/ lunes 16 de agosto de 2021

ANECDOTARIO DE LA ULSAB II

“El primer viaje de prácticas en la Universidad Lasallista Benavente, generación 1983-1988 el maestro de Historia del Derecho Mexicano, el licenciado Juan Manuel Santoyo Rivera tuvo la feliz idea de organizar un viaje de prácticas al Museo Nacional de Antropología e Historia. Apenas estábamos conociéndonos era el primer semestre de la licenciatura, pero como dice el dicho: “Dios las hace y ellas se juntan” comenzaba ya la larga amistad que hasta estos días hemos conservado Raquel, Alejandra e Iveth, que nos acompañaba en espíritu desde un mejor lugar para seguir las andanzas”.

En aquella época no había smartphones ni selfies, pero no importaba, el camino de salida del museo se nos hacía cortito para sacarnos fotos en cada monumento y escultura, incluso éramos el terror de los árboles y jardineras. Así veníamos disfrutando nuestro primer viaje juntas.

Pero olvidamos la advertencia de nuestro profesor “de aquí nos vamos a comer a Satélite, el que no llegue a tiempo al autobús, lo dejo” y entonces, cuando estábamos terminando de posar para una foto, que nos iban tomando nuestros compañeros Roberto Arias y Carlos Sámano (que a la postre no terminarían licenciatura con nuestra generación), vimos pasar el autobús escolar con los logotipos de la UNAM y ULSAB, corrimos hacia donde daría vuelta, conforme a la dirección de los señalamientos del estacionamiento, pero no lo pudimos alcanzar.

Entonces, dadas las antiguas condiciones de la seguridad en el país, se nos ocurrió lo que ahora sería una golondrina idea, el pedir “ride” Pero ¿es en serio? Dijeron nuestros compañeros. “si” les contestamos. Y se pusieron a media calle, pero lo mejor que consiguieron fue una andanada de palabrotas de automovilistas acelerados del entonces Distrito Federal. Moríamos de risa. En lo que Alejandra y yo reíamos a carcajadas Iveth se lanzó a la calle y ¡oh milagro del Señor! Se paró una ambulancia de la Cruz Roja cuyo copiloto le preguntó que a dónde nos dirigíamos, accediendo a llevarnos hasta Satélite.

Iveth giró hacia nosotros y ya estábamos los cinco corriendo hacia la parte trasera de la ambulancia donde viajábamos tomando más fotos, ¡cómo no! pero ahora con el casco y el logotipo de la benemérita institución por detrás de nosotros en la ventanilla de la ambulancia hasta que, con una enorme sonrisa, los paramédicos, que estaban francos regresando a su base, nos dejaron a la entrada de la plaza.

Entramos muy orondos, ya no podrían burlarse nuestros compañeros, de nosotros porque nos habían dejado, éramos unos ganadores eso lo supe por la sonrisa del maestro cuando nos encontró caminando por la plaza, donde finalmente comimos y compramos los “chuchulucos” de rigor antes de volver a Celaya.

Lo narrado en esta anécdota fue vivido por tres alumnas -mis condiscípulas- de la Universidad Lasallista Benavente hace 38 años y, lo quisimos recordar, no sólo por el tiempo transcurrido sino por el confinamiento y la enseñanza en línea que nos ha impuesto a maestros y alumnos la covod-19, en México y el mundo.


“El primer viaje de prácticas en la Universidad Lasallista Benavente, generación 1983-1988 el maestro de Historia del Derecho Mexicano, el licenciado Juan Manuel Santoyo Rivera tuvo la feliz idea de organizar un viaje de prácticas al Museo Nacional de Antropología e Historia. Apenas estábamos conociéndonos era el primer semestre de la licenciatura, pero como dice el dicho: “Dios las hace y ellas se juntan” comenzaba ya la larga amistad que hasta estos días hemos conservado Raquel, Alejandra e Iveth, que nos acompañaba en espíritu desde un mejor lugar para seguir las andanzas”.

En aquella época no había smartphones ni selfies, pero no importaba, el camino de salida del museo se nos hacía cortito para sacarnos fotos en cada monumento y escultura, incluso éramos el terror de los árboles y jardineras. Así veníamos disfrutando nuestro primer viaje juntas.

Pero olvidamos la advertencia de nuestro profesor “de aquí nos vamos a comer a Satélite, el que no llegue a tiempo al autobús, lo dejo” y entonces, cuando estábamos terminando de posar para una foto, que nos iban tomando nuestros compañeros Roberto Arias y Carlos Sámano (que a la postre no terminarían licenciatura con nuestra generación), vimos pasar el autobús escolar con los logotipos de la UNAM y ULSAB, corrimos hacia donde daría vuelta, conforme a la dirección de los señalamientos del estacionamiento, pero no lo pudimos alcanzar.

Entonces, dadas las antiguas condiciones de la seguridad en el país, se nos ocurrió lo que ahora sería una golondrina idea, el pedir “ride” Pero ¿es en serio? Dijeron nuestros compañeros. “si” les contestamos. Y se pusieron a media calle, pero lo mejor que consiguieron fue una andanada de palabrotas de automovilistas acelerados del entonces Distrito Federal. Moríamos de risa. En lo que Alejandra y yo reíamos a carcajadas Iveth se lanzó a la calle y ¡oh milagro del Señor! Se paró una ambulancia de la Cruz Roja cuyo copiloto le preguntó que a dónde nos dirigíamos, accediendo a llevarnos hasta Satélite.

Iveth giró hacia nosotros y ya estábamos los cinco corriendo hacia la parte trasera de la ambulancia donde viajábamos tomando más fotos, ¡cómo no! pero ahora con el casco y el logotipo de la benemérita institución por detrás de nosotros en la ventanilla de la ambulancia hasta que, con una enorme sonrisa, los paramédicos, que estaban francos regresando a su base, nos dejaron a la entrada de la plaza.

Entramos muy orondos, ya no podrían burlarse nuestros compañeros, de nosotros porque nos habían dejado, éramos unos ganadores eso lo supe por la sonrisa del maestro cuando nos encontró caminando por la plaza, donde finalmente comimos y compramos los “chuchulucos” de rigor antes de volver a Celaya.

Lo narrado en esta anécdota fue vivido por tres alumnas -mis condiscípulas- de la Universidad Lasallista Benavente hace 38 años y, lo quisimos recordar, no sólo por el tiempo transcurrido sino por el confinamiento y la enseñanza en línea que nos ha impuesto a maestros y alumnos la covod-19, en México y el mundo.