/ lunes 22 de febrero de 2021

“EL MAESTRO”, CUENTO DE R. BARRET

Caminando por el recién remodelado centro histórico, vi la creación de más áreas verdes, al lado del templo del Hospitalito, gracias a los afanes del presidente Ricardo Ortiz Gutiérrez, por embellecer nuestra ciudad. Cerca, tuve el gusto de encontrar a mi amigo, abogado y notario Guillermo González Jasso, con quien platiqué.

Me dijo que a todos los profesores que lo visitaban en su despacho, les obsequiaba una copia del cuento “El Maestro” de Rafael Barret a fin de enterarlos cómo vivían la profesión hace cien años, en otras latitudes. Claro, no es un ensayo de las condiciones laborales de los profesores, pero sí un cuento corto, muy triste, sobre un caso muy particular, de Rafael Barret, escritor español (1876-1910) quien desarrolló la mayor parte de su producción literaria en Paraguay, convirtiéndose así en una figura destacada en la literatura de ese país. Transcribo parte del cuento.

“Por treinta pesos mensuales el señor Cuadrado, a las cinco de la mañana incorporaba sobre el sucio lecho sus sesenta años de miseria, y empezaba a sufrir. Levantar a los niños de primer grado, vigilar su desayuno, meterles en clase, darles tres horas de aritmética y de gramática, llevarles a almorzar. Cuidar el recreo, propinarles otras tres horas de gramática y aritmética, conservar orden en el estudio, servirles la cena, estar alerta hasta las 10 de la noche, dormirse entre ellos para volver a comenzar al día siguiente… todo eso hacía el señor Cuadrado por treinta pesos al mes”.

“En su corazón no había más que odio y miedo. Se sentía vil. Era el maestro de escuela”. “Menudo de cuerpo y de alma, flaquísimo, blando, vacilante, tiritaba siempre bajo su antiguo chaqué sin color y sin forma. Al señor cuadrado se le había escapado su mujer, dejándole cinco hijos de poca edad. Él no los veía porque no tenía tiempo.

Disponía de dos horas por semana. Una vez en la calle, el señor Cuadrado se erguía, respiraba. ¿Adónde ir? ¿A visitar a los chiquititos? Repartidos por los oscuros rincones de Buenos Aires. Podría ver a uno ¿A cuál? ¿Iremos a pie? Los botines se me están cortando… ¿Tomaremos el tranvía? Con los treinta centavos me echaría entre pecho y espalda un té bien caliente… Hace frío. No pensaba en nada.

Eran dos horas de ensueño, toda la poesía del señor Cuadrado. Aquella noche, después de roer su miserable alimento, el señor cuadrado se metió en la cama. ¡Contra su costumbre, se durmió pesadamente! Un niño rubio, convencido de la impunidad alza la mano, de donde cuelga por el rabo el cadáver sangriento de una rata, y la deposita sobre la almohada, a dos dedos del ralo bigote del señor Cuadrado, Al amanecer el señor cuadrado duerme.

Los demonios la disparan bolitas de papel, pero es inútil. El señor Cuadrado descansa. El señor Cuadrado está muerto”. Al igual que Rafael Barret, vamos a escribir cómo es la enseñanza durante esta pandemia para evitar otra igual o peor para las futuras generaciones, mediante nuevas medidas de precaución y fomento a la ciencia e investigación.

ezequielsotomar@outlook.com



Caminando por el recién remodelado centro histórico, vi la creación de más áreas verdes, al lado del templo del Hospitalito, gracias a los afanes del presidente Ricardo Ortiz Gutiérrez, por embellecer nuestra ciudad. Cerca, tuve el gusto de encontrar a mi amigo, abogado y notario Guillermo González Jasso, con quien platiqué.

Me dijo que a todos los profesores que lo visitaban en su despacho, les obsequiaba una copia del cuento “El Maestro” de Rafael Barret a fin de enterarlos cómo vivían la profesión hace cien años, en otras latitudes. Claro, no es un ensayo de las condiciones laborales de los profesores, pero sí un cuento corto, muy triste, sobre un caso muy particular, de Rafael Barret, escritor español (1876-1910) quien desarrolló la mayor parte de su producción literaria en Paraguay, convirtiéndose así en una figura destacada en la literatura de ese país. Transcribo parte del cuento.

“Por treinta pesos mensuales el señor Cuadrado, a las cinco de la mañana incorporaba sobre el sucio lecho sus sesenta años de miseria, y empezaba a sufrir. Levantar a los niños de primer grado, vigilar su desayuno, meterles en clase, darles tres horas de aritmética y de gramática, llevarles a almorzar. Cuidar el recreo, propinarles otras tres horas de gramática y aritmética, conservar orden en el estudio, servirles la cena, estar alerta hasta las 10 de la noche, dormirse entre ellos para volver a comenzar al día siguiente… todo eso hacía el señor Cuadrado por treinta pesos al mes”.

“En su corazón no había más que odio y miedo. Se sentía vil. Era el maestro de escuela”. “Menudo de cuerpo y de alma, flaquísimo, blando, vacilante, tiritaba siempre bajo su antiguo chaqué sin color y sin forma. Al señor cuadrado se le había escapado su mujer, dejándole cinco hijos de poca edad. Él no los veía porque no tenía tiempo.

Disponía de dos horas por semana. Una vez en la calle, el señor Cuadrado se erguía, respiraba. ¿Adónde ir? ¿A visitar a los chiquititos? Repartidos por los oscuros rincones de Buenos Aires. Podría ver a uno ¿A cuál? ¿Iremos a pie? Los botines se me están cortando… ¿Tomaremos el tranvía? Con los treinta centavos me echaría entre pecho y espalda un té bien caliente… Hace frío. No pensaba en nada.

Eran dos horas de ensueño, toda la poesía del señor Cuadrado. Aquella noche, después de roer su miserable alimento, el señor cuadrado se metió en la cama. ¡Contra su costumbre, se durmió pesadamente! Un niño rubio, convencido de la impunidad alza la mano, de donde cuelga por el rabo el cadáver sangriento de una rata, y la deposita sobre la almohada, a dos dedos del ralo bigote del señor Cuadrado, Al amanecer el señor cuadrado duerme.

Los demonios la disparan bolitas de papel, pero es inútil. El señor Cuadrado descansa. El señor Cuadrado está muerto”. Al igual que Rafael Barret, vamos a escribir cómo es la enseñanza durante esta pandemia para evitar otra igual o peor para las futuras generaciones, mediante nuevas medidas de precaución y fomento a la ciencia e investigación.

ezequielsotomar@outlook.com