/ sábado 24 de abril de 2021

Marañón: humanista, médico  y liberal

A todos los médicos

que ofrendan su vida en el combate al Covid19



Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo y, segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios,

sino que, al contrario, son los medios los que justifican el fin.

El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto,

es mucho más que una política.

Gregorio Marañón, Estudios liberales (1946)



“Fascista”, “enemigo del pueblo”, “degenerado mental”, de eso y más fue acusada una de las mentes más notables no sólo de España, sino de la intelectualidad mundial en el siglo XX: Gregorio Marañón: el médico, el escritor, el filósofo, el humanista que antepuso -como bien lo refieren sus estudiosos Gregorio Marañón Bertrán de Lis y Antonio López Vega- su pasión por la clínica, la investigación y la docencia a ocupar cualquier cargo en el gobierno y, sobre todo, a transigir de sus principios e ideales.

Y es que él, además de ser una voz crítica, era un hombre de vocación inquebrantable y un ferviente defensor de la paz, y serlo implicaba pagar el precio de recibir, como él mismo lo reconocía, “pedradas” de ambos lados de la contienda. De ahí que en momentos de gran algidez política -como los vividos a mediados de los años 30 del siglo XX- reconociera ante su amigo y confidente Marcelino Domingo, luego de los asesinatos de diversos personajes como Fernando Primo de Rivera, su colaborador en el Instituto de Patología Médica: “Me aterra el aspecto de pugna crónica que empieza a tomar el combate… Me avergüenza estar como espectador en esta lucha que desangra a nuestro pueblo. Porque en el otro lado, hay pueblo también”.

Padre de la endrocrinología española, fundador de la psicohistoria de la que nos dejó grandes obras como Psicopatología del donjuanismo (1924), El Conde-Duque de Olivares. La pasión de mandar (1936) y Tiberio. Historia de un resentimiento (1939), Marañón pugnó por la biologización de la medicina y, ante todo, por la humanización de la clínica. Biologización que postuló a partir de trascender al localismo mecanicista y visualizar que toda enfermedad atañe al cuerpo entero. Por algo afirmaba: “la luz, por lo menos en Biología, sale de la meditación, de la observación y de la experimentación”. Es decir, no basta con experimentar, resulta imprescindible observar “con ojos de investigador lo que la naturaleza, en forma de dolor” le presenta al médico a través del enfermo. De ahí su recomendación a los jóvenes a no centrarse en buscar técnicas de cura, sino en contribuir al descubrimiento de verdades biológicas.

Humanización, que centró en dos conceptos, los mismos que dan título a una obra de 1935 y que condensan su visión: “vocación y ética”, pues para Marañón ser médico implicaba servir, brindar afecto al enfermo, entregarse a él, tal y como lo hace en la cátedra un verdadero maestro, que más que enseñar está en pos de la vocación de sus discípulos. De esta forma, cada enfermo sería para el médico, además de un problema fisiopatológico, un problema de humanitarismo. Por algo soñaba que así como el abogado estudiaba filosofía del derecho, algún día también el médico debería recibir una profunda formación filosófica e histórica, ya que hundirse al galeno en la historia de la ciencia médica, impediría que éste se engreyera creyendo que vive en una época “definitiva de la ciencia”, exhortándolo a tomar con prudencia los avances para “no dejarse llevar de la última palabra de la moda” y mucho menos convertirse “en lo peor que le puede suceder a un médico, que es ser médico de slogan” (¿a quién nos recuerda…?). Y lo proclamaba porque en carne propia él había luchado en la clínica epidemiológica, al lado de los pacientes, como director del Hospital de Infecciosos que se inauguró en Madrid. Sabía que el médico, con su oportuno diagnóstico y prevención higiénica, era el principal agente en el combate epidemiológico.

Sí, Marañón nos transmitió un invaluable legado humanista en el campo de la medicina, pero tanto o más, lo fue también el que nos dejó en el ámbito de la política, al haber levantado, como lo dijo Miguel Artola, “la bandera del liberalismo, de la libertad, en una época en que pocos o ninguno podían hacerlo”, porque para este gran humanista el sueño de la libertad era parte indisoluble del “instituto de vivir”, al creer firmamente que así como por instinto se es liberal, también “por instinto, nos resistimos a mentir”, solo que esto lo podría reconocer exclusivamente un verdadero liberal y un auténtico humanista, como lo fue Marañón.

Por ello hoy, en de una de las más grandes descomposiciones éticas que como sociedad hemos vivido, su ejemplo e inspiración adquieren renovada fuerza y valor. ¿Qué diría Marañón al ver que un Estado abandona, discrimina y excluye precisamente a quienes son el primer y más poderoso frente de batalla contra el enemigo pandémico? Su Tiberio nos responde: diagnosticaría que la cabeza del poder está enferma de execrable resentimiento social.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

A todos los médicos

que ofrendan su vida en el combate al Covid19



Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo y, segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios,

sino que, al contrario, son los medios los que justifican el fin.

El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto,

es mucho más que una política.

Gregorio Marañón, Estudios liberales (1946)



“Fascista”, “enemigo del pueblo”, “degenerado mental”, de eso y más fue acusada una de las mentes más notables no sólo de España, sino de la intelectualidad mundial en el siglo XX: Gregorio Marañón: el médico, el escritor, el filósofo, el humanista que antepuso -como bien lo refieren sus estudiosos Gregorio Marañón Bertrán de Lis y Antonio López Vega- su pasión por la clínica, la investigación y la docencia a ocupar cualquier cargo en el gobierno y, sobre todo, a transigir de sus principios e ideales.

Y es que él, además de ser una voz crítica, era un hombre de vocación inquebrantable y un ferviente defensor de la paz, y serlo implicaba pagar el precio de recibir, como él mismo lo reconocía, “pedradas” de ambos lados de la contienda. De ahí que en momentos de gran algidez política -como los vividos a mediados de los años 30 del siglo XX- reconociera ante su amigo y confidente Marcelino Domingo, luego de los asesinatos de diversos personajes como Fernando Primo de Rivera, su colaborador en el Instituto de Patología Médica: “Me aterra el aspecto de pugna crónica que empieza a tomar el combate… Me avergüenza estar como espectador en esta lucha que desangra a nuestro pueblo. Porque en el otro lado, hay pueblo también”.

Padre de la endrocrinología española, fundador de la psicohistoria de la que nos dejó grandes obras como Psicopatología del donjuanismo (1924), El Conde-Duque de Olivares. La pasión de mandar (1936) y Tiberio. Historia de un resentimiento (1939), Marañón pugnó por la biologización de la medicina y, ante todo, por la humanización de la clínica. Biologización que postuló a partir de trascender al localismo mecanicista y visualizar que toda enfermedad atañe al cuerpo entero. Por algo afirmaba: “la luz, por lo menos en Biología, sale de la meditación, de la observación y de la experimentación”. Es decir, no basta con experimentar, resulta imprescindible observar “con ojos de investigador lo que la naturaleza, en forma de dolor” le presenta al médico a través del enfermo. De ahí su recomendación a los jóvenes a no centrarse en buscar técnicas de cura, sino en contribuir al descubrimiento de verdades biológicas.

Humanización, que centró en dos conceptos, los mismos que dan título a una obra de 1935 y que condensan su visión: “vocación y ética”, pues para Marañón ser médico implicaba servir, brindar afecto al enfermo, entregarse a él, tal y como lo hace en la cátedra un verdadero maestro, que más que enseñar está en pos de la vocación de sus discípulos. De esta forma, cada enfermo sería para el médico, además de un problema fisiopatológico, un problema de humanitarismo. Por algo soñaba que así como el abogado estudiaba filosofía del derecho, algún día también el médico debería recibir una profunda formación filosófica e histórica, ya que hundirse al galeno en la historia de la ciencia médica, impediría que éste se engreyera creyendo que vive en una época “definitiva de la ciencia”, exhortándolo a tomar con prudencia los avances para “no dejarse llevar de la última palabra de la moda” y mucho menos convertirse “en lo peor que le puede suceder a un médico, que es ser médico de slogan” (¿a quién nos recuerda…?). Y lo proclamaba porque en carne propia él había luchado en la clínica epidemiológica, al lado de los pacientes, como director del Hospital de Infecciosos que se inauguró en Madrid. Sabía que el médico, con su oportuno diagnóstico y prevención higiénica, era el principal agente en el combate epidemiológico.

Sí, Marañón nos transmitió un invaluable legado humanista en el campo de la medicina, pero tanto o más, lo fue también el que nos dejó en el ámbito de la política, al haber levantado, como lo dijo Miguel Artola, “la bandera del liberalismo, de la libertad, en una época en que pocos o ninguno podían hacerlo”, porque para este gran humanista el sueño de la libertad era parte indisoluble del “instituto de vivir”, al creer firmamente que así como por instinto se es liberal, también “por instinto, nos resistimos a mentir”, solo que esto lo podría reconocer exclusivamente un verdadero liberal y un auténtico humanista, como lo fue Marañón.

Por ello hoy, en de una de las más grandes descomposiciones éticas que como sociedad hemos vivido, su ejemplo e inspiración adquieren renovada fuerza y valor. ¿Qué diría Marañón al ver que un Estado abandona, discrimina y excluye precisamente a quienes son el primer y más poderoso frente de batalla contra el enemigo pandémico? Su Tiberio nos responde: diagnosticaría que la cabeza del poder está enferma de execrable resentimiento social.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli