/ domingo 19 de junio de 2022

De cómo evadirse de una elección

Cada cuatro años me tropiezo con el mismo dilema, aunque voto de forma consistente en las elecciones municipales, estatales y nacionales de México, mi doble nacionalidad me exige sufragar en las elecciones presidenciales de Colombia, algo que se ha vuelto cada vez un trago más amargo. Por una parte, porque las últimas contiendas se han ido a segunda vuelta, algo que debió haberse implementado en México desde hace décadas, pero que nuestro sistema electoral nunca quiso establecer para que el PRI pudiera ganar con la tercera parte de los votantes. Y si ya nuestro sistema electoral es caro y tardadísimo a la hora de entregar los resultados de las urnas, imagínese cómo lo sería con una segunda vuelta presidencial. Claro, esto lo sostengo frente a toda la publicidad oficial, pagada por el mismo INE, que trata de convencerme inútilmente de que el INE soy yo.

Pero regreso al tema; mi lugar de votación, el ínclito consulado de Colombia, está a cuatro horas en camión de donde vivo, algo que quizás sortearía con gusto patriótico si alguno de los candidatos fuera de mi predilección, pero en este caso, como en la pasada, la oferta me remite de nuevo a los homéricos Escila y Caribdis: uno debe escoger entre el menos dañino, aquel que, tras los estragos del gobierno de Iván Duque, sea menos perjudicial para el país.

Mientras el mensaje de la primera vuelta fue muy claro, la gente rechazó por completo la continuidad del uribismo sin importar el disfraz que portara, y le dio el triunfo a una izquierda que nunca me ha convencido en los gobiernos locales o regionales que ha ostentado, la segunda ronda es una moneda al aire.

Sé que esta elección será la más cerrada de las que tengo memoria, las encuestas no dan más de un punto porcentual entre los aspirantes. Se prevee que la cantidad de votos en blanco pueda superar por mucho la diferencia entre los candidatos. Sin embargo, entre las descalificaciones de las campañas, los videos milagrosamente revelados en las últimas semanas, acusaciones penales, reveses de la palabra y promesas de trasladar al país al primer mundo como por arte de magia, no vislumbro cómo será el gobierno de Petro o de Hernández cuando alguno de los dos suba al poder.

Sé por lo menos algunas cosas; cómo celebraría su victoria el santandereano, a costa de multinacionales, bien acompañado y en yate. Y quizás prefiera pensar en William Ospina como ministro de educación, en lugar de Gustavo Bolívar en algún puesto del ejecutivo, pero me cuesta trabajo pensar cómo asumirá el perdedor los resultados de las urnas. Por cierto, ya la embajada de los Estados Unidos emitió una alerta de viaje ante posibles disturbios durante y después de los comicios.

Y me siguen surgiendo preguntas tan a raudal que ese Caribdis lo veo tan igual al otro monstruo que no me animo a emprender siquiera el viaje.

¿Dejará Petro a Colombia como dejó a Bogotá cuando termine su periodo o cuando lo saquen? ¿Tendrá algo de tacto Hernández para lidiar con los poderes legislativo (no tiene partido) y judicial (está siendo investigado)? ¿Cómo reaccionarán y qué impacto tendrán en las decisiones trascendentales sus respectivos partidos opositores? ¿Cómo se verían las mañaneras prometidas por Hernández desde el Palacio de Nariño o la Media Torta?

Mejor aquí me detengo. Sólo hago constar que estas líneas se escribieron un día antes de la elección, aunque quizás en diferentes medios se publiquen cuando ya conozcamos al nuevo presidente. Ni modo, ya no fui, y que sea lo que la mayoría quiera. En todo caso, que Dios nos agarre confesados.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com


Cada cuatro años me tropiezo con el mismo dilema, aunque voto de forma consistente en las elecciones municipales, estatales y nacionales de México, mi doble nacionalidad me exige sufragar en las elecciones presidenciales de Colombia, algo que se ha vuelto cada vez un trago más amargo. Por una parte, porque las últimas contiendas se han ido a segunda vuelta, algo que debió haberse implementado en México desde hace décadas, pero que nuestro sistema electoral nunca quiso establecer para que el PRI pudiera ganar con la tercera parte de los votantes. Y si ya nuestro sistema electoral es caro y tardadísimo a la hora de entregar los resultados de las urnas, imagínese cómo lo sería con una segunda vuelta presidencial. Claro, esto lo sostengo frente a toda la publicidad oficial, pagada por el mismo INE, que trata de convencerme inútilmente de que el INE soy yo.

Pero regreso al tema; mi lugar de votación, el ínclito consulado de Colombia, está a cuatro horas en camión de donde vivo, algo que quizás sortearía con gusto patriótico si alguno de los candidatos fuera de mi predilección, pero en este caso, como en la pasada, la oferta me remite de nuevo a los homéricos Escila y Caribdis: uno debe escoger entre el menos dañino, aquel que, tras los estragos del gobierno de Iván Duque, sea menos perjudicial para el país.

Mientras el mensaje de la primera vuelta fue muy claro, la gente rechazó por completo la continuidad del uribismo sin importar el disfraz que portara, y le dio el triunfo a una izquierda que nunca me ha convencido en los gobiernos locales o regionales que ha ostentado, la segunda ronda es una moneda al aire.

Sé que esta elección será la más cerrada de las que tengo memoria, las encuestas no dan más de un punto porcentual entre los aspirantes. Se prevee que la cantidad de votos en blanco pueda superar por mucho la diferencia entre los candidatos. Sin embargo, entre las descalificaciones de las campañas, los videos milagrosamente revelados en las últimas semanas, acusaciones penales, reveses de la palabra y promesas de trasladar al país al primer mundo como por arte de magia, no vislumbro cómo será el gobierno de Petro o de Hernández cuando alguno de los dos suba al poder.

Sé por lo menos algunas cosas; cómo celebraría su victoria el santandereano, a costa de multinacionales, bien acompañado y en yate. Y quizás prefiera pensar en William Ospina como ministro de educación, en lugar de Gustavo Bolívar en algún puesto del ejecutivo, pero me cuesta trabajo pensar cómo asumirá el perdedor los resultados de las urnas. Por cierto, ya la embajada de los Estados Unidos emitió una alerta de viaje ante posibles disturbios durante y después de los comicios.

Y me siguen surgiendo preguntas tan a raudal que ese Caribdis lo veo tan igual al otro monstruo que no me animo a emprender siquiera el viaje.

¿Dejará Petro a Colombia como dejó a Bogotá cuando termine su periodo o cuando lo saquen? ¿Tendrá algo de tacto Hernández para lidiar con los poderes legislativo (no tiene partido) y judicial (está siendo investigado)? ¿Cómo reaccionarán y qué impacto tendrán en las decisiones trascendentales sus respectivos partidos opositores? ¿Cómo se verían las mañaneras prometidas por Hernández desde el Palacio de Nariño o la Media Torta?

Mejor aquí me detengo. Sólo hago constar que estas líneas se escribieron un día antes de la elección, aunque quizás en diferentes medios se publiquen cuando ya conozcamos al nuevo presidente. Ni modo, ya no fui, y que sea lo que la mayoría quiera. En todo caso, que Dios nos agarre confesados.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com


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