/ lunes 4 de enero de 2021

AHORA ES EN SERIO

Confieso que me divertí mucho escribiendo las últimas entregas de columna en el 2020; entre tanto miedo y melancolía atizados como siempre por la prensa escandalosa, pienso que el humor siempre es el mejor bálsamo para salir del marasmo y detonar la reflexión.

Ya se fue el 2020 y bien instalados en el 2021 es tiempo de profecías y pronósticos para lo que viene. Entre estas, según publica el diario El País, se encuentran las de Peter Turchin, a quien atribuyen la proeza de haber vaticinado hace diez años que “2020 pondría a las sociedades occidentales al borde del abismo”, y por supuesto, cuando ya ha pasado el toro, el pitoniso afirma que “ve muy probable que en 2021 den un (¿irreversible?) paso al frente, precipitándose al vacío.”

Ni alarmista pero tampoco despreocupado, el diagnóstico de que las sociedades occidentales se hallan al borde del abismo me parece una exageración absurda. No niego que el virus exista, ni que pueda ser mortal en algunos casos, en particular si existen comorbilidades, pero está muy lejos de serlo en la mayoría de ellos, y con la profilaxis adecuada sabemos que puede limitarse su contagio. ¿Por qué insistimos en sobredimensionarlo y precipitarnos en absurdos milenarismos? ¿El abismo del que habla Turchin lo ha causado la enfermedad o el miedo y las medidas desproporcionadas? ¿Es la enfermedad en realidad el problema o el repunte del fin de año se debió a que buena parte de la gente estaba harta o desesperada por los largos meses de cuarentenas y aspavientos?

Tengo la sensación de que esta pandemia, al contrario de todas las anteriores, la hemos vivido de una manera mucho más virtual que real. Me explico, la interconexión mundial a través del mundo digital hace que quienes vivimos en ciudades pequeñas, alejadas de los grandes focos infecciosos, vivamos la pandemia a través de los medios globales de comunicación: experimentamos como propias las pandemias de Nueva York o la CDMX, y consideramos que el virus ya estaba entre nosotros cuando todavía ni se nos acercaba. Por concentrarnos de forma desmedida en lo que pasa lejos de nosotros, desdeñamos las valiosas informaciones que se generan a escala local y hasta olvidamos los problemas urgentes y reales que tenemos en nuestro estado.

Las estadísticas que de forma puntual y transparente publican las autoridades estatales y federales indican que el rebrote de la pandemia en Guanajuato fue por mucho menos letal y virulento que en CDMX e incluso países europeos. En Irapuato, por ejemplo, a duras penas llegó a la mitad de casos activos que tuvo en julio, mientras en la Ciudad de México se rompían nuevos récords. Y seguimos espantados, y los medios locales siguen sembrando el miedo. Además, ahora le siguen la vida al subsecretario de Salud como si se tratara de Carolina de Mónaco.

No digo que descuidemos el tema de la salud, pero dejemos de vivir los problemas de otros y centrémonos en exigir solución a los que nos aquejan y están escondidos tras la máscara del virus. Por ejemplo: ¿Por qué la violencia no ha disminuido tras los golpes a la delincuencia organizada? ¿Dónde están los culpables de los asesinatos de casi un centenar de policías en 2020? ¿Dónde están los culpables de las fosas clandestinas y las despariciones? Estoy seguro que la respuesta no nos llegará ni de Nueva York, ni de la CDMX. Tampoco creo que los profetas tengan mucho que decir.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

Confieso que me divertí mucho escribiendo las últimas entregas de columna en el 2020; entre tanto miedo y melancolía atizados como siempre por la prensa escandalosa, pienso que el humor siempre es el mejor bálsamo para salir del marasmo y detonar la reflexión.

Ya se fue el 2020 y bien instalados en el 2021 es tiempo de profecías y pronósticos para lo que viene. Entre estas, según publica el diario El País, se encuentran las de Peter Turchin, a quien atribuyen la proeza de haber vaticinado hace diez años que “2020 pondría a las sociedades occidentales al borde del abismo”, y por supuesto, cuando ya ha pasado el toro, el pitoniso afirma que “ve muy probable que en 2021 den un (¿irreversible?) paso al frente, precipitándose al vacío.”

Ni alarmista pero tampoco despreocupado, el diagnóstico de que las sociedades occidentales se hallan al borde del abismo me parece una exageración absurda. No niego que el virus exista, ni que pueda ser mortal en algunos casos, en particular si existen comorbilidades, pero está muy lejos de serlo en la mayoría de ellos, y con la profilaxis adecuada sabemos que puede limitarse su contagio. ¿Por qué insistimos en sobredimensionarlo y precipitarnos en absurdos milenarismos? ¿El abismo del que habla Turchin lo ha causado la enfermedad o el miedo y las medidas desproporcionadas? ¿Es la enfermedad en realidad el problema o el repunte del fin de año se debió a que buena parte de la gente estaba harta o desesperada por los largos meses de cuarentenas y aspavientos?

Tengo la sensación de que esta pandemia, al contrario de todas las anteriores, la hemos vivido de una manera mucho más virtual que real. Me explico, la interconexión mundial a través del mundo digital hace que quienes vivimos en ciudades pequeñas, alejadas de los grandes focos infecciosos, vivamos la pandemia a través de los medios globales de comunicación: experimentamos como propias las pandemias de Nueva York o la CDMX, y consideramos que el virus ya estaba entre nosotros cuando todavía ni se nos acercaba. Por concentrarnos de forma desmedida en lo que pasa lejos de nosotros, desdeñamos las valiosas informaciones que se generan a escala local y hasta olvidamos los problemas urgentes y reales que tenemos en nuestro estado.

Las estadísticas que de forma puntual y transparente publican las autoridades estatales y federales indican que el rebrote de la pandemia en Guanajuato fue por mucho menos letal y virulento que en CDMX e incluso países europeos. En Irapuato, por ejemplo, a duras penas llegó a la mitad de casos activos que tuvo en julio, mientras en la Ciudad de México se rompían nuevos récords. Y seguimos espantados, y los medios locales siguen sembrando el miedo. Además, ahora le siguen la vida al subsecretario de Salud como si se tratara de Carolina de Mónaco.

No digo que descuidemos el tema de la salud, pero dejemos de vivir los problemas de otros y centrémonos en exigir solución a los que nos aquejan y están escondidos tras la máscara del virus. Por ejemplo: ¿Por qué la violencia no ha disminuido tras los golpes a la delincuencia organizada? ¿Dónde están los culpables de los asesinatos de casi un centenar de policías en 2020? ¿Dónde están los culpables de las fosas clandestinas y las despariciones? Estoy seguro que la respuesta no nos llegará ni de Nueva York, ni de la CDMX. Tampoco creo que los profetas tengan mucho que decir.


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