/ domingo 16 de enero de 2022

De la dependencia al desmantelamiento científico (II)

Vinculado al problema de la dependencia del conocimiento científico se inscriben el de la transferencia tecnológica en el contexto de los países subdesarrollados (tal pareciera que el fin es impedir que ciencia y tecnología puedan adaptarse a cada contexto regional según sus respectivas necesidades) y el fenómeno de la “fuga de cerebros”, incentivada por el subempleo, las malas condiciones laborales y la falta de incentivos, que han desprotegido a América Latina en los campos de la investigación científica y tecnológica. Por algo Eduardo Galeano condensó la situación en una irrebatible sentencia, al advertir que la política internacional tendía a retardar o impedir la asimilación tecnológica: “la diosa tecnología no habla español”.

∝En medio de este panorama, a mediados del siglo pasado Manuel Sandoval Vallarta, como muchos otros científicos del mundo (Snow, Sagasti, Vessuri, entre otros), indicaba que Estado y sociedad tenían que actuar de modo conjunto para el desarrollo científico-tecnológico de los países, pero advertía que quienes debían ser los guías de este proceso eran los científicos por ser quienes sabían cuáles eran las problemáticas y necesidades del país y por estar facultados para impulsar el verdadero y soberano proceso de desarrollo científico-tecnológico -“autodeterminado y endógeno”, como refería Amílcar Herrera-. Y advertía en 1958 algo más, mientras “la ciencia se use en apoyo principal del poderío militar y político no veo modo de evitar la intervención de la política en la ciencia. En el mejor de los casos retardará el desarrollo de la ciencia, en el peor, puede destruir la ciencia y la civilización”.

Sesenta años han pasado desde entonces y sus palabras hoy resuenan con renovado brío. Ya no sólo los problemas de la ciencia y la tecnología son la falta de planeación, el desprecio de las necesidades nacionales, la creciente dependencia, el sometimiento a la tansferencia tecnológica y la fuga de cerebros. Hoy en día enfrentamos, además, la cada vez más aguda reducción y secuestro gubernamentales de los recursos económicos destinados a la educación, la ciencia y la tecnología; atestiguamos la estigmatización y persecución de académicos e investigadores de la ciencia, la tecnología, las humanidades y el arte, pero sobre todo nos encontramos inmersos en un grave y a corto plazo irreversible proceso de desmantelamiento científico, en gran medida prohijado por la pasividad de amplios sectores de la sociedad.

Desmantelamiento que nos hace evocar abril de 1933, cuando la Unión de Estudiantes Nazionalsocialista de Alemania promovió la atroz “quema de libros” que tuvo lugar el 10 de mayo siguiente en la Opernplatz de Berlin, instigada por radicales como el líder estudiantil Herbert Gutjahr, en la que obras de Thomas y Heinrich Mann, Erich Remarque, Ernst Glaeser, Erich Kästner y Heinrich Heine, entre otros, fueron reducidas a cenizas por contener sus obras un pensamiento “nocivo” a juicio de la Alemania hitleriana al grito de: “¡Contra la decadencia y la corrupción moral!... ¡El Estado ha sido conquistado. Faltan las Universidades…!”.

Desmantelamiento que nos hace recordar al retardatario Trofim Lysenko en la URSS, el “oportunista con pocos estudios” como lo calificó el estudioso de la ciencia Simon Ings, quien no sólo negó las teorías de Darwin y Mendel, sino que encabezó una encarnizada purga contra toda una generación de científicos políticamente “no adaptados” al régimen stalinista (en su mayoría biólogos), destinándolos a la prisión y a la muerte, entre los que estaba (como en la película El Conformista de Bertolucci) su propio profesor: Vavilov.

Desmantelamiento del que Venezuela, Turquía, China y Hong Kong nos ofrecen graves ejemplos de cómo el régimen imperante busca eliminar todo vestigio de lucha prodemocrática en el seno de las universidades, como la que tuvo lugar en 1989 en Tiananmen, en aras de imponer su ciencia, su tecnología, su historia, su arte, su política, su economía, “su” verdad.

Sí. México no es ni ha sido el único país en el que situaciones similares se han verificado y aún estamos lejos de ello, pero esto no es un consuelo, pues cada vez nos estamos aproximando más a cualquiera de los escenarios evocados. Cuando se invoca sin pruebas al flagelo de la corrupción humana y no se instrumentan acciones correctivas, el daño trasciende a las instituciones. Cuando desde la cúpula del poder federal y local se emiten críticas que interfieren con los asuntos internos de las instituciones de educación superior, no sólo se viola la autonomía de la que gozan muchas de ellas, como es el caso de nuestra máxima Casa de Estudios: se enrarece el clima de libertad del que deben gozar el cultivo del pensamiento y el quehacer científico de un país. Y algo más: cuando el poder alimenta el odio y el enfrentamiento en una sociedad ávida de justicia y promueve el desmantelamiento científico de la Nación, la objetividad se pierde, la irracionalidad campea y el control de la conciencia social es la inminente consecuencia.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

Ya no sólo los problemas de la ciencia y la tecnología son la falta de planeación, el desprecio de las necesidades nacionales, la creciente dependencia, el sometimiento a la tansferencia tecnológica y la fuga de cerebros. Hoy en día enfrentamos, además, la cada vez más aguda reducción y secuestro gubernamentales de los recursos económicos destinados a la educación, la ciencia y la tecnología; atestiguamos la estigmatización y persecución de académicos e investigadores de la ciencia, la tecnología, las humanidades y el arte, pero sobre todo nos encontramos inmersos en un grave y a corto plazo irreversible proceso de desmantelamiento científico, en gran medida prohijado por la pasividad de amplios sectores de la sociedad.

Vinculado al problema de la dependencia del conocimiento científico se inscriben el de la transferencia tecnológica en el contexto de los países subdesarrollados (tal pareciera que el fin es impedir que ciencia y tecnología puedan adaptarse a cada contexto regional según sus respectivas necesidades) y el fenómeno de la “fuga de cerebros”, incentivada por el subempleo, las malas condiciones laborales y la falta de incentivos, que han desprotegido a América Latina en los campos de la investigación científica y tecnológica. Por algo Eduardo Galeano condensó la situación en una irrebatible sentencia, al advertir que la política internacional tendía a retardar o impedir la asimilación tecnológica: “la diosa tecnología no habla español”.

∝En medio de este panorama, a mediados del siglo pasado Manuel Sandoval Vallarta, como muchos otros científicos del mundo (Snow, Sagasti, Vessuri, entre otros), indicaba que Estado y sociedad tenían que actuar de modo conjunto para el desarrollo científico-tecnológico de los países, pero advertía que quienes debían ser los guías de este proceso eran los científicos por ser quienes sabían cuáles eran las problemáticas y necesidades del país y por estar facultados para impulsar el verdadero y soberano proceso de desarrollo científico-tecnológico -“autodeterminado y endógeno”, como refería Amílcar Herrera-. Y advertía en 1958 algo más, mientras “la ciencia se use en apoyo principal del poderío militar y político no veo modo de evitar la intervención de la política en la ciencia. En el mejor de los casos retardará el desarrollo de la ciencia, en el peor, puede destruir la ciencia y la civilización”.

Sesenta años han pasado desde entonces y sus palabras hoy resuenan con renovado brío. Ya no sólo los problemas de la ciencia y la tecnología son la falta de planeación, el desprecio de las necesidades nacionales, la creciente dependencia, el sometimiento a la tansferencia tecnológica y la fuga de cerebros. Hoy en día enfrentamos, además, la cada vez más aguda reducción y secuestro gubernamentales de los recursos económicos destinados a la educación, la ciencia y la tecnología; atestiguamos la estigmatización y persecución de académicos e investigadores de la ciencia, la tecnología, las humanidades y el arte, pero sobre todo nos encontramos inmersos en un grave y a corto plazo irreversible proceso de desmantelamiento científico, en gran medida prohijado por la pasividad de amplios sectores de la sociedad.

Desmantelamiento que nos hace evocar abril de 1933, cuando la Unión de Estudiantes Nazionalsocialista de Alemania promovió la atroz “quema de libros” que tuvo lugar el 10 de mayo siguiente en la Opernplatz de Berlin, instigada por radicales como el líder estudiantil Herbert Gutjahr, en la que obras de Thomas y Heinrich Mann, Erich Remarque, Ernst Glaeser, Erich Kästner y Heinrich Heine, entre otros, fueron reducidas a cenizas por contener sus obras un pensamiento “nocivo” a juicio de la Alemania hitleriana al grito de: “¡Contra la decadencia y la corrupción moral!... ¡El Estado ha sido conquistado. Faltan las Universidades…!”.

Desmantelamiento que nos hace recordar al retardatario Trofim Lysenko en la URSS, el “oportunista con pocos estudios” como lo calificó el estudioso de la ciencia Simon Ings, quien no sólo negó las teorías de Darwin y Mendel, sino que encabezó una encarnizada purga contra toda una generación de científicos políticamente “no adaptados” al régimen stalinista (en su mayoría biólogos), destinándolos a la prisión y a la muerte, entre los que estaba (como en la película El Conformista de Bertolucci) su propio profesor: Vavilov.

Desmantelamiento del que Venezuela, Turquía, China y Hong Kong nos ofrecen graves ejemplos de cómo el régimen imperante busca eliminar todo vestigio de lucha prodemocrática en el seno de las universidades, como la que tuvo lugar en 1989 en Tiananmen, en aras de imponer su ciencia, su tecnología, su historia, su arte, su política, su economía, “su” verdad.

Sí. México no es ni ha sido el único país en el que situaciones similares se han verificado y aún estamos lejos de ello, pero esto no es un consuelo, pues cada vez nos estamos aproximando más a cualquiera de los escenarios evocados. Cuando se invoca sin pruebas al flagelo de la corrupción humana y no se instrumentan acciones correctivas, el daño trasciende a las instituciones. Cuando desde la cúpula del poder federal y local se emiten críticas que interfieren con los asuntos internos de las instituciones de educación superior, no sólo se viola la autonomía de la que gozan muchas de ellas, como es el caso de nuestra máxima Casa de Estudios: se enrarece el clima de libertad del que deben gozar el cultivo del pensamiento y el quehacer científico de un país. Y algo más: cuando el poder alimenta el odio y el enfrentamiento en una sociedad ávida de justicia y promueve el desmantelamiento científico de la Nación, la objetividad se pierde, la irracionalidad campea y el control de la conciencia social es la inminente consecuencia.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

Ya no sólo los problemas de la ciencia y la tecnología son la falta de planeación, el desprecio de las necesidades nacionales, la creciente dependencia, el sometimiento a la tansferencia tecnológica y la fuga de cerebros. Hoy en día enfrentamos, además, la cada vez más aguda reducción y secuestro gubernamentales de los recursos económicos destinados a la educación, la ciencia y la tecnología; atestiguamos la estigmatización y persecución de académicos e investigadores de la ciencia, la tecnología, las humanidades y el arte, pero sobre todo nos encontramos inmersos en un grave y a corto plazo irreversible proceso de desmantelamiento científico, en gran medida prohijado por la pasividad de amplios sectores de la sociedad.