/ viernes 12 de agosto de 2022

Ni güeros ni morenos; el color de los migrantes es el de sus Tradiciones

En 1978 Octavio Paz brindó una conferencia en Washington sobre las relaciones históricas de México y Estados Unidos1. En ella habló de la entrañable conexión que existe entre ambas naciones, pero a su vez, de los sentimientos encontrados que han venido creciendo: “Desde que los mexicanos comenzaron a tener conciencia de identidad nacional, a mediados del siglo XVIII, se interesaron en sus vecinos. Al principio con una mezcla de curiosidad y desdén; después, con admiración y entusiasmo, pronto teñidos de temor y de envidia. Algo semejante ocurre con los norteamericanos, sus percepciones han sido fragmentarias. […] En general, los norteamericanos no han buscado a México en México; han buscado sus obsesiones, sus entusiasmos, sus fobias, sus esperanzas, sus intereses —y eso es lo que han encontrado.

En suma, la historia de nuestras relaciones es la de un mutuo y pertinaz engaño”. Al encontrarme con este texto, me fue inevitable hacerlo personal (me disculpo de antemano) porque me ha tocado vivir en carne propia lo que describió Paz. Al instante, recordé mi primer día de clases en la prepa cuando fui recibido por mi maestra con un mensaje de bienvenida:

Tú, el güerito, sólo te digo una cosa. Aquí no estamos en Estados Unidos para que no vayas a empezar con problemas. La maestra no me conocía, mucho menos sabía que era tan mexicano como ella, pero el tener pinta de “gringo” me etiquetaba como a un extranjero al que se le debían dejar claras las reglas de la casa. Concluí la prepa y mi maestra terminó convirtiéndose en una gran amiga que, incluso, me animó a emprender fuera de mi Guanajuato una nueva vida. Me fui a Estados Unidos, tierra de mi madre, y la historia se repitió: ahora tenía que lidiar con ser el “morenito” en el arroz del vecino del norte. Conozco ambas culturas. He disfrutado de lo cotidiano de México y Estados Unidos. Quizás el engaño al que se refería Paz es el provocado por el prejuicio fugaz de quienes no han vivido la fraternidad.

La migración es, de cierto modo, la internacionalización de nuestra esencia. En mi artículo anterior hablaba de que este concepto se refiere a definir una identidad y valores propios para, posteriormente, maximizarlos más allá de nuestras fronteras. Y aunque la internacionalización suele enfocarse en materia económica, ocurre algo muy similar en la trascendencia cultural. Cuando los migrantes abandonan su lugar de origen no sólo llevan consigo sus sueños de salir adelante en otra ciudad o país, también cargan con sus usos y costumbres, los cuales terminan arraigándose en los lugares donde se asientan. Hoy en día es muy común ver en Los Ángeles, California (estado con mayor cantidad de migrantes mexicanos), que nuestros paisanos han logrado mantener vivas nuestras canciones, leyendas y sabores. Sólo por dar un ejemplo, la influencia culinaria ha sido tal que existen un sin fin de panaderías mexicanas en las que podemos ver a norteamericanos muy gustosos elegir entre conchas, cuernitos, bizcochos, polvorones o el tradicional pan de muerto.

Como parte de sus estudios, los especialistas en sociología hablan de que, antes de pensar en una integración multirracial, se deben reconocer las diferencias culturales existentes en los países a causa de la movilización masiva de personas, la cual es cada vez más intensa debido a distintos factores que ya he mencionado en este espacio. (Las Naciones Unidas estima que hay más de 281 millones de migrantes internacionales en el mundo.) Incluso, algunos líderes.

1 El 29 septiembre de 1978, en Washington, con una conferencia sobre las relaciones históricas entre México y Estados Unidos, Octavio Paz inauguró el simposio sobre este tema organizado de manera conjunta por la SRE, el Colmex, y diversas entidades públicas y privadas de los Estados Unidos.

Migrantes y de comunidades internacionales hablan de mitigar los prejuicios y los discursos de intolerancia con la visibilización de cada cultura, en vez de imponer una “adaptación” a la idiosincrasia del país que los acogió, ya que, consideran, esto extinguiría cualquier vestigio que los identifique.

En este sentido, ¿qué podemos hacer desde lo local? En Guanajuato, el Gobernador Diego Sinhue creó la Secretaría del Migrante y Enlace Internacional para atender no sólo a nuestros migrantes en el extranjero, la encomienda también incluye lograr que las más de 42 mil personas de otras nacionalidades que viven en nuestra entidad se sientan guanajuatenses. Al respecto, tenemos identificadas a 19 comunidades internacionales, las cuales han encontrado en Guanajuato tierra fértil para que su cultura se mantenga viva y podamos disfrutarla en compañía de nuestras propias costumbres. Por ejemplo, realizamos la Feria de las Naciones en el Festival de Verano de León, en la cual parte de estas comunidades ofrecen sus productos tradicionales en una mezcla multicolor con las artesanías de nuestro estado. ¿Se imaginan ver juntos un molcajete de Comonfort y un Croissant francés? ¿O un chal de Moroleón con un vestido de seda de Egipto? Hoy, esta mezcla de tradiciones es la que nos une sin importar si somos migrantes “güeros” o “morenos”. Porque aquí, hemos sabido llevar más Guanajuato al mundo y traer más mundo a Guanajuato.

En 1978 Octavio Paz brindó una conferencia en Washington sobre las relaciones históricas de México y Estados Unidos1. En ella habló de la entrañable conexión que existe entre ambas naciones, pero a su vez, de los sentimientos encontrados que han venido creciendo: “Desde que los mexicanos comenzaron a tener conciencia de identidad nacional, a mediados del siglo XVIII, se interesaron en sus vecinos. Al principio con una mezcla de curiosidad y desdén; después, con admiración y entusiasmo, pronto teñidos de temor y de envidia. Algo semejante ocurre con los norteamericanos, sus percepciones han sido fragmentarias. […] En general, los norteamericanos no han buscado a México en México; han buscado sus obsesiones, sus entusiasmos, sus fobias, sus esperanzas, sus intereses —y eso es lo que han encontrado.

En suma, la historia de nuestras relaciones es la de un mutuo y pertinaz engaño”. Al encontrarme con este texto, me fue inevitable hacerlo personal (me disculpo de antemano) porque me ha tocado vivir en carne propia lo que describió Paz. Al instante, recordé mi primer día de clases en la prepa cuando fui recibido por mi maestra con un mensaje de bienvenida:

Tú, el güerito, sólo te digo una cosa. Aquí no estamos en Estados Unidos para que no vayas a empezar con problemas. La maestra no me conocía, mucho menos sabía que era tan mexicano como ella, pero el tener pinta de “gringo” me etiquetaba como a un extranjero al que se le debían dejar claras las reglas de la casa. Concluí la prepa y mi maestra terminó convirtiéndose en una gran amiga que, incluso, me animó a emprender fuera de mi Guanajuato una nueva vida. Me fui a Estados Unidos, tierra de mi madre, y la historia se repitió: ahora tenía que lidiar con ser el “morenito” en el arroz del vecino del norte. Conozco ambas culturas. He disfrutado de lo cotidiano de México y Estados Unidos. Quizás el engaño al que se refería Paz es el provocado por el prejuicio fugaz de quienes no han vivido la fraternidad.

La migración es, de cierto modo, la internacionalización de nuestra esencia. En mi artículo anterior hablaba de que este concepto se refiere a definir una identidad y valores propios para, posteriormente, maximizarlos más allá de nuestras fronteras. Y aunque la internacionalización suele enfocarse en materia económica, ocurre algo muy similar en la trascendencia cultural. Cuando los migrantes abandonan su lugar de origen no sólo llevan consigo sus sueños de salir adelante en otra ciudad o país, también cargan con sus usos y costumbres, los cuales terminan arraigándose en los lugares donde se asientan. Hoy en día es muy común ver en Los Ángeles, California (estado con mayor cantidad de migrantes mexicanos), que nuestros paisanos han logrado mantener vivas nuestras canciones, leyendas y sabores. Sólo por dar un ejemplo, la influencia culinaria ha sido tal que existen un sin fin de panaderías mexicanas en las que podemos ver a norteamericanos muy gustosos elegir entre conchas, cuernitos, bizcochos, polvorones o el tradicional pan de muerto.

Como parte de sus estudios, los especialistas en sociología hablan de que, antes de pensar en una integración multirracial, se deben reconocer las diferencias culturales existentes en los países a causa de la movilización masiva de personas, la cual es cada vez más intensa debido a distintos factores que ya he mencionado en este espacio. (Las Naciones Unidas estima que hay más de 281 millones de migrantes internacionales en el mundo.) Incluso, algunos líderes.

1 El 29 septiembre de 1978, en Washington, con una conferencia sobre las relaciones históricas entre México y Estados Unidos, Octavio Paz inauguró el simposio sobre este tema organizado de manera conjunta por la SRE, el Colmex, y diversas entidades públicas y privadas de los Estados Unidos.

Migrantes y de comunidades internacionales hablan de mitigar los prejuicios y los discursos de intolerancia con la visibilización de cada cultura, en vez de imponer una “adaptación” a la idiosincrasia del país que los acogió, ya que, consideran, esto extinguiría cualquier vestigio que los identifique.

En este sentido, ¿qué podemos hacer desde lo local? En Guanajuato, el Gobernador Diego Sinhue creó la Secretaría del Migrante y Enlace Internacional para atender no sólo a nuestros migrantes en el extranjero, la encomienda también incluye lograr que las más de 42 mil personas de otras nacionalidades que viven en nuestra entidad se sientan guanajuatenses. Al respecto, tenemos identificadas a 19 comunidades internacionales, las cuales han encontrado en Guanajuato tierra fértil para que su cultura se mantenga viva y podamos disfrutarla en compañía de nuestras propias costumbres. Por ejemplo, realizamos la Feria de las Naciones en el Festival de Verano de León, en la cual parte de estas comunidades ofrecen sus productos tradicionales en una mezcla multicolor con las artesanías de nuestro estado. ¿Se imaginan ver juntos un molcajete de Comonfort y un Croissant francés? ¿O un chal de Moroleón con un vestido de seda de Egipto? Hoy, esta mezcla de tradiciones es la que nos une sin importar si somos migrantes “güeros” o “morenos”. Porque aquí, hemos sabido llevar más Guanajuato al mundo y traer más mundo a Guanajuato.