/ sábado 12 de junio de 2021

Cuando la humanidad estuvo a debate

En la antigua y señorial ciudad romana de Valladolid, enclavada al noroeste de Madrid en el seno de un valle bañado por el agua y el sol y adornada por los olivos, tuvo lugar entre 1550 y 1551 un debate histórico, piedra miliar de los derechos humanos: la “Controversia de Valladolid”, cuyos protagonistas fueron fray Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda y que tuvo por escenario el antiguo Colegio de San Gregorio, “Alma Mater” del propio Bartolomé.

El debate -teológico, filosófico y jurídico- analizó el “justo título” que tenía la Corona para conquistar y gobernar a los naturales del continente descubierto y valoró si se podía reconocer en ellos la presencia de una naturaleza humana. Era el despertar del humanismo español, pues si bien para el derecho romano todo descubrimiento y ocupación bastaban para legitimar el pleno dominio e incorporación de los nuevos territorios al poder real, el derecho medieval hispano había declarado que los “infieles” carecían de personalidad jurídica y podían ser esclavizados, lo que confirmó el Papado a través de las Bulas: “Inter caetera”, “Eximie devotionis” y “Sublimis Deus”.

No obstante, si bien esto justificaba el descubrimiento, conquista y colonización de los nuevos territorios, no garantizaba que a los indígenas se les debiera dar un trato digno. Los primeros en atestiguarlo fueron los ocho misioneros dominicos que, encabezados por fray Pedro de Córdoba, llegaron a la isla de La Española a finales de 1510, los cuales encargaron a fray Antón de Montesinos denunciar en el sermón del cuarto domingo de Adviento ante las autoridades presentes, comprendido el virrey Diego Colón, la gravedad de la situación: la crueldad en el trato y los excesos que en las Antillas cometían los encomenderos en contra de los indígenas. La reacción virreinal fue exigir al superior la expulsión del fraile, pero la contestación dominica vino con el siguiente sermón en el que Montesinos reconoció que ante los ojos de Dios no había diferencias raciales y que la esclavitud y la servidumbre eran ilícitas, preguntándose: “¿No son estos indios hombres? ¿No tienen almas racionales?”.

La Corona entonces reaccionó. Montesinos fue enviado ante el monarca para exponerle los hechos y, derivado de ello, fueron promulgadas las Leyes de Burgos (1512) y las de Valladolid (1513), al tiempo que Las Casas que era encomendero, dejó de serlo para convertirse en el primer procurador de los naturales en 1519, dando inicio así su magna obra apologética en defensa de los naturales de América, inspirado en el pensamiento de filósofos e historiadores grecolatinos y en las doctrinas cristianas de los padres de la Iglesia. Uno de los principales problemas a dilucidar era que el Papa no podía castigar a los no cristianos porque sobre ellos no tenía jurisdicción, máxime que a diferencia de turcos y musulmanes que habían combatido a la fe cristiana, los indígenas no habían luchado en contra de ella. Otro fueron los límites en el poder del rey, pues si éste se excedía, se convertía de facto en un déspota, un tirano, al afectar al bien común. De ahí que para el fraile dominico toda guerra contra los naturales era injusta y criminal.

Pero había otro personaje, especializado también en Aristóteles, el abogado, filósofo e historiador Ginés de Sepúlveda que había sido cronista de Carlos I y lo sería de Felipe II, el cual si bien repudiaba el uso de la crueldad en el trato con los indígenas, difería de la visión lascasiana, ya que para él estaba plenamente justificada la guerra contra los indios por el “ius belli”, tal y como lo explicara en los varios tomos de su obra “Demócrates”. Confrontado por estas visiones opuestas y siguiendo la recomendación del Consejo de Indias, el 16 de abril de 1550 el monarca ordenó la presentación de ambos personajes ante la Junta de Valladolid, constituida “ex profeso”, y prohibió toda empresa de conquista en tanto se resolviera si la guerra era justa o no. Sepúlveda justificaba la guerra en cuatro causas: servidumbre natural de los indios; eliminación de sus sacrificios humanos y antropofagia; liberación de los sacrificados, impulso a la evangelización cristiana, mismas que Las Casas impugnó. Al final, el jurado se inclinó mayoritariamente por Sepúlveda, pero fue una victoria pírrica. Su obra fue retirada, mientras que la de Las Casas desde entonces fue divulgada ampliamente y reconocida como un referente fundamental en la génesis de los derechos humanos.

Lo paradójico es que a medio milenio de distancia, sigamos evocando lo que un día se combatió en Valladolid: no sólo en razón de la guerra y la dignidad del indígena, sino por el racismo inherente. Lo grave es que sea a consecuencia de lo expresado por el presidente de la república hermana de Argentina.

Sí, los fantasmas del racismo y de la discriminación siguen vivos, alimentados desde los púlpitos presidenciales en México y Argentina, cuyos titulares tienen mucho por aprender de quien ha sido el más grande y verdadero apóstol de los pueblos originarios de América.



bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli




Las obras de Ermanno Wolf-Ferrari entraron ya al dominio público.

Por cuanto a los derechos del intérprete Uberto Zanolli, director de la Orquesta de Cámara de la Escuela Nacional Preparatoria, que realizó la grabación, al ser quien esto suscribe su titular, di al Servicio Sismológico Nacional de la UNAM la autorización correspondiente para su utilización con fines de divulgación cultural.

Finalmente, el presente video no tiene un carácter lucrativo: es eminentemente de divulgación cultural.

En la antigua y señorial ciudad romana de Valladolid, enclavada al noroeste de Madrid en el seno de un valle bañado por el agua y el sol y adornada por los olivos, tuvo lugar entre 1550 y 1551 un debate histórico, piedra miliar de los derechos humanos: la “Controversia de Valladolid”, cuyos protagonistas fueron fray Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda y que tuvo por escenario el antiguo Colegio de San Gregorio, “Alma Mater” del propio Bartolomé.

El debate -teológico, filosófico y jurídico- analizó el “justo título” que tenía la Corona para conquistar y gobernar a los naturales del continente descubierto y valoró si se podía reconocer en ellos la presencia de una naturaleza humana. Era el despertar del humanismo español, pues si bien para el derecho romano todo descubrimiento y ocupación bastaban para legitimar el pleno dominio e incorporación de los nuevos territorios al poder real, el derecho medieval hispano había declarado que los “infieles” carecían de personalidad jurídica y podían ser esclavizados, lo que confirmó el Papado a través de las Bulas: “Inter caetera”, “Eximie devotionis” y “Sublimis Deus”.

No obstante, si bien esto justificaba el descubrimiento, conquista y colonización de los nuevos territorios, no garantizaba que a los indígenas se les debiera dar un trato digno. Los primeros en atestiguarlo fueron los ocho misioneros dominicos que, encabezados por fray Pedro de Córdoba, llegaron a la isla de La Española a finales de 1510, los cuales encargaron a fray Antón de Montesinos denunciar en el sermón del cuarto domingo de Adviento ante las autoridades presentes, comprendido el virrey Diego Colón, la gravedad de la situación: la crueldad en el trato y los excesos que en las Antillas cometían los encomenderos en contra de los indígenas. La reacción virreinal fue exigir al superior la expulsión del fraile, pero la contestación dominica vino con el siguiente sermón en el que Montesinos reconoció que ante los ojos de Dios no había diferencias raciales y que la esclavitud y la servidumbre eran ilícitas, preguntándose: “¿No son estos indios hombres? ¿No tienen almas racionales?”.

La Corona entonces reaccionó. Montesinos fue enviado ante el monarca para exponerle los hechos y, derivado de ello, fueron promulgadas las Leyes de Burgos (1512) y las de Valladolid (1513), al tiempo que Las Casas que era encomendero, dejó de serlo para convertirse en el primer procurador de los naturales en 1519, dando inicio así su magna obra apologética en defensa de los naturales de América, inspirado en el pensamiento de filósofos e historiadores grecolatinos y en las doctrinas cristianas de los padres de la Iglesia. Uno de los principales problemas a dilucidar era que el Papa no podía castigar a los no cristianos porque sobre ellos no tenía jurisdicción, máxime que a diferencia de turcos y musulmanes que habían combatido a la fe cristiana, los indígenas no habían luchado en contra de ella. Otro fueron los límites en el poder del rey, pues si éste se excedía, se convertía de facto en un déspota, un tirano, al afectar al bien común. De ahí que para el fraile dominico toda guerra contra los naturales era injusta y criminal.

Pero había otro personaje, especializado también en Aristóteles, el abogado, filósofo e historiador Ginés de Sepúlveda que había sido cronista de Carlos I y lo sería de Felipe II, el cual si bien repudiaba el uso de la crueldad en el trato con los indígenas, difería de la visión lascasiana, ya que para él estaba plenamente justificada la guerra contra los indios por el “ius belli”, tal y como lo explicara en los varios tomos de su obra “Demócrates”. Confrontado por estas visiones opuestas y siguiendo la recomendación del Consejo de Indias, el 16 de abril de 1550 el monarca ordenó la presentación de ambos personajes ante la Junta de Valladolid, constituida “ex profeso”, y prohibió toda empresa de conquista en tanto se resolviera si la guerra era justa o no. Sepúlveda justificaba la guerra en cuatro causas: servidumbre natural de los indios; eliminación de sus sacrificios humanos y antropofagia; liberación de los sacrificados, impulso a la evangelización cristiana, mismas que Las Casas impugnó. Al final, el jurado se inclinó mayoritariamente por Sepúlveda, pero fue una victoria pírrica. Su obra fue retirada, mientras que la de Las Casas desde entonces fue divulgada ampliamente y reconocida como un referente fundamental en la génesis de los derechos humanos.

Lo paradójico es que a medio milenio de distancia, sigamos evocando lo que un día se combatió en Valladolid: no sólo en razón de la guerra y la dignidad del indígena, sino por el racismo inherente. Lo grave es que sea a consecuencia de lo expresado por el presidente de la república hermana de Argentina.

Sí, los fantasmas del racismo y de la discriminación siguen vivos, alimentados desde los púlpitos presidenciales en México y Argentina, cuyos titulares tienen mucho por aprender de quien ha sido el más grande y verdadero apóstol de los pueblos originarios de América.



bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli




Las obras de Ermanno Wolf-Ferrari entraron ya al dominio público.

Por cuanto a los derechos del intérprete Uberto Zanolli, director de la Orquesta de Cámara de la Escuela Nacional Preparatoria, que realizó la grabación, al ser quien esto suscribe su titular, di al Servicio Sismológico Nacional de la UNAM la autorización correspondiente para su utilización con fines de divulgación cultural.

Finalmente, el presente video no tiene un carácter lucrativo: es eminentemente de divulgación cultural.