/ domingo 12 de diciembre de 2021

Poderismo: la religión del poder

Karl Marx, dentro de su obra “Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel”, afirmó en 1844: la religión es el alivio de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, el espíritu en situaciones desalmadas, “el opio del pueblo” (“das Opium des Volkes”), legando con ello al mundo contemporáneo uno de sus más célebres apotegmas. Sin embargo, no fue una sentencia exclusiva de su pensamiento. Su esencia venía siendo trabajada desde décadas atrás por autores como Kant, Herder, Feuerbach, Bauer y Heine, al grado que en 1843, un año que él, su colega y amigo Moritz (Moses) Hess -el filósofo que bajo la influencia de los avances del “risorgimento” italiano escribirá una obra fundamental para el futuro del pueblo judío: Roma y Jerusalén, en la que habrá de exponer las razones por las que los judíos deberían retornar a su tierra de origen, impulsando con ello el movimiento sionista que habría de materializar el húngaro Theodor Herzl- había ya declarado que la religión hace más “soportable” la “infeliz conciencia de servidumbre”, de la misma forma como “el opio es de buena ayuda en angustiosas dolencias”. Ideas que medio siglo más tarde retomará Rosa Luxemburgo en su obra “El socialismo y las iglesias”, pero acotando que el enemigo no era en sí la religión sino las políticas de la institución, es decir, de la Iglesia, al grado que muchos luchadores sociales podían ser más fieles a los principios cristianos que la mayoría de los funcionarios eclesiásticos. ¿Por qué trascendió más el apotegma de Marx? Por breve, directo, conclusivo y radical.

Reflexionar sobre lo que es la religión, es pues un imponderable. No basta que nos concentremos en asociarla con manifestaciones de la envergadura del cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo, hinduismo o shintoísmo. El concepto mismo de religión es mucho más amplio, comenzando porque no existe ni siquiera un consenso sobre su origen etimológico. En Roma, por ejemplo, para Cicerón era religioso quien seguía y “releía” los preceptos de un culto, mientras que para Lactancio lo era quien estaba “ligado” con Dios por la piedad. En el siglo XX, por su parte, José Ortega y Gasset declaraba religioso al que fuera “escrupuloso” con aquello en lo que cree, es decir, que su obrar no era negligente. Sí, el tema es por demás complejo, tal y como lo ha evidenciado la antropología de la religión que, al identificar a ésta con la sociedad en pleno, prefiere hoy en día hablar de “lo religioso” más que de “religión” en sí. Por algo ha demostrado Marcel Mauss que el “hecho social total” contiene diversas dimensiones, una de ellas: la religiosa.

Dimensión de enorme y crucial importancia ya que a través de los siglos se ha erigido en un aparato ideológico clave del Estado para el control social, lo mismo estableciendo pautas conductuales que inculcando principios y valores. En la Edad Media, fue el cristianismo el mayor de los poderes y las Cruzadas, ejemplo vivo de ello, a tal grado que la institución suprema, el Papado, no sólo incidía en las conciencias individuales sino también en el nombramiento y sucesión dinástica de aquellos que habrían de ser designados monarcas en sus respectivos territorios. Sin duda llegó a ser el poder más grande en todos los órdenes: social, económico, político y, por supuesto, ideológico, al que sólo una escisión en su propio seno pudo debilitar, como fue el caso de la Reforma protestante que dividió en dos a la Cristiandad durante el Renacimiento.

Llegados al siglo XX, regímenes como el fascismo y luego el nazismo, se fortalecieron incorporando elementos de religiosidad como parte de su ideología. De ahí los nacionalismos totalitarios de corte clerical como los encabezados por Mussolini en Italia, Oliviera en Portugal, Franco en España, Dollfuss en Austria, Vargas en Brasil y Tiso en Checoslovaquia. Regímenes todos ellos en los que se fomentó en la ciudadanía un “culto” al Estado, a semejanza del fundamentalismo islámico.

Pero ¿y el poderismo? Adopto este concepto porque justamente a partir de que una sociedad es dominada por algún tipo de ismo político desde la cúpula del poder, ésta queda secuestrada por quien detenta dicho poder, deviniendo el poderismo en “religión del poder”, “religión del pueblo”, a la que hoy en día recurren justamente los gobiernos populistas. Gobiernos en los que al instaurarse la “religión del pueblo”, no sólo se sustentan en la idea de un pueblo desvalido, “bueno”, menor de edad. Son regímenes que alimentan un sentimiento ardiente, fanático y, por tanto, irracional, en su colectividad que se transforma desde ser una fuerza popular motora a una sometida bajo el control no sólo de una sola secta sino, peor aún, de un solo hombre. Muchos no lo percibirán, pero quienes lo hagan y descubran que están atestiguando la génesis del poderismo, se convertirán de facto en los enemigos, porque cuando éste campea, impera la dictadura y ella no admite críticos, mucho menos opositores. Lo grave es que al escalarse la radicalización del poderismo, de no frenarse, la ruptura social es inminente.



bettyzanolli@hotmail.com @BettyZanolli

Karl Marx, dentro de su obra “Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel”, afirmó en 1844: la religión es el alivio de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, el espíritu en situaciones desalmadas, “el opio del pueblo” (“das Opium des Volkes”), legando con ello al mundo contemporáneo uno de sus más célebres apotegmas. Sin embargo, no fue una sentencia exclusiva de su pensamiento. Su esencia venía siendo trabajada desde décadas atrás por autores como Kant, Herder, Feuerbach, Bauer y Heine, al grado que en 1843, un año que él, su colega y amigo Moritz (Moses) Hess -el filósofo que bajo la influencia de los avances del “risorgimento” italiano escribirá una obra fundamental para el futuro del pueblo judío: Roma y Jerusalén, en la que habrá de exponer las razones por las que los judíos deberían retornar a su tierra de origen, impulsando con ello el movimiento sionista que habría de materializar el húngaro Theodor Herzl- había ya declarado que la religión hace más “soportable” la “infeliz conciencia de servidumbre”, de la misma forma como “el opio es de buena ayuda en angustiosas dolencias”. Ideas que medio siglo más tarde retomará Rosa Luxemburgo en su obra “El socialismo y las iglesias”, pero acotando que el enemigo no era en sí la religión sino las políticas de la institución, es decir, de la Iglesia, al grado que muchos luchadores sociales podían ser más fieles a los principios cristianos que la mayoría de los funcionarios eclesiásticos. ¿Por qué trascendió más el apotegma de Marx? Por breve, directo, conclusivo y radical.

Reflexionar sobre lo que es la religión, es pues un imponderable. No basta que nos concentremos en asociarla con manifestaciones de la envergadura del cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo, hinduismo o shintoísmo. El concepto mismo de religión es mucho más amplio, comenzando porque no existe ni siquiera un consenso sobre su origen etimológico. En Roma, por ejemplo, para Cicerón era religioso quien seguía y “releía” los preceptos de un culto, mientras que para Lactancio lo era quien estaba “ligado” con Dios por la piedad. En el siglo XX, por su parte, José Ortega y Gasset declaraba religioso al que fuera “escrupuloso” con aquello en lo que cree, es decir, que su obrar no era negligente. Sí, el tema es por demás complejo, tal y como lo ha evidenciado la antropología de la religión que, al identificar a ésta con la sociedad en pleno, prefiere hoy en día hablar de “lo religioso” más que de “religión” en sí. Por algo ha demostrado Marcel Mauss que el “hecho social total” contiene diversas dimensiones, una de ellas: la religiosa.

Dimensión de enorme y crucial importancia ya que a través de los siglos se ha erigido en un aparato ideológico clave del Estado para el control social, lo mismo estableciendo pautas conductuales que inculcando principios y valores. En la Edad Media, fue el cristianismo el mayor de los poderes y las Cruzadas, ejemplo vivo de ello, a tal grado que la institución suprema, el Papado, no sólo incidía en las conciencias individuales sino también en el nombramiento y sucesión dinástica de aquellos que habrían de ser designados monarcas en sus respectivos territorios. Sin duda llegó a ser el poder más grande en todos los órdenes: social, económico, político y, por supuesto, ideológico, al que sólo una escisión en su propio seno pudo debilitar, como fue el caso de la Reforma protestante que dividió en dos a la Cristiandad durante el Renacimiento.

Llegados al siglo XX, regímenes como el fascismo y luego el nazismo, se fortalecieron incorporando elementos de religiosidad como parte de su ideología. De ahí los nacionalismos totalitarios de corte clerical como los encabezados por Mussolini en Italia, Oliviera en Portugal, Franco en España, Dollfuss en Austria, Vargas en Brasil y Tiso en Checoslovaquia. Regímenes todos ellos en los que se fomentó en la ciudadanía un “culto” al Estado, a semejanza del fundamentalismo islámico.

Pero ¿y el poderismo? Adopto este concepto porque justamente a partir de que una sociedad es dominada por algún tipo de ismo político desde la cúpula del poder, ésta queda secuestrada por quien detenta dicho poder, deviniendo el poderismo en “religión del poder”, “religión del pueblo”, a la que hoy en día recurren justamente los gobiernos populistas. Gobiernos en los que al instaurarse la “religión del pueblo”, no sólo se sustentan en la idea de un pueblo desvalido, “bueno”, menor de edad. Son regímenes que alimentan un sentimiento ardiente, fanático y, por tanto, irracional, en su colectividad que se transforma desde ser una fuerza popular motora a una sometida bajo el control no sólo de una sola secta sino, peor aún, de un solo hombre. Muchos no lo percibirán, pero quienes lo hagan y descubran que están atestiguando la génesis del poderismo, se convertirán de facto en los enemigos, porque cuando éste campea, impera la dictadura y ella no admite críticos, mucho menos opositores. Lo grave es que al escalarse la radicalización del poderismo, de no frenarse, la ruptura social es inminente.



bettyzanolli@hotmail.com @BettyZanolli