ¿Iría a toda velocidad, quizá con unas copas encima… se pasó alguna señal sin observarla, quiso evitar atropellar a alguien que se le atravesó y giró su animal que dañó al famoso “teodolito”…? No lo sabemos. Nos deja también una grata experiencia que nos invita a imaginarnos cómo era el Irapuato de aquel entonces, y por ello me permito transcribirlo y compartir la imagen respectiva con mucho gusto para todos nuestros queridos lectores de El Sol de Irapuato y toda la cadena de la OEM:

Conste por el presente que el joven Jesús Peña se presentó a la Dirección del Catastro para explicar cómo estuvo el incidente del desperfecto que el animal que él conducía causó a un teodolito; tomada razón de los hechos se presentará el asunto a la resolución del C. Director para que determine lo procedente. 9 de Noviembre de 1917 firma.”

Es por ello que no porque tengamos a la mano la tecnología de las computadoras, de las tablets y de los celulares, vayamos a olvidar a nuestros “viejos amigos” que son de papiro, y si acaso tenemos algunos de ellos, no está de más darles una hojeada porque a la mejor nos regalen gratas sorpresas como le aconteció a este escribiente. oem-elsol-de-irapuato@hotmail.com

Dicen por ahí que los libros son un tesoro, y ciertamente lo son. Además de ser fuente de sabiduría en todos los temas, en efecto son capaces de remontarte a épocas y lugares distintos e inimaginables. En este tiempo de pandemia constaté que los libros además de ser un tesoro invaluable por el contenido que encierran y que generosamente participan con todos aquellos que expectantes los abren y se ponen a leer sus páginas y que hacen que se te olvide el encierro y desaparezca el aburrimiento, también llegan a ser algo así como una caja fuerte que guarda cosas increíbles no propias del tema que tratan.

Lo anterior lo comento porque varias generaciones que me han precedido me han legado por consecuencia natural todos sus libros, y por lo tanto la mayoría de ellos los conservo en libreros y siendo estos un número muy vasto es que en estos días desempolvé muchos de ellos; los hojeé y fui encontrando entre sus páginas un sinnúmero de cosas ajenas al tema propio del libro pero no por ello menos interesantes; sí así es, encontré por ejemplo fotos muy antiguas; algunas de familiares míos que ya han dejado este mundo; encontré invitaciones a bodas, a 15 años, recuerditos de bautizo, boletos de cine, y de corridas de toros, y hasta simples pedazos de papel en donde hacían anotaciones del puño y letra de mi señor padre o de mis abuelas y tías que a modo de separador los iban metiendo entre las páginas de los libros que seguramente estaban leyendo y una vez que terminaban su lectura ahí los dejaban.

Verdaderamente los valoré. Al libro por ser tal, y a los "separadores" pues porque me evocaron recuerdos de mis familiares que hoy ya no están conmigo. Cada papel o foto que encontraba me hacían imaginarme un suceso que en efecto había acontecido sin lugar a dudas; son mudos testigos de su existencia. Incluso hasta una nota de una prenda que llevaron a la tintorería seguramente de alguna de mis tías; otros son papeles sin importancia para el común de la gente, y sin embargo de entre todos esos papelillos encontré uno muy especial que bien puedo asegurar es un documento histórico, pues se trata de una papeleta a manera de constancia que fue elaborada el 9 de noviembre de 1917, es decir data de hace poco más de un siglo, pero este es un documento verdaderamente revelador que cuando lo vi amarillento y avejentado me cautivó incluso por el buen estado en el que se encontraba y se encuentra aún, pues no podía ser de otra manera ya que un tomo de derecho procesal lo tenía abrigado entre sus páginas dándole su protección en el silencio y en la oscuridad hasta que alguien como yo fui capaz de perturbar su tranquilidad cuando por azares del destino abrí ese libro sacando de nueva cuenta a la luz esa “constancia” elaborada y sellada por Catastro Municipal. Por más que le busco no puedo entender cómo esa dependencia se sintió competente de constituirse como autoridad certificadora de un hecho que de igual manera me sorprendió y se me hizo muy curioso, ya que habla de una persona de nombre Jesús Peña quien había realizado un desperfecto en un “teodolito” ¡¡¡con el animal que conducía!!!; imagínese usted, en ese entonces ¡¡¡se “conducían” animales!!!, ¿Cuál de ellos sería el que llevaba el tal Jesús Peña? ¿Acaso un burro, un caballo, un buey, quizá una vaca?, no lo sé, pero el documento nos deja como regalo una maravillosa lección de honestidad, pues relata que se presentó Jesús Peña voluntariamente para responder por su acto de haber dañado un “teodolito” con su vehículo, es decir, con su animal… ¿cómo iría Jesús Peña manejando? ¿Iría a toda velocidad, quizá con unas copas encima… se pasó alguna señal sin observarla, quiso evitar atropellar a alguien que se le atravesó y giró su animal que dañó al famoso “teodolito”…? No lo sabemos. Nos deja también una grata experiencia que nos invita a imaginarnos cómo era el Irapuato de aquel entonces, y por ello me permito transcribirlo y compartir la imagen respectiva con mucho gusto para todos nuestros queridos lectores de El Sol de Irapuato y toda la cadena de la OEM:

Conste por el presente que el joven Jesús Peña se presentó a la Dirección del Catastro para explicar cómo estuvo el incidente del desperfecto que el animal que él conducía causó a un teodolito; tomada razón de los hechos se presentará el asunto a la resolución del C. Director para que determine lo procedente. 9 de Noviembre de 1917 firma.”

Es por ello que no porque tengamos a la mano la tecnología de las computadoras, de las tablets y de los celulares, vayamos a olvidar a nuestros “viejos amigos” que son de papiro, y si acaso tenemos algunos de ellos, no está de más darles una hojeada porque a la mejor nos regalen gratas sorpresas como le aconteció a este escribiente. oem-elsol-de-irapuato@hotmail.com