/ lunes 1 de marzo de 2021

CITA CON LA LLUVIA

Hace algunos años, mi amigo Tomás tuvo que ir a la ciudad de México, concretamente a la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica por una visa para visitar dicho país. Al llegar al Paseo de la Reforma, Tomás, vio un automóvil grande, de los conocidos popularmente como “lanchas” y le dijo al taxista: “parece que ese vehículo va sin conductor”. “Aquí, todos sabemos, -contestó el chófer- que el que va manejando es Armando Manzanero, es tan bajito que no se alcanza a ver”. En efecto, era Armando Manzanero Caché, el compositor de melodías románticas como: Somos novios, Contigo aprendí, Adoro y Esta tarde, vi llover, mismas que han interpretado grandes artistas: Frank Sinatra, Elvis Presley, Andrea Bocelli, Celia Cruz y Luis Miguel

Tomás recordó sus años de estudiante, sobre todo, aquella tarde en que subió precipitado las escalinatas de la Escuela Normal; alzando la bicicleta con sus manos, la colocó en un rincón y se encaminó a la esquina de la cita con su novia. El cielo estaba nublado, se sentía aire de lluvia. Cruzó el jardín principal, miró en el templo La Tercera Orden, al reloj -obsequio de mi general Álvaro Obregón a Irapuato- señalando casi, las cinco de la tarde.

En segundos Tláloc, sin consideración abrió las compuertas del cielo y se soltó la lluvia como bandada de pájaros asustados. La gente corrió: las parejas sentadas en las bancas, para protegerse se fueron a los comercios cercanos. Las personas mayores se acercaron al quiosco. Tomás se dirigió al café La Fuente, lugar preferido por los estudiantes para escuchar música, platicar, comer papitas con salsa búfalo y de paso, admirar uno de los primeros murales del maestro, -orgullo irapuatense- Salvador Almaraz.

En la puerta, Tomás constató que el agua cubría todo el arroyo de la calle y parte de las banquetas. De pronto, en el café se escuchó: “Esta tarde vi llover, / vi gente correr/ y no estabas tú/ La otra noche, vi brillar/ Un lucero azul/ Y no estabas tú. / La otra tarde/ Vi que un ave enamorada/ Daba besos a su amor, ilusionada/ Y no estabas tú/ Esta tarde, vi llover/ Vi gente correr/ Y no estabas tú./ El otoño, vi llegar/ Al mar, oí cantar,/ Y no estabas tú. / Yo no sé cuánto me quieres/ Si me extrañas o me engañas/ Sólo sé que vi llover/ Vi gente correr/ Y no estabas tú./ Yo no sé cuánto me quieres/ Si me extrañas o me engañas/ Sólo sé que vi llover/ Vi gente correr/ Y no estabas tú.

Tomás caminó por Hidalgo, siguió por Galeana, hasta llegar a la plaza de Santiaguito y no encontró a su novia. ¿Estaría aún guareciéndose en la escuela donde trabajaba? ¿Se fue por otras calles? ¿o faltó a su trabajo, ese día, por estar enferma? No sabía. Lo cierto es que se sentía triste por no verla, su ropa y sus zapatos estaban empapados, titiritaba. En su corazón calaba más el frío. Esa tarde Tomás vio gente correr, pero la cita no fue con su novia sino con la lluvia,

ezequielsotomar@outlook,com

Hace algunos años, mi amigo Tomás tuvo que ir a la ciudad de México, concretamente a la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica por una visa para visitar dicho país. Al llegar al Paseo de la Reforma, Tomás, vio un automóvil grande, de los conocidos popularmente como “lanchas” y le dijo al taxista: “parece que ese vehículo va sin conductor”. “Aquí, todos sabemos, -contestó el chófer- que el que va manejando es Armando Manzanero, es tan bajito que no se alcanza a ver”. En efecto, era Armando Manzanero Caché, el compositor de melodías románticas como: Somos novios, Contigo aprendí, Adoro y Esta tarde, vi llover, mismas que han interpretado grandes artistas: Frank Sinatra, Elvis Presley, Andrea Bocelli, Celia Cruz y Luis Miguel

Tomás recordó sus años de estudiante, sobre todo, aquella tarde en que subió precipitado las escalinatas de la Escuela Normal; alzando la bicicleta con sus manos, la colocó en un rincón y se encaminó a la esquina de la cita con su novia. El cielo estaba nublado, se sentía aire de lluvia. Cruzó el jardín principal, miró en el templo La Tercera Orden, al reloj -obsequio de mi general Álvaro Obregón a Irapuato- señalando casi, las cinco de la tarde.

En segundos Tláloc, sin consideración abrió las compuertas del cielo y se soltó la lluvia como bandada de pájaros asustados. La gente corrió: las parejas sentadas en las bancas, para protegerse se fueron a los comercios cercanos. Las personas mayores se acercaron al quiosco. Tomás se dirigió al café La Fuente, lugar preferido por los estudiantes para escuchar música, platicar, comer papitas con salsa búfalo y de paso, admirar uno de los primeros murales del maestro, -orgullo irapuatense- Salvador Almaraz.

En la puerta, Tomás constató que el agua cubría todo el arroyo de la calle y parte de las banquetas. De pronto, en el café se escuchó: “Esta tarde vi llover, / vi gente correr/ y no estabas tú/ La otra noche, vi brillar/ Un lucero azul/ Y no estabas tú. / La otra tarde/ Vi que un ave enamorada/ Daba besos a su amor, ilusionada/ Y no estabas tú/ Esta tarde, vi llover/ Vi gente correr/ Y no estabas tú./ El otoño, vi llegar/ Al mar, oí cantar,/ Y no estabas tú. / Yo no sé cuánto me quieres/ Si me extrañas o me engañas/ Sólo sé que vi llover/ Vi gente correr/ Y no estabas tú./ Yo no sé cuánto me quieres/ Si me extrañas o me engañas/ Sólo sé que vi llover/ Vi gente correr/ Y no estabas tú.

Tomás caminó por Hidalgo, siguió por Galeana, hasta llegar a la plaza de Santiaguito y no encontró a su novia. ¿Estaría aún guareciéndose en la escuela donde trabajaba? ¿Se fue por otras calles? ¿o faltó a su trabajo, ese día, por estar enferma? No sabía. Lo cierto es que se sentía triste por no verla, su ropa y sus zapatos estaban empapados, titiritaba. En su corazón calaba más el frío. Esa tarde Tomás vio gente correr, pero la cita no fue con su novia sino con la lluvia,

ezequielsotomar@outlook,com