/ sábado 19 de octubre de 2019

Ateneo de la Juventud: origen y legado (I)

Betty Zanolli Fabila


Origen

Soplaban poderosos, imbatibles, los vientos que anunciaban el cambio inminente que se avecinaba para la Nación. Solo que no todos los percibían y aún pensaban que el statu quo se mantendría. Quienes sí lo hicieron, estaban destinados a formar parte de la nueva generación. Aquella que daría origen al Ateneo de la Juventud, más tarde llamado Ateneo de México, uno de los cenáculos de mayor trascendencia en la historia cultural de nuestro país. Una institución emblemática que, aunque solo duró cinco años, dejó una impronta que habría de ser determinante para detonar una nueva mística en la conciencia nacional.

La Escuela Nacional Preparatoria, hija directa del positivismo comtiano-barrediano, fue la sede donde tuvo lugar esta febril gestación cultural a cargo de una pléyade de jóvenes intelectuales, apasionados por hacer de la educación la vía para lograr la renovación moral de una sociedad que juzgaban anquilosada y retardataria, abducida por los excesos impuestos de la industrialización en boga. ¿Cómo lograrlo? Impulsando la libertad de cátedra, promoviendo la enseñanza de la humanidades -filosofía y literatura principalmente-, fortaleciendo la enseñanza de los valores éticos y culturales que tanto hacían falta a la sociedad mexicana y resignificando el concepto del nacionalismo, volviendo para ello los ojos a las entrañas de México: su territorio, sus recursos, pero sobre todo a sus hombres, “a los que somos en verdad”, como diría Antonio Caso.

¿De dónde procedían estas inquietudes? Los estudiosos en el tema consideran que una de sus primeras grandes influencias fue la lectura del ensayo “Ariel” (1900) de José Enrique Rodó -inspirado éste a su vez en el “Calibán”(1878) de Ernest Renan-, donde el personaje shakesperiano, como representante de la espiritualidad, idealismo y cultura, permite al autor uruguayo dirigirse a la juventud para recordarle que su responsabilidad era perpetuar la herencia cultural de la Grecia clásica y, a partir de ella, construir su propia identidad. Ideas éstas que germinaron poderosamente en el círculo de los preparatorianos, al grado de hacerlos críticos de sus propios mentores. Otra fue, inmensa, la que derivó de la obra de cuentos y poemas Azul del poeta nicaragüense Rubén Darío, quien hizo suyo el pensamiento de Víctor Hugo: L’art c’est l’azur.

\u0009Al poco tiempo, surgieron diversos órganos: Revista Moderna de México (1898-1903) fundada por Jesús E. Valenzuela, Savia Moderna (1906) bajo la dirección de Alfonso Cravioto, Nueva Savia y la Revista Azul, con Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo, cuyas páginas se inundaron de los escritos de estos jóvenes inquietos, desbordantes de pasión por las artes y la filosofía. Epígonos del modernismo -al que pronto combatirían-, su novel empresa se vislumbraba como un reto colectivo de alcances cada vez mayores. Pronto, a sus escritos siguieron reuniones y veladas, en las que la lectura de los grandes escritores y filósofos, desde los clásicos hasta los románticos, era obligada.

Para abril de 1907, organizan una “protesta” literaria, cuyo credo declara: “Somos modernistas, sí, pero en la amplia acepción de ese vocablo, esto es: constantes evolucionadores, enemigos del estancamiento, amantes de todo lo bello, viejo o nuevo, y en una palabra, hijos de nuestra época y de nuestro siglo. Un mismo ideal nos une: somos jóvenes y fuertes y nutrimos nuestro cerebro en todas las ramas de arte, para ser verdaderamente cultos… Pisamos un terreno que no es exclusivo patrimonio de nadie… ¡Momias, a vuestros sepulcros! ¡Abrid el paso! ¡Vamos hacia el porvenir!”. Sí, voz enérgica de juventud y, por tanto, temeraria.

Al mes siguiente, se formalizará una primera agrupación: la Sociedad de Conferencias y Conciertos, que realizó dos ciclos entre 1907 y 1908. El primero en el Casino de Santa María y el segundo en el Conservatorio Nacional de Música, teniendo como referentes las obras de autores como Nietzsche, J.S. Mill, Stirner, Poe, Chopin y D’Annunzio, entre otros.

Los cimientos están colocados: el 28 de octubre de 1909 nace el Ateneo de la Juventud, al que el propio Justo Sierra brindará, paradójicamente, un notable apoyo y que habrá de congregar a un centenar de jóvenes con una media de 25 años de edad. Hombres y mujeres que dieron sello al siglo XX en la filosofía, literatura, música, arquitectura, pintura, historia y derecho, entre otras tantas disciplinas, y para quienes las obras de Schopenhauer y Bergson, Ibsen y Wagner, ofrecían la posibilidad de reinterpretar la existencia humana bajo nuevas luces.

