/ sábado 21 de noviembre de 2020

DE LA MÚSICA Y LAS MUSAS

En Grecia, la música fue parte de la esencia de la vida diaria y de la educación que, bajo el concepto de la encyklos paideia, abarcaba no sólo la cultura física sino especialmente la enseñanza del canto, interpretación instrumental, poesía, oratoria y danza, además de ser eje fundamental de la filosofía, del pensamiento matemático y de toda su cosmovisión. En pocas palabras, la vida griega giraba en torno al arte musical: el arte de las musas.

En sus orígenes, eran sólo tres, llamadas las Heliconíadas, por habitar en la montaña del Helicón y ser adoradas en Beocia: Meletea (meditación), Aedea (canto, voz) y Mnemea (memoria), que en Delfos tomaban los nombres de las tres cuerdas de la lira: Nete, Mese e Hipate, como hijas de Apolo. Sin embargo, en épocas posteriores su número se elevó a nueve al reconstruirse su mito y dar lugar a las musas Olímpicas, habitantes del Parnaso, cuyo nuevo culto se extendió, a partir de los siglos VIII y VII a.C., desde Tracia y Beocia, hasta ser suprimido en torno del siglo V d.C. por el cristianismo. Las nuevas musas fueron desde entonces concebidas como el producto de nueve noches de amor entre Zeus y Mnemósyne, la memoria, lo que les hacía ser medias hermanas del dios Apolo, cuyo séquito integraban y de ahí la advocación de aquél como Apolo musageta, el guía de las musas y director de su coro.

Según refiere Hesíodo, las musas se unían al dios en el canto y para sanar a través de la música, siendo descendientes de ellas y Apolo los aedos y los citaristas que hay en la Tierra, otorgando así al “mousikós” humano un toque divino: “dichoso aquél que las musas quieren: dulce fluye de su boca el acento. Pues si a alguien, con duelo en el alma recién apenada, afligido, se le seca el corazón, y un aedo de las Musas siervo, las hazañas de los hombres antiguos canta, y a los dioses beatos que el Olimpo poseen, aquel, luego, de sus angustias se olvida, y nada de penas recuerda, pues pronto de las diosas lo divierten los dones”.

La palabra “musa” procede de “mousa”: diosa, canción, poema, a partir de la raíz indoeuropea: men, que a su vez comparten los nombres de Mnemósine y Minerva, así como en español los vocablos mente y museo. Sin embargo, su significado más bien es el de palabra en verso, “mousiké”, y de ahí: música, de la cual -según Platón y los pitagóricos- se desprende la filosofía como subgénero. Hecho que explica el por qué todas las musas estuvieron asociadas en la cosmovisión griega con el canto y la interpretación musical, así como con la inspiración.

Calíope (la de la bella voz), era la figura principal y orientadora de los reyes: musa de la poesía épica, narrativa y elocuencia, portadora de una trompeta. Según algunas versiones, madre tanto de Orfeo -el que dominaba a todas las fuerzas y seres con su arte lírico- como de Marsias, el sátiro sileno de Frigia que se inmortalizó por desafiar a Apolo en un concurso musical, interpretando un instrumento que halló perdido en el suelo. Era el “aulói”, la flauta doble de Atenea, que lo había creado para imitar el treno fúnebre de Medusa, pero que al ver su rostro deformarse al tocarlo, había arrojado lejos. Marsias, al tomarlo, dio fe que tocaba solo, recordando las melodías que interpretaba la diosa. Jurado del certamen fueron las musas, que dieron la victoria a Apolo, provocando el desollamiento del sátiro, de cuya sangre brotó el río Marsias. Éste había olvidado algo esencial: su oponente, además de ser dios de la belleza, perfección, armonía, equilibrio, razón, medicina y arte, era el dios de la música. Sus símbolos: la lira, que en su honor había creado Hermes, y la cigarra, a él consagrada.

Clío (la que ofrece gloria), musa de la historia, cuyo nombre significaba alabanza y canto, portadora de una trompeta y una cítara. Erato (la amorosa), musa de la poesía lírico-amorosa o canción amatoria, tañedora de lira. Melpómene (la melodiosa), musa de la tragedia y originalmente del canto. Polimnia (la de los muchos himnos), musa de la poesía sacra, acompañada también de una lira. Talía (la festiva), musa de la comedia y poesía bucólica, intérprete de cítara. Terpsícore (la que deleita al bailar), musa de la danza y poesía coral, toca la lira y fue, junto con Aqueloo, procreadora de las sirenas, aquéllas que cautivaban a los hombres con su canto. Urania (la celestial), musa de la astronomía, poesía didáctica y ciencias exactas, con Apolo procreó a Lino, quien enseñó a tocar la lira a Orfeo y a Heracles en Tebas, hasta que un día éste le asesinó con ella y así dio origen al himno funerario. Finalmente: Euterpe (la muy placentera, la que contenta), la musa por excelencia de la música que, coronada de flores, es intérprete de las más bellas melodías con el “aulói”.

Serán ellas, todas musas proféticas, las que revelen a Hesíodo el origen del cosmos y del mundo divino, pero también la verdad que permanece, la eternidad que no muere, a todo aquel mortal que las invoque, porque la inspiración de su canto es inmortal, tanto como lo es el poder musical.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

En Grecia, la música fue parte de la esencia de la vida diaria y de la educación que, bajo el concepto de la encyklos paideia, abarcaba no sólo la cultura física sino especialmente la enseñanza del canto, interpretación instrumental, poesía, oratoria y danza, además de ser eje fundamental de la filosofía, del pensamiento matemático y de toda su cosmovisión. En pocas palabras, la vida griega giraba en torno al arte musical: el arte de las musas.

En sus orígenes, eran sólo tres, llamadas las Heliconíadas, por habitar en la montaña del Helicón y ser adoradas en Beocia: Meletea (meditación), Aedea (canto, voz) y Mnemea (memoria), que en Delfos tomaban los nombres de las tres cuerdas de la lira: Nete, Mese e Hipate, como hijas de Apolo. Sin embargo, en épocas posteriores su número se elevó a nueve al reconstruirse su mito y dar lugar a las musas Olímpicas, habitantes del Parnaso, cuyo nuevo culto se extendió, a partir de los siglos VIII y VII a.C., desde Tracia y Beocia, hasta ser suprimido en torno del siglo V d.C. por el cristianismo. Las nuevas musas fueron desde entonces concebidas como el producto de nueve noches de amor entre Zeus y Mnemósyne, la memoria, lo que les hacía ser medias hermanas del dios Apolo, cuyo séquito integraban y de ahí la advocación de aquél como Apolo musageta, el guía de las musas y director de su coro.

Según refiere Hesíodo, las musas se unían al dios en el canto y para sanar a través de la música, siendo descendientes de ellas y Apolo los aedos y los citaristas que hay en la Tierra, otorgando así al “mousikós” humano un toque divino: “dichoso aquél que las musas quieren: dulce fluye de su boca el acento. Pues si a alguien, con duelo en el alma recién apenada, afligido, se le seca el corazón, y un aedo de las Musas siervo, las hazañas de los hombres antiguos canta, y a los dioses beatos que el Olimpo poseen, aquel, luego, de sus angustias se olvida, y nada de penas recuerda, pues pronto de las diosas lo divierten los dones”.

La palabra “musa” procede de “mousa”: diosa, canción, poema, a partir de la raíz indoeuropea: men, que a su vez comparten los nombres de Mnemósine y Minerva, así como en español los vocablos mente y museo. Sin embargo, su significado más bien es el de palabra en verso, “mousiké”, y de ahí: música, de la cual -según Platón y los pitagóricos- se desprende la filosofía como subgénero. Hecho que explica el por qué todas las musas estuvieron asociadas en la cosmovisión griega con el canto y la interpretación musical, así como con la inspiración.

Calíope (la de la bella voz), era la figura principal y orientadora de los reyes: musa de la poesía épica, narrativa y elocuencia, portadora de una trompeta. Según algunas versiones, madre tanto de Orfeo -el que dominaba a todas las fuerzas y seres con su arte lírico- como de Marsias, el sátiro sileno de Frigia que se inmortalizó por desafiar a Apolo en un concurso musical, interpretando un instrumento que halló perdido en el suelo. Era el “aulói”, la flauta doble de Atenea, que lo había creado para imitar el treno fúnebre de Medusa, pero que al ver su rostro deformarse al tocarlo, había arrojado lejos. Marsias, al tomarlo, dio fe que tocaba solo, recordando las melodías que interpretaba la diosa. Jurado del certamen fueron las musas, que dieron la victoria a Apolo, provocando el desollamiento del sátiro, de cuya sangre brotó el río Marsias. Éste había olvidado algo esencial: su oponente, además de ser dios de la belleza, perfección, armonía, equilibrio, razón, medicina y arte, era el dios de la música. Sus símbolos: la lira, que en su honor había creado Hermes, y la cigarra, a él consagrada.

Clío (la que ofrece gloria), musa de la historia, cuyo nombre significaba alabanza y canto, portadora de una trompeta y una cítara. Erato (la amorosa), musa de la poesía lírico-amorosa o canción amatoria, tañedora de lira. Melpómene (la melodiosa), musa de la tragedia y originalmente del canto. Polimnia (la de los muchos himnos), musa de la poesía sacra, acompañada también de una lira. Talía (la festiva), musa de la comedia y poesía bucólica, intérprete de cítara. Terpsícore (la que deleita al bailar), musa de la danza y poesía coral, toca la lira y fue, junto con Aqueloo, procreadora de las sirenas, aquéllas que cautivaban a los hombres con su canto. Urania (la celestial), musa de la astronomía, poesía didáctica y ciencias exactas, con Apolo procreó a Lino, quien enseñó a tocar la lira a Orfeo y a Heracles en Tebas, hasta que un día éste le asesinó con ella y así dio origen al himno funerario. Finalmente: Euterpe (la muy placentera, la que contenta), la musa por excelencia de la música que, coronada de flores, es intérprete de las más bellas melodías con el “aulói”.

Serán ellas, todas musas proféticas, las que revelen a Hesíodo el origen del cosmos y del mundo divino, pero también la verdad que permanece, la eternidad que no muere, a todo aquel mortal que las invoque, porque la inspiración de su canto es inmortal, tanto como lo es el poder musical.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli