/ domingo 21 de octubre de 2018

LAS CALLES DE VALLARTA Y ALTAMIRANO

ARQ. JAVIER MARTÍN RUIZ CRONISTA DE IRAPUATO

Buenos días. Continuo con los comentarios relativos a la construcción de la historia de esta calle que, desde su cruce con la calle de Terán cambia de nombre: haca el norte, Vallarta y hacia el sur, Altamirano. En mi anterior artículo relaté algo de la historia de los dos personajes que otorgan su nombre a ella.

Ahora continuo con otros datos. Desde el inicio de la calle Vallarta, en su cruce con el actual Boulevard Torres Landa, las casas estaban construidas con adobe, elemento presa fácil para ser destruido por las constantes inundaciones que sufría Irapuato. En una esquina de ese inicio existía una tiendita con venta de revistas y periódicos, y en la otra, en el vértice que forman la calle Vallarta con la avenida Guerrero, había un pequeño negocio de un relojero.

A lo largo de esta calle y hasta su cruce con la calle de Terán, prácticamente todas las casas fueron destruidas por la inundación sufrida el 18 de agosto de 1973. Quedaron en pie algunas, como la casa habitación del señor Roberto Domínguez (celebre ciudadano de Irapuato entregado por muchos años en favor de la población a través de la Dirección de ‘Protección Civil’ dependiente del gobierno municipal), en el vértice que forma esta calle con la calle Moctezuma. Más adelante, casas como la de Don Paco García (un pequeño chalet con un jardincito al frente), de la familia Nieto, de la clínica del Doctor Ignacio Solórzano y de la familia Basauri, resistieron muchas calamidades y aún se conservan.

En el cruce con la calle Terán, además de en pie la casa de la familia Basauri se encuentran, una casa habitación hecha con muros de piedra propiedad del señor Juan N. dueño de la negociación JIMSA, que urge la intervención del INAH y las autoridades municipales para rescatarla, una de las pocas construcciones en esta zona como las siguientes que señalo.

En frente de esa casa, existe otra casa muy importante para nuestra historia pues en ella funcionó por muchos años la ‘Casa del Diezmo’, es decir el lugar donde las personas de Irapuato llevaban cada año el diez por ciento de sus cosechas o bienes, producto de su trabajo y que lo entregaban a la Iglesia como lo señala uno de los ‘Mandamientos de la Santa Madre Iglesia’. En su interior había grandes trojes lugar donde depositaban el grano de sus tierras labradas, ya que la mayor parte de las personas eran agricultores.

A un lado de esta casa (propiedad todo lo que a continuación señalo, de los señores Evaristo y José Cortés, grandes benefactores de Irapuato), había otra construcción, la que sirvió por muchos años como la ‘Fábrica de Jabón La Constancia’, muy famosa en Irapuato y alrededores.

Esta finca fue vendida y en su lugar se construyó, tristemente, un edificio escolar y digo que tristemente, porque esa construcción golpeó -y continúa haciéndolo-, al centro histórico de nuestra ciudad, empeño que tenemos muchos irapuatenses de proteger nuestros bienes históricos, artísticos y culturales. Al saber que estaban demoliendo esta construcción fui a verla. Toda estaba ya en el suelo, pero aún no demolían su chimenea o ‘chacuaco’.

Al ver esto llamé inmediatamente a las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia, con sus oficinas en el poblado minero de Marfil en Guanajuato. Luego de platicar con la Delgada estatal, Arquitecta Yolanda Torres, envió a un antropólogo, como ella, amigo mío, y afortunadamente detuvo su demolición, la que se conserva todavía como mudo testigo de lo que, debiendo proteger no lo hacemos, o sea, el de rescatar, proteger y acrecentar nuestro patrimonio colectivo.

Como memoria y señalamiento de que todos estamos obligados, en conciencia, a construir constantemente una ciudad mejor, relato lo siguiente: hace años (en enero del año de 1990) terminaba de construir el ‘Monumento a Mozart’, en el cruce de las avenidas Guerrero y Paseo de las Fresas, que con grandes esfuerzos la ‘Sociedad de Amigos de la Filarmónica del Bajío’, la que yo precedía, conseguimos el dinero para su realización.

A las dos de la madrugada, con un frío intensísimo, del día –ocho de enero-, en que se inauguraría el monumento, pasó en su vehículo un amigo, se detuvo y casi gritando me preguntó muy enojado: - ‘¿Qué estás haciendo?’, le contesté: - ‘un monumento a Mozart’, más enojado me volvió a gritar: - ‘en lugar de construir eso, que de nada sirve, deberías construir escuelas’, lo miré fijamente y le dije: - ‘pues entones tu dedícate a construir escuelas, y yo a construir monumentos…’

Prosigo con la relación de esa calle. En su mitad, de un lado y otro, se encontraban (y aún se conservan), las casas de los señores Evaristo y José Cortés; a esta casa le sigue otra, en la que vivió por algunos años el señor Pedro Vargas Covarrubias con su familia, famoso literato, impulsor de actividades varias e interesado en nuestra historia. En el cruce con la calle de Allende, se encontraban, del lado derecho (esta esquina era muy angosta y solamente podía pasar un vehículo a la vez), una casa habitada por un tiempo por la familia Tazzer y después por la familia del señor Cayo Alberto Díaz.

