/ sábado 14 de agosto de 2021

La ley del burro y la generación de cristal

Me llama mucho la atención la forma en que los chinos solían contarse la milenaria historia de sus diferentes dinastías. A partir de la lejana dinastía Xia, establecida hacia el año 2050 antes de Cristo, las diversas épocas se explicaban a partir de un núcleo virtuoso civilizatorio, encarnado por los emperadores y la corte, que a lo largo de sus siglos de reinado se iba debilitando y corrompiendo hasta ser reemplazados por una nueva élite que representaba los valores perdidos y buscaba restañar el esplendor de otros tiempos. Muy del corte de Spengler y quizás una de sus influencias, quien, por cierto, hace un siglo auguraba el declive de Occidente por los años que vivimos.

Y cuando veo las noticias de esta semana con la polémica sobre si deben iniciarse clases tras más de año y medio de pandemia, me pregunto si México no sería buena muestra de este ablandamiento de la voluntad y las costumbres. En artículos anteriores me he quejado del desdén de buena parte de nuestras élites por el conocimiento y la cultura; de los lloriqueos de nuestro gobernador durante la escasez de combustible y su gusto, cruelmente interrumpido por la pandemia, por los viajes transoceánicos en clase ejecutiva; sobre su renuencia a abordar de fondo los temas de corrupción e inseguridad heredados de su predecesor, algo que recientemente se ha vuelto tema nacional.

Pero quizás los de arriba son también un reflejo de su pueblo. ¿Cómo se discute el regreso a las aulas cuando la totalidad de la economía funciona desde hace meses con normalidad? ¿Es tan anormal asistir a la escuela?

Mientras me niego a ver la polémica como un episodio más de la castrante lucha entre el Presidente y sus adversarios conservadores, me maravilla cómo muchos centros educativos, en su mayoría privados, se han adaptado y están dispuestos a implementar nuevos modelos que permiten la presencia en las aulas. Muchas medidas son sencillas y requirieron tan sólo un poco de información previa o algo de imaginación. Otras tal vez estén, debido a las inversiones en infraestructura y gracias al descuido de décadas, fuera del alcance de la educación pública, pero: ¿acaso ya se claudicó en la búsqueda de soluciones imaginativas y en brindarle a la educación el sitio que merece en la construcción de una sociedad mejor y más justa?

Parece que una buena cantidad de mexicanos sigue postrada ante el miedo, no confía en las vacunas ni en la capacidad de sus hijos para cuidarse a sí mismos. Se escudan en su protección, pero parecen no considerar que la claustrofilia y el miedo son más perjudiciales que el virus al que temen. Mientras muchos padres autorizan a sus hijos salir al centro comercial o asistir a fiestas, tiemblan ante la perspectiva de verlos en actividades más esenciales.

En los medios se escuchan las voces del Presidente, la Secretaria de Educación, los líderes sindicales del magisterio, pero mi hija me hacía una pregunta que también es muy pertinente ¿Alguien le ha preguntado su opinión a los alumnos? Por lo menos a los de secundaria y preparatoria que añoran regresar a las aulas y espantar el miedo que marca a esta generación conocida desde antes de la pandemia como frágil o de cristal. Pero, ¿son en realidad de cristal o tan sólo un reflejo de los miedos de padres sobreprotectores? Pienso que debemos darles oportunidad de decidir y de demostrar cómo pueden asumir su regreso con responsabilidad y conciencia de su autocuidado; no en vano conformarán en el futuro la dinastía que habrá de suceder a la actual.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

Me llama mucho la atención la forma en que los chinos solían contarse la milenaria historia de sus diferentes dinastías. A partir de la lejana dinastía Xia, establecida hacia el año 2050 antes de Cristo, las diversas épocas se explicaban a partir de un núcleo virtuoso civilizatorio, encarnado por los emperadores y la corte, que a lo largo de sus siglos de reinado se iba debilitando y corrompiendo hasta ser reemplazados por una nueva élite que representaba los valores perdidos y buscaba restañar el esplendor de otros tiempos. Muy del corte de Spengler y quizás una de sus influencias, quien, por cierto, hace un siglo auguraba el declive de Occidente por los años que vivimos.

Y cuando veo las noticias de esta semana con la polémica sobre si deben iniciarse clases tras más de año y medio de pandemia, me pregunto si México no sería buena muestra de este ablandamiento de la voluntad y las costumbres. En artículos anteriores me he quejado del desdén de buena parte de nuestras élites por el conocimiento y la cultura; de los lloriqueos de nuestro gobernador durante la escasez de combustible y su gusto, cruelmente interrumpido por la pandemia, por los viajes transoceánicos en clase ejecutiva; sobre su renuencia a abordar de fondo los temas de corrupción e inseguridad heredados de su predecesor, algo que recientemente se ha vuelto tema nacional.

Pero quizás los de arriba son también un reflejo de su pueblo. ¿Cómo se discute el regreso a las aulas cuando la totalidad de la economía funciona desde hace meses con normalidad? ¿Es tan anormal asistir a la escuela?

Mientras me niego a ver la polémica como un episodio más de la castrante lucha entre el Presidente y sus adversarios conservadores, me maravilla cómo muchos centros educativos, en su mayoría privados, se han adaptado y están dispuestos a implementar nuevos modelos que permiten la presencia en las aulas. Muchas medidas son sencillas y requirieron tan sólo un poco de información previa o algo de imaginación. Otras tal vez estén, debido a las inversiones en infraestructura y gracias al descuido de décadas, fuera del alcance de la educación pública, pero: ¿acaso ya se claudicó en la búsqueda de soluciones imaginativas y en brindarle a la educación el sitio que merece en la construcción de una sociedad mejor y más justa?

Parece que una buena cantidad de mexicanos sigue postrada ante el miedo, no confía en las vacunas ni en la capacidad de sus hijos para cuidarse a sí mismos. Se escudan en su protección, pero parecen no considerar que la claustrofilia y el miedo son más perjudiciales que el virus al que temen. Mientras muchos padres autorizan a sus hijos salir al centro comercial o asistir a fiestas, tiemblan ante la perspectiva de verlos en actividades más esenciales.

En los medios se escuchan las voces del Presidente, la Secretaria de Educación, los líderes sindicales del magisterio, pero mi hija me hacía una pregunta que también es muy pertinente ¿Alguien le ha preguntado su opinión a los alumnos? Por lo menos a los de secundaria y preparatoria que añoran regresar a las aulas y espantar el miedo que marca a esta generación conocida desde antes de la pandemia como frágil o de cristal. Pero, ¿son en realidad de cristal o tan sólo un reflejo de los miedos de padres sobreprotectores? Pienso que debemos darles oportunidad de decidir y de demostrar cómo pueden asumir su regreso con responsabilidad y conciencia de su autocuidado; no en vano conformarán en el futuro la dinastía que habrá de suceder a la actual.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

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