/ domingo 12 de agosto de 2018

ESTAD PREPARAOS…

Cursos verano, vacaciones en la playa, o simplemente quedarnos en casa… cualquier opción es buena, con tal de disfrutar el periodo vacacional pero siempre y cuando vaya acompañado con cierta dosis de crecimiento espiritual. ¿Espiritual? Sí, eso dije. Hace 28 años falleció mi hijo Héctor Jesús; y sepultado en el panteón municipal, era tiempo ya de acercar sus restos a un lugar más cerca… en Catedral. Por eso me di a la tarea de hacer todo tipo de trámites. Presidencia Municipal, Diócesis de Irapuato, y Panteón. O dicho de otro modo, Susana Bermúdez (a través de Julio), Reverendo Padre Jorge, y Mario Ayala; todos generosamente apoyando la misma causa.

Llegado el momento… ahí en el sepulcro, el pequeño ataúd blanco volvió a ver la luz… en su interior, los restos mortuorios de un bebé que sólo su alma vino al mundo por espacio de tres días para enseguida volver a su Creador, fueron depositados por mi persona en su urna.

Del viaje… acaso por el inframundo que recorrimos mi esposa Irene y yo entre decenas de lápidas, mausoleos, y tumbas, muchas de ellas olvidadas que datan del siglo antepasado, para poder llegar a la tumba del niño… nuestro niño Héctor Jesús, descubrimos, o mejor dicho, intuimos verdaderas historias que nos son contadas con sólo leer los epitafios en las lápidas, o simplemente al ver las fechas de nacimiento y deceso de tal o cual persona cuyos restos yacen ahí y que nos revelan sus nombres y su exacta edad.

De entre todas, la que más poderosamente llamó mi atención, fue la que consigna: “Jesús mío, Misericordia” pues tal oración, aunque breve, encierra todo lo que puede pedir y a lo que debe aspirar el ser humano a Dios. Misericordia, y nada más, para ser salvo.

Mientras estamos en este mundo, es necesario no olvidar que alguna vez llegará ese momento que creemos lejos, o peor aún, que no llegará… no, al menos en mucho tiempo; las diversiones, el trabajo, y mil cosas que se nos ofrece diariamente nos distrae para no pensar en eso… en la muerte, pero esta tarde que temprano llegará. Si no lo creemos, démonos un tiempo y hagamos ese viaje en un camposanto y veremos de acuerdo a las fechas de las lapidas que ahí yacen quienes fueron niños, otros jóvenes y otros tantos ancianos. Y muchos… muchos de la edad que tienes tú ahora y a los que el tiempo de partir les llegó.

En estas vacaciones -que a propósito se encuentran ya en la recta final-, y que de paso sea dicho, que por ir a la playa me perdí del convivio que Presidencia Municipal realizó para festejar con los medios de comunicación el día de la libertad de expresión, he de decir, que también por allá, donde andaba tuve un gran susto. Mi hijo de cinco años que también lleva el mismo nombre, del primero que mencioné y del que ya goza de la presencia de Dios, nos metimos a la mar.

Llenos de bronceador, que combinado con el agua salada se convirtió en verdadero lubricante. Después de que llega una ola, enseguida se va retirando, se va regresando de donde vino, hacia el mar, y deja un espacio seco de muchos metros. Hasta allá nos metimos mi hijo inocente y yo, digamos tonto. Pero enseguida estaba ya la siguiente ola… enorme como un tsunami la vi.

Dios mío, la manita de mi hijo se resbala por el bronceador no lo puedo contener la ola amenazante avanza a toda velocidad, lo abrazo y en seguida la furia de la mar nos lleva revolcándonos y no puedo sostener al niño… afortunadamente de su calzón lo tomé con toda mi fuerza, de ahí no se me resbala pensé, pero… ¿y? Si ya a esas alturas ambos íbamos siendo literalmente tragados por la mar a toda velocidad como en avalancha. No… no quiero escribir más de este tema…

Sólo diré que no supe cuánto tiempo pasó y finalmente una mano bendita y poderosa jaló de mi camiseta que casi me ahorca y a su vez yo que nunca solté del short a mi hijo que me lo regateaba el mar, pero que yo en franca lucha le decía: “¡¿Te lo llevas?! Sí pero también conmigo cab…”. Y así en cadena, finalmente fuimos puestos a salvo. Gracias Dios. Reflexión: La muerte es una realidad y puede llegar en cualquier momento, por eso: “Estad preparados, porque no sabéis ni el día ni la hora…” oem-elsol-de-irapuato@hotmail.com





Cursos verano, vacaciones en la playa, o simplemente quedarnos en casa… cualquier opción es buena, con tal de disfrutar el periodo vacacional pero siempre y cuando vaya acompañado con cierta dosis de crecimiento espiritual. ¿Espiritual? Sí, eso dije. Hace 28 años falleció mi hijo Héctor Jesús; y sepultado en el panteón municipal, era tiempo ya de acercar sus restos a un lugar más cerca… en Catedral. Por eso me di a la tarea de hacer todo tipo de trámites. Presidencia Municipal, Diócesis de Irapuato, y Panteón. O dicho de otro modo, Susana Bermúdez (a través de Julio), Reverendo Padre Jorge, y Mario Ayala; todos generosamente apoyando la misma causa.

Llegado el momento… ahí en el sepulcro, el pequeño ataúd blanco volvió a ver la luz… en su interior, los restos mortuorios de un bebé que sólo su alma vino al mundo por espacio de tres días para enseguida volver a su Creador, fueron depositados por mi persona en su urna.

Del viaje… acaso por el inframundo que recorrimos mi esposa Irene y yo entre decenas de lápidas, mausoleos, y tumbas, muchas de ellas olvidadas que datan del siglo antepasado, para poder llegar a la tumba del niño… nuestro niño Héctor Jesús, descubrimos, o mejor dicho, intuimos verdaderas historias que nos son contadas con sólo leer los epitafios en las lápidas, o simplemente al ver las fechas de nacimiento y deceso de tal o cual persona cuyos restos yacen ahí y que nos revelan sus nombres y su exacta edad.

De entre todas, la que más poderosamente llamó mi atención, fue la que consigna: “Jesús mío, Misericordia” pues tal oración, aunque breve, encierra todo lo que puede pedir y a lo que debe aspirar el ser humano a Dios. Misericordia, y nada más, para ser salvo.

Mientras estamos en este mundo, es necesario no olvidar que alguna vez llegará ese momento que creemos lejos, o peor aún, que no llegará… no, al menos en mucho tiempo; las diversiones, el trabajo, y mil cosas que se nos ofrece diariamente nos distrae para no pensar en eso… en la muerte, pero esta tarde que temprano llegará. Si no lo creemos, démonos un tiempo y hagamos ese viaje en un camposanto y veremos de acuerdo a las fechas de las lapidas que ahí yacen quienes fueron niños, otros jóvenes y otros tantos ancianos. Y muchos… muchos de la edad que tienes tú ahora y a los que el tiempo de partir les llegó.

En estas vacaciones -que a propósito se encuentran ya en la recta final-, y que de paso sea dicho, que por ir a la playa me perdí del convivio que Presidencia Municipal realizó para festejar con los medios de comunicación el día de la libertad de expresión, he de decir, que también por allá, donde andaba tuve un gran susto. Mi hijo de cinco años que también lleva el mismo nombre, del primero que mencioné y del que ya goza de la presencia de Dios, nos metimos a la mar.

Llenos de bronceador, que combinado con el agua salada se convirtió en verdadero lubricante. Después de que llega una ola, enseguida se va retirando, se va regresando de donde vino, hacia el mar, y deja un espacio seco de muchos metros. Hasta allá nos metimos mi hijo inocente y yo, digamos tonto. Pero enseguida estaba ya la siguiente ola… enorme como un tsunami la vi.

Dios mío, la manita de mi hijo se resbala por el bronceador no lo puedo contener la ola amenazante avanza a toda velocidad, lo abrazo y en seguida la furia de la mar nos lleva revolcándonos y no puedo sostener al niño… afortunadamente de su calzón lo tomé con toda mi fuerza, de ahí no se me resbala pensé, pero… ¿y? Si ya a esas alturas ambos íbamos siendo literalmente tragados por la mar a toda velocidad como en avalancha. No… no quiero escribir más de este tema…

Sólo diré que no supe cuánto tiempo pasó y finalmente una mano bendita y poderosa jaló de mi camiseta que casi me ahorca y a su vez yo que nunca solté del short a mi hijo que me lo regateaba el mar, pero que yo en franca lucha le decía: “¡¿Te lo llevas?! Sí pero también conmigo cab…”. Y así en cadena, finalmente fuimos puestos a salvo. Gracias Dios. Reflexión: La muerte es una realidad y puede llegar en cualquier momento, por eso: “Estad preparados, porque no sabéis ni el día ni la hora…” oem-elsol-de-irapuato@hotmail.com