Enfrente estaba la casa del Licenciado Chacón con sus hermanas Regina y Lucita (vendía alhajas de la ‘Casa Gallardo’ en casas particulares), casa en altos (esta esquina era también ‘inundable’, de hecho, había una gran diferencia de alturas entre las calles de Allende con Altamirano, cuando menos medio metro más alta la de Altamirano, y en esa esquina se encharcaba mucho el agua), y en la que vendían leche, como las familias Basauri y Nieto, con su cuarterón de hielo para que estuviera fresca. Años después, en esta esquina el profesor Félix Guerra construyó el edifico de su ‘Instituto América’.

En las esquinas, frente a estas dos, existían dos construcciones, frente a la casa de la familia Chacón, la de la familia Herrera, Don Aurelio y dos hermanas, casa que se encuentra muy bien restaurada; enfrente existía una pequeña construcción, la que funcionaba como imprenta del Licenciado Julio Amado Martínez, recordado abogado, pintor, poeta escritor, etc. En esta esquina se encontraba una columna de cantera adosada a sus lados y sobre ella se encontraba una hornacina con un nicho central.

Lo curioso es que, hacen muchos años, en las esquinas de las calles de Irapuato colocaban un foco protegido por un ‘cucurucho’ de lámina y agarrado todo por alambres que iban de esquina a esquina de esos cruces. En esa esquina, en las noches, al encender las luces el foco, con su luz proyectaba sobre la esquina de la calle de Altamirano, el perfil del Rostro de Nuestro Señor Jesucristo, con total nitidez y provocador, por lo mismo, de gran devoción entre los irapuatenses. Años después, el Doctor Antonio Topete del Valle (muy recordado igualmente), compró esta finca y la demolió para hacer un edifico de apartamentos y consultorios. La columna con la hornacina la desprendió cuidadosamente y la regaló a su amigo, don Alberto Díaz Moncada (igual, celebre y muy recordado irapuatense por adopción), la que se encuentra colocada en la bellísima ex Hacienda de San Antonio de Ayala, propiedad actual de sus hijos: Marcela, Alberto y Rocío.

La historia de esta calle la continuaré en mi próximo artículo pues es muy interesante, como la de muchas calles de Irapuato. Por ahora termino. Acepto críticas constructivas de este trabajo.


ARQ. JAVIER MARTÍN RUIZ CRONISTA DE IRAPUATO

Buenos días. Continuo con los comentarios relativos a la construcción de la historia de esta calle que, desde su cruce con la calle de Terán cambia de nombre: haca el norte, Vallarta y hacia el sur, Altamirano. En mi anterior artículo relaté algo de la historia de los dos personajes que otorgan su nombre a ella.

Ahora continuo con otros datos. Desde el inicio de la calle Vallarta, en su cruce con el actual Boulevard Torres Landa, las casas estaban construidas con adobe, elemento presa fácil para ser destruido por las constantes inundaciones que sufría Irapuato. En una esquina de ese inicio existía una tiendita con venta de revistas y periódicos, y en la otra, en el vértice que forman la calle Vallarta con la avenida Guerrero, había un pequeño negocio de un relojero.

A lo largo de esta calle y hasta su cruce con la calle de Terán, prácticamente todas las casas fueron destruidas por la inundación sufrida el 18 de agosto de 1973. Quedaron en pie algunas, como la casa habitación del señor Roberto Domínguez (celebre ciudadano de Irapuato entregado por muchos años en favor de la población a través de la Dirección de ‘Protección Civil’ dependiente del gobierno municipal), en el vértice que forma esta calle con la calle Moctezuma. Más adelante, casas como la de Don Paco García (un pequeño chalet con un jardincito al frente), de la familia Nieto, de la clínica del Doctor Ignacio Solórzano y de la familia Basauri, resistieron muchas calamidades y aún se conservan.

En el cruce con la calle Terán, además de en pie la casa de la familia Basauri se encuentran, una casa habitación hecha con muros de piedra propiedad del señor Juan N. dueño de la negociación JIMSA, que urge la intervención del INAH y las autoridades municipales para rescatarla, una de las pocas construcciones en esta zona como las siguientes que señalo.

En frente de esa casa, existe otra casa muy importante para nuestra historia pues en ella funcionó por muchos años la ‘Casa del Diezmo’, es decir el lugar donde las personas de Irapuato llevaban cada año el diez por ciento de sus cosechas o bienes, producto de su trabajo y que lo entregaban a la Iglesia como lo señala uno de los ‘Mandamientos de la Santa Madre Iglesia’. En su interior había grandes trojes lugar donde depositaban el grano de sus tierras labradas, ya que la mayor parte de las personas eran agricultores.

A un lado de esta casa (propiedad todo lo que a continuación señalo, de los señores Evaristo y José Cortés, grandes benefactores de Irapuato), había otra construcción, la que sirvió por muchos años como la ‘Fábrica de Jabón La Constancia’, muy famosa en Irapuato y alrededores.

Esta finca fue vendida y en su lugar se construyó, tristemente, un edificio escolar y digo que tristemente, porque esa construcción golpeó -y continúa haciéndolo-, al centro histórico de nuestra ciudad, empeño que tenemos muchos irapuatenses de proteger nuestros bienes históricos, artísticos y culturales. Al saber que estaban demoliendo esta construcción fui a verla. Toda estaba ya en el suelo, pero aún no demolían su chimenea o ‘chacuaco’.

Al ver esto llamé inmediatamente a las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia, con sus oficinas en el poblado minero de Marfil en Guanajuato. Luego de platicar con la Delgada estatal, Arquitecta Yolanda Torres, envió a un antropólogo, como ella, amigo mío, y afortunadamente detuvo su demolición, la que se conserva todavía como mudo testigo de lo que, debiendo proteger no lo hacemos, o sea, el de rescatar, proteger y acrecentar nuestro patrimonio colectivo.

Como memoria y señalamiento de que todos estamos obligados, en conciencia, a construir constantemente una ciudad mejor, relato lo siguiente: hace años (en enero del año de 1990) terminaba de construir el ‘Monumento a Mozart’, en el cruce de las avenidas Guerrero y Paseo de las Fresas, que con grandes esfuerzos la ‘Sociedad de Amigos de la Filarmónica del Bajío’, la que yo precedía, conseguimos el dinero para su realización.

A las dos de la madrugada, con un frío intensísimo, del día –ocho de enero-, en que se inauguraría el monumento, pasó en su vehículo un amigo, se detuvo y casi gritando me preguntó muy enojado: - ‘¿Qué estás haciendo?’, le contesté: - ‘un monumento a Mozart’, más enojado me volvió a gritar: - ‘en lugar de construir eso, que de nada sirve, deberías construir escuelas’, lo miré fijamente y le dije: - ‘pues entones tu dedícate a construir escuelas, y yo a construir monumentos…’

Prosigo con la relación de esa calle. En su mitad, de un lado y otro, se encontraban (y aún se conservan), las casas de los señores Evaristo y José Cortés; a esta casa le sigue otra, en la que vivió por algunos años el señor Pedro Vargas Covarrubias con su familia, famoso literato, impulsor de actividades varias e interesado en nuestra historia. En el cruce con la calle de Allende, se encontraban, del lado derecho (esta esquina era muy angosta y solamente podía pasar un vehículo a la vez), una casa habitada por un tiempo por la familia Tazzer y después por la familia del señor Cayo Alberto Díaz.

Enfrente estaba la casa del Licenciado Chacón con sus hermanas Regina y Lucita (vendía alhajas de la ‘Casa Gallardo’ en casas particulares), casa en altos (esta esquina era también ‘inundable’, de hecho, había una gran diferencia de alturas entre las calles de Allende con Altamirano, cuando menos medio metro más alta la de Altamirano, y en esa esquina se encharcaba mucho el agua), y en la que vendían leche, como las familias Basauri y Nieto, con su cuarterón de hielo para que estuviera fresca. Años después, en esta esquina el profesor Félix Guerra construyó el edifico de su ‘Instituto América’.

En las esquinas, frente a estas dos, existían dos construcciones, frente a la casa de la familia Chacón, la de la familia Herrera, Don Aurelio y dos hermanas, casa que se encuentra muy bien restaurada; enfrente existía una pequeña construcción, la que funcionaba como imprenta del Licenciado Julio Amado Martínez, recordado abogado, pintor, poeta escritor, etc. En esta esquina se encontraba una columna de cantera adosada a sus lados y sobre ella se encontraba una hornacina con un nicho central.

Lo curioso es que, hacen muchos años, en las esquinas de las calles de Irapuato colocaban un foco protegido por un ‘cucurucho’ de lámina y agarrado todo por alambres que iban de esquina a esquina de esos cruces. En esa esquina, en las noches, al encender las luces el foco, con su luz proyectaba sobre la esquina de la calle de Altamirano, el perfil del Rostro de Nuestro Señor Jesucristo, con total nitidez y provocador, por lo mismo, de gran devoción entre los irapuatenses. Años después, el Doctor Antonio Topete del Valle (muy recordado igualmente), compró esta finca y la demolió para hacer un edifico de apartamentos y consultorios. La columna con la hornacina la desprendió cuidadosamente y la regaló a su amigo, don Alberto Díaz Moncada (igual, celebre y muy recordado irapuatense por adopción), la que se encuentra colocada en la bellísima ex Hacienda de San Antonio de Ayala, propiedad actual de sus hijos: Marcela, Alberto y Rocío.

La historia de esta calle la continuaré en mi próximo artículo pues es muy interesante, como la de muchas calles de Irapuato. Por ahora termino. Acepto críticas constructivas de este trabajo.


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