Ateneístas, todos ellos, a quienes correspondió coexistir y abrevar de la gesta revolucionaria, impulsar y participar en la fundación de la Universidad de México y creer y perpetuar el ideal maderista. El precio: sucumbieron a manos de la dictadura de Victoriano Huerta, pero su impronta y legado culturales estaban ya sembrados y México no sería el que es sin ellos.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

Betty Zanolli Fabila


Origen

Soplaban poderosos, imbatibles, los vientos que anunciaban el cambio inminente que se avecinaba para la Nación. Solo que no todos los percibían y aún pensaban que el statu quo se mantendría. Quienes sí lo hicieron, estaban destinados a formar parte de la nueva generación. Aquella que daría origen al Ateneo de la Juventud, más tarde llamado Ateneo de México, uno de los cenáculos de mayor trascendencia en la historia cultural de nuestro país. Una institución emblemática que, aunque solo duró cinco años, dejó una impronta que habría de ser determinante para detonar una nueva mística en la conciencia nacional.

La Escuela Nacional Preparatoria, hija directa del positivismo comtiano-barrediano, fue la sede donde tuvo lugar esta febril gestación cultural a cargo de una pléyade de jóvenes intelectuales, apasionados por hacer de la educación la vía para lograr la renovación moral de una sociedad que juzgaban anquilosada y retardataria, abducida por los excesos impuestos de la industrialización en boga. ¿Cómo lograrlo? Impulsando la libertad de cátedra, promoviendo la enseñanza de la humanidades -filosofía y literatura principalmente-, fortaleciendo la enseñanza de los valores éticos y culturales que tanto hacían falta a la sociedad mexicana y resignificando el concepto del nacionalismo, volviendo para ello los ojos a las entrañas de México: su territorio, sus recursos, pero sobre todo a sus hombres, “a los que somos en verdad”, como diría Antonio Caso.

¿De dónde procedían estas inquietudes? Los estudiosos en el tema consideran que una de sus primeras grandes influencias fue la lectura del ensayo “Ariel” (1900) de José Enrique Rodó -inspirado éste a su vez en el “Calibán”(1878) de Ernest Renan-, donde el personaje shakesperiano, como representante de la espiritualidad, idealismo y cultura, permite al autor uruguayo dirigirse a la juventud para recordarle que su responsabilidad era perpetuar la herencia cultural de la Grecia clásica y, a partir de ella, construir su propia identidad. Ideas éstas que germinaron poderosamente en el círculo de los preparatorianos, al grado de hacerlos críticos de sus propios mentores. Otra fue, inmensa, la que derivó de la obra de cuentos y poemas Azul del poeta nicaragüense Rubén Darío, quien hizo suyo el pensamiento de Víctor Hugo: L’art c’est l’azur.

\u0009Al poco tiempo, surgieron diversos órganos: Revista Moderna de México (1898-1903) fundada por Jesús E. Valenzuela, Savia Moderna (1906) bajo la dirección de Alfonso Cravioto, Nueva Savia y la Revista Azul, con Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo, cuyas páginas se inundaron de los escritos de estos jóvenes inquietos, desbordantes de pasión por las artes y la filosofía. Epígonos del modernismo -al que pronto combatirían-, su novel empresa se vislumbraba como un reto colectivo de alcances cada vez mayores. Pronto, a sus escritos siguieron reuniones y veladas, en las que la lectura de los grandes escritores y filósofos, desde los clásicos hasta los románticos, era obligada.

Para abril de 1907, organizan una “protesta” literaria, cuyo credo declara: “Somos modernistas, sí, pero en la amplia acepción de ese vocablo, esto es: constantes evolucionadores, enemigos del estancamiento, amantes de todo lo bello, viejo o nuevo, y en una palabra, hijos de nuestra época y de nuestro siglo. Un mismo ideal nos une: somos jóvenes y fuertes y nutrimos nuestro cerebro en todas las ramas de arte, para ser verdaderamente cultos… Pisamos un terreno que no es exclusivo patrimonio de nadie… ¡Momias, a vuestros sepulcros! ¡Abrid el paso! ¡Vamos hacia el porvenir!”. Sí, voz enérgica de juventud y, por tanto, temeraria.

Al mes siguiente, se formalizará una primera agrupación: la Sociedad de Conferencias y Conciertos, que realizó dos ciclos entre 1907 y 1908. El primero en el Casino de Santa María y el segundo en el Conservatorio Nacional de Música, teniendo como referentes las obras de autores como Nietzsche, J.S. Mill, Stirner, Poe, Chopin y D’Annunzio, entre otros.

Los cimientos están colocados: el 28 de octubre de 1909 nace el Ateneo de la Juventud, al que el propio Justo Sierra brindará, paradójicamente, un notable apoyo y que habrá de congregar a un centenar de jóvenes con una media de 25 años de edad. Hombres y mujeres que dieron sello al siglo XX en la filosofía, literatura, música, arquitectura, pintura, historia y derecho, entre otras tantas disciplinas, y para quienes las obras de Schopenhauer y Bergson, Ibsen y Wagner, ofrecían la posibilidad de reinterpretar la existencia humana bajo nuevas luces.

Ateneístas, todos ellos, a quienes correspondió coexistir y abrevar de la gesta revolucionaria, impulsar y participar en la fundación de la Universidad de México y creer y perpetuar el ideal maderista. El precio: sucumbieron a manos de la dictadura de Victoriano Huerta, pero su impronta y legado culturales estaban ya sembrados y México no sería el que es sin ellos.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

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