/ sábado 22 de febrero de 2020

Fátima: reflejo de la descomposición social

Hace ya casi 30 años, reflexionando sobre el tema de la violencia el gran historiador francés Norbert Elias destacaba que la civilización “nunca está del todo finalizada y siempre corre peligro… mantener una postura civilizatoria en una sociedad requiere un grado de autodisciplina relativamente alto, y requiere también algo más: es necesario un alto grado de pacificación en la sociedad”. De ahí que la pregunta que deberíamos hacernos, reflexionaba, no sería en realidad cómo es posible que haya tanta violencia, sino a qué se debe que haya “tanta paz” en el mundo, si la violencia es consubstancial a la esencia humana.

En las últimas décadas, la criminalidad se ha escalado y nuevas modalidades de delitos se han configurado, desbordando al mundo jurídico. Rosa del Olmo, por ejemplo, fue una de las pioneras en el estudio sociológico del “entorno criminógeno”, pero la violencia como objeto de estudio, rebasa con mucho el análisis de un solo elemento. Por eso intentar clasificarla resulta también estéril. Para el derecho penal, por ejemplo, la gran dicotomía en el campo de la violencia se da a partir de la distinción inicial entre violencia física y moral. No obstante, en una y otra podemos encontrar múltiples modalidades porque la violencia en el ámbito humano, más aún que ser un hecho natural, como siempre se pretende justificar, es en realidad un hecho cultural y el propio Elias así lo confirma cuando advierte que el hombre, lejos de doblegarse al “canon civilizatorio”, al canon de la pacificación”, se rebela contra él.

Max Weber había ya evidenciado que todo Estado se erige a partir del monopolio de una violencia física, organizada y, por lo tanto, legal y “legítima”, que se enfrenta y erige por sobre una violencia ilegal, desarticulada, que proviene del resto de la sociedad. Por eso mismo la violencia estatal, al ser creada artificialmente, deviene en un arma que es peligrosa tanto para él, como para los miembros de la sociedad. Y dado que “todo Estado se basa en la fuerza”, como refirió Trotski, el día que desapareciera ésta, sobrevendría la anarquía. Pero la violencia va mucho más allá. A Pierre Bourdieu debemos, por ejemplo, la introducción de un nuevo concepto, la “violencia simbólica”, definida por él como la violencia “que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas ‘expectativas colectivas’, en unas creencias socialmente inculcadas”. Y es aquí donde actualmente debemos profundizar, porque esas expectativas son cada vez más altas y más complejas.

Por algo el propio Jean Paul Sartre refirió que la violencia podía ser concebida como el eje y destino de la historia y hombre, partiendo de un hecho: la humanidad es violenta debido a las diferencias y a la necesidad de supremacía de unos sobre otros. Violencia por tanto que se convierte en motor de la vida misma, comenzando por la pareja, que desde la óptica sartriana es conflictual dado que el ser humano está en busca siempre de “apoderarse de la libertad del otro”. Violencia que lleva al masoquismo cuando el individuo busca fascinarse a sí mismo al lograr que otro lo objetivice. Violencia que conduce al sadismo cuando uno por la fuerza busca encarnar al otro. De aquí que evocar el pensamiento sartriano sobre la violencia resulte más que nunca vigente.

Hoy la criminalidad está caracterizada por un elemento que la sella y marca: la violencia y nuestra sociedad es perfecto escenario de ello. México vive preso de la criminalidad y, sobre todo, de la violencia. Una violencia que no es solo aquélla que se emplea como medio para alcanzar un beneficio económico, según lo estudió Engels, ni tampoco la mera violencia requerida para poder sobrevivir.

No es tampoco una violencia desarrollada para mantener el statu quo monopólico del aparato estatal. No. Es una violencia distinta. ¿Cuál es su origen? ¿Por qué la sociedad es cada vez más violenta contra las mujeres, contra las personas de la tercera edad y contra los niños?

Podrá ser simple la respuesta, pero la sociedad ha recrudecido su violencia contra todos ellos por lo mismo que lo ha hecho en contra de los animales: porque son los más vulnerables. Porque atravesamos por un tiempo histórico en el que el ser humano enfrenta muchas frustraciones, de todo tipo, y requiere de algo o alquien en quien volcar su coraje y nadie mejor que ellos, dado que la finalidad de la violencia sigue siendo lograr la dominación y esto ha sido así desde el principio de los tiempos, solo que ya no la negamos más y estamos concientizándonos de ella. Sí, el maltrato infantil ha existido siempre, pero apenas comienza a ser visibilizado. El derecho lo ha tipificado; sociológicamente ha sido reconocido, pero falta mucho por hacer en lo psicológico y cultural.

El compromiso es enorme. No olvidemos que un niño maltratado -si sobrevive- será un adulto maltratador y el nivel de la violencia social, el reflejo de nuestra descomposición. Fátima es nuestro más reciente ejemplo.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli



Hace ya casi 30 años, reflexionando sobre el tema de la violencia el gran historiador francés Norbert Elias destacaba que la civilización “nunca está del todo finalizada y siempre corre peligro… mantener una postura civilizatoria en una sociedad requiere un grado de autodisciplina relativamente alto, y requiere también algo más: es necesario un alto grado de pacificación en la sociedad”. De ahí que la pregunta que deberíamos hacernos, reflexionaba, no sería en realidad cómo es posible que haya tanta violencia, sino a qué se debe que haya “tanta paz” en el mundo, si la violencia es consubstancial a la esencia humana.

En las últimas décadas, la criminalidad se ha escalado y nuevas modalidades de delitos se han configurado, desbordando al mundo jurídico. Rosa del Olmo, por ejemplo, fue una de las pioneras en el estudio sociológico del “entorno criminógeno”, pero la violencia como objeto de estudio, rebasa con mucho el análisis de un solo elemento. Por eso intentar clasificarla resulta también estéril. Para el derecho penal, por ejemplo, la gran dicotomía en el campo de la violencia se da a partir de la distinción inicial entre violencia física y moral. No obstante, en una y otra podemos encontrar múltiples modalidades porque la violencia en el ámbito humano, más aún que ser un hecho natural, como siempre se pretende justificar, es en realidad un hecho cultural y el propio Elias así lo confirma cuando advierte que el hombre, lejos de doblegarse al “canon civilizatorio”, al canon de la pacificación”, se rebela contra él.

Max Weber había ya evidenciado que todo Estado se erige a partir del monopolio de una violencia física, organizada y, por lo tanto, legal y “legítima”, que se enfrenta y erige por sobre una violencia ilegal, desarticulada, que proviene del resto de la sociedad. Por eso mismo la violencia estatal, al ser creada artificialmente, deviene en un arma que es peligrosa tanto para él, como para los miembros de la sociedad. Y dado que “todo Estado se basa en la fuerza”, como refirió Trotski, el día que desapareciera ésta, sobrevendría la anarquía. Pero la violencia va mucho más allá. A Pierre Bourdieu debemos, por ejemplo, la introducción de un nuevo concepto, la “violencia simbólica”, definida por él como la violencia “que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas ‘expectativas colectivas’, en unas creencias socialmente inculcadas”. Y es aquí donde actualmente debemos profundizar, porque esas expectativas son cada vez más altas y más complejas.

Por algo el propio Jean Paul Sartre refirió que la violencia podía ser concebida como el eje y destino de la historia y hombre, partiendo de un hecho: la humanidad es violenta debido a las diferencias y a la necesidad de supremacía de unos sobre otros. Violencia por tanto que se convierte en motor de la vida misma, comenzando por la pareja, que desde la óptica sartriana es conflictual dado que el ser humano está en busca siempre de “apoderarse de la libertad del otro”. Violencia que lleva al masoquismo cuando el individuo busca fascinarse a sí mismo al lograr que otro lo objetivice. Violencia que conduce al sadismo cuando uno por la fuerza busca encarnar al otro. De aquí que evocar el pensamiento sartriano sobre la violencia resulte más que nunca vigente.

Hoy la criminalidad está caracterizada por un elemento que la sella y marca: la violencia y nuestra sociedad es perfecto escenario de ello. México vive preso de la criminalidad y, sobre todo, de la violencia. Una violencia que no es solo aquélla que se emplea como medio para alcanzar un beneficio económico, según lo estudió Engels, ni tampoco la mera violencia requerida para poder sobrevivir.

No es tampoco una violencia desarrollada para mantener el statu quo monopólico del aparato estatal. No. Es una violencia distinta. ¿Cuál es su origen? ¿Por qué la sociedad es cada vez más violenta contra las mujeres, contra las personas de la tercera edad y contra los niños?

Podrá ser simple la respuesta, pero la sociedad ha recrudecido su violencia contra todos ellos por lo mismo que lo ha hecho en contra de los animales: porque son los más vulnerables. Porque atravesamos por un tiempo histórico en el que el ser humano enfrenta muchas frustraciones, de todo tipo, y requiere de algo o alquien en quien volcar su coraje y nadie mejor que ellos, dado que la finalidad de la violencia sigue siendo lograr la dominación y esto ha sido así desde el principio de los tiempos, solo que ya no la negamos más y estamos concientizándonos de ella. Sí, el maltrato infantil ha existido siempre, pero apenas comienza a ser visibilizado. El derecho lo ha tipificado; sociológicamente ha sido reconocido, pero falta mucho por hacer en lo psicológico y cultural.

El compromiso es enorme. No olvidemos que un niño maltratado -si sobrevive- será un adulto maltratador y el nivel de la violencia social, el reflejo de nuestra descomposición. Fátima es nuestro más reciente ejemplo.